14 de marzo de 2018
El gobierno de Cambiemos se ha mostrado siempre reticente a la idea de administrar el tipo de cambio por considerar inadecuado superponer esta política con su principal meta: mitigar la inflación a través de la tasa de interés. Como resultado, el público se tuvo que enfrentar a un valor fluctuante y sin referencia del tipo de cambio.
Esta decisión tiene sustento en una famosa teoría que establece que solo es posible alcanzar en simultáneo dos de las siguientes tres metas de política económica:
1) política monetaria autónoma;
2) determinación del tipo de cambio;
3) libre movilidad de capitales.
Desde un principio y con gran claridad, el gobierno ha escogido sus dos objetivos: la política monetaria activa con elevadas tasas de interés para combatir la inflación (y así «enfriar» la economía) y la plena libertad a la entrada y salida de capitales (supuestamente necesaria para atraer la inversión financiera extranjera). Como contrapartida, ha descartado la posibilidad de influir en el valor del tipo de cambio, el cual permite fluctuar en función del libre juego de oferta y demanda.
Al llevar adelante esta política de tipo de cambio volátil y sin control alguno, el gobierno incurre en dos omisiones importantes: la primera es la incidencia negativa del tipo de cambio sobre el nivel de precios en una economía con un nivel de dolarización que dista de ser despreciable; la segunda es el alto grado de vulnerabilidad a la salida de capitales en un país en el que históricamente los flujos de divisas se van más rápido de lo que llegan. De hecho, enero fue mes récord de salida neta de divisas, dato que coincide con las subas del valor del dólar y del nivel de inflación durante el primer bimestre del año. ¿Será suficiente advertencia?