25 de abril de 2025
Hace 110 años comenzaba en el Imperio otomano la persecución y matanza sistemáticas de la población armenia. Odio y nacionalismo extremo: algunas señales del pasado que interpelan al presente.

Estambul. Homenaje a las víctimas en un acto por el aniversario de la masacre.
Foto: NA
Durante muchos siglos, los armenios habitaron territorios ubicados en una zona donde convergían rutas que unían el Extremo Oriente y Asia Central con Europa. A lo largo de toda su historia, este pueblo de agricultores, artesanos y comerciantes vivió bajo amenaza o directamente sometido a dominaciones extranjeras. La más prolongada y decisiva, la del Imperio otomano. Fue a manos de este que los armenios fueron víctimas de un genocidio, el primero del siglo XX, y a la vez de las sistemáticas políticas de olvido implementadas por el Estado que los masacró.
El 24 de abril recordamos el comienzo del genocidio armenio. Ese día, en 1915, la cúpula intelectual y dirigente armenia, que formaba parte del Imperio otomano, fue apresada, encarcelada, fusilada o deportada. Por el peso de esa acción es que se eligió esa fecha, pero la agresión y las persecuciones y matanzas hacia los armenios eran de larga data, fruto del recrudecimiento de los nacionalismos y de la decadencia del Imperio otomano, que veía amenazada su existencia por potencias extranjeras y por minorías internas que, desde su perspectiva, atentaban contra la unidad turca. Un Imperio multiétnico y débil, en una época de auge de los nacionalismos, crujía por todas partes.
Desde el último cuarto del siglo XIX, los armenios, que habitaban desde hacía siglos en territorio otomano, avanzaron en su conciencia política y en el reclamo de mayores derechos, estimulados por las señales que las potencias europeas daban en cuanto a avanzar en el reconocimiento de otras comunidades cristianas dentro del Imperio.
Recelo conspirativo
Cuando en 1908 los Jóvenes Turcos tomaron el poder, pareció que la renovación y la modernización de las instituciones y los lazos políticos que impulsaban alcanzarían a un colectivo armenio que ya había sufrido agresiones y matanzas. Pero esa sensación fue temporaria, porque dentro de la nueva dirigencia prevalecieron los sectores nacionalistas, y las persecuciones recrudecieron. No obstante, algunos sectores armenios avanzaron en sus reivindicaciones y en sus reclamos y pedidos de apoyo a las potencias europeas, lo que aumentó el recelo conspirativo de los Jóvenes Turcos. En 1913, hubo un golpe de Estado de los sectores otomanos más nacionalistas, que impulsaron el «turquismo»: había que homogeneizar a la sociedad. En este contexto, la «cuestión armenia» pasó a ser vista como una amenaza para la integridad política, territorial y cultural turca. Hoy se sabe que el genocidio fue planificado años antes de que ocurriera. No obstante, hubo terribles matanzas previas a 1915, el año fatal. Pero fue esa espiral la que permitió avanzar en la instalación de un clima intolerante y de naturalización de la violencia, a la que también contribuyó la manipulación del odio religioso. La Primera Guerra Mundial, a la vez, eliminó el factor disuasivo externo para que el Estado implementara la matanza.
Si bien la jornada emblemática del genocidio armenio es la del 24 de abril de 1915, hubo una serie de pasos previos. El plan tuvo distintas etapas: los varones armenios a partir de los 15 años fueron reclutados para el ejército y luego asesinados, a lo que siguió la «ley temporaria de deportación», de personas sospechosas, que permitió traslados masivos de civiles y se llevó a cabo en todo el territorio del Imperio. Los turcos querían concentrar a todos los armenios en la ciudad de Alepo, y luego trasladar a quienes hubieran sobrevivido a un rincón del desierto sirio. Era, supuestamente, una medida de protección a los civiles, pero el resultado fue una marcha de la muerte. Los armenios indefensos fueron asesinados en los alrededores de sus aldeas, o bajo ataques de bandas armadas durante la terrible travesía. Mujeres y niños fueron apropiados y vendidos a familias turcas ricas.

Lejos de casa. Huérfanos armenios deportados de Turquía en la segunda década del siglo XX.
Foto: Shutterstock
Lesa humanidad
La derrota otomana en la Gran Guerra favoreció que los responsables fueran juzgados por el propio Parlamento turco, que buscó generar un clima más favorable para las negociaciones de paz en París. Se creó una comisión investigadora y un tribunal militar para juzgar a los responsables, aunque la mayoría ya había huido. En el tratado de paz de Sévres (1919), el Impero otomano se comprometió a que se conformara un tribunal penal internacional. En caso de que este se constituyera, se comprometía a entregar a los acusados a la flamante Sociedad de las Naciones, si esta asumía la decisión de juzgar y condenar a los responsables. Es el primer antecedente de la noción de crímenes de lesa humanidad.
Sin embargo, el surgimiento político del reformador Mustafá Kemal como nuevo líder del imperio derrotado abortó este proceso. Como dirigente de la flamante república turca, anuló el compromiso de Sévres, por temor a que fuera visto como una claudicación prooccidental. En marzo de 1923, sancionó una ley que garantizaba la impunidad a todos los que habían sido condenados con anterioridad por el tribunal. Desde entonces, el Estado turco niega que el genocidio se haya producido. En la película Ararat, de Atom Egoyan, hay varios momentos memorables, pero uno de ellos es especialmente relevante en esta época. Es cuando el director en la ficción, Edward Saroyan, le dice al joven asistente de producción: «Joven, ¿sabe qué sigue causando tanto dolor a nuestro pueblo? No es la gente que perdimos, ni la tierra. Es saber que nos odiaban tanto. ¿Quién era esa gente para odiarnos así? ¿Cómo pueden seguir negando su odio y odiarnos, odiarnos aún más?».