Cultura | 40 AÑOS DE «ROCKAS VIVAS» DE ZAS

El cenit del «poptimismo»

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Mariano del Mazo

Mientras el rock argentino iniciaba su escalada a la masividad, Miguel Mateos le puso banda de sonido a la primavera democrática con un disco que marcó un récord de ventas.

Letras afiladas. Mateos escribía sobre la dictadura y la Guerra Fría, la cultura y la moral. 

Foto: Carlos Giustino-Aspix

Hace 40 años comenzaba a emitir la Rock & Pop, salía el Suplemento Sí de Clarín, se inauguraba Cemento, los conciertos de Barrancas de Belgrano funcionaban como un foro libre y gratuito, salían sendos discos debut de Sumo y Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y Zas estaba camino a convertirse en la banda más vendedora de discos del rock argentino. Su líder, Miguel Mateos, ostentaba una pluma afilada para el apunte político y social y una capacidad formidable para el estribillo adhesivo. Casi sin historia (no tenía el recorrido de Charly García, Luis Alberto Spinetta, Miguel Cantilo o León Gieco), sin ser integrante de la generación «moderna» que brotaba de los sótanos (Soda, Los Violadores, los Cadillacs e, incluso, Sumo y Los Redonditos), arrasó a caballo de un disco en vivo titulado Rockas vivas. Lo va a presentar en el Movistar Arena porteño este 3 de julio y en el Quality Arena de Córdoba el 5 de ese mes.

En un año culturalmente prodigioso como 1985, el cenit de Zas coincidió con el del Gobierno de Raúl Alfonsín. Su ocaso, también. Las letras que resuenan en Rockas vivas exhalan un estado de ánimo que años después fue definido con un neologismo: el «poptimismo». La recuperación de la democracia había devuelto el alma al cuerpo social de la Argentina. El juicio a las Juntas fue el punto más alto de la consideración positiva hacia la figura de Alfonsín.

Mateos escribía sobre la dictadura («Hoy te convocan a la plaza/ y mañana te la dan», acaso pensando en el derrotero de la guerra de Malvinas), sobre la «moral y las buenas costumbres» y la cultura pop («La imagen de papá y mamá en cama/ Un poster de Jagger, un Cristo retratado harto de estar colgado/ El sueño eterno de un marido fiel o que al menos te haga bien el verso»), sobre la Guerra Fría («Tengo a un ruso y a un yanqui dentro de mi habitación/ que se juegan mis zapatos y mi foto de graduación en un Atari»).

En fin: Rockas vivas opera como un compendio de época, con referencias que van de la vacuna B.C.G y el Estadio Obras a los Sex Pistols y el pool y el flipper. El mensaje es: escuchá rock y «si no ves la salida… ¡Tirá para arriba!». La frase dialoga, y contrasta, con la de Charly García de «Los dinosaurios»: «Cuando el mundo tira para abajo/ es mejor no estar atado a nada». Pero juntos, más otros álbumes, como el oscuro Oktubre de Los Redonditos («Un último secuestro, ¡no!: el de tu estado de ánimo», posterior al imperativo «¡a brillar mi amor!»), constituyen un mosaico del pulso hormonal de aquellos años. Una panorámica. Confirman lo que se sabe: el mejor modo de conocer una época es a través del arte. En aquellas noches de abril de 1985 en el Teatro Coliseo, cuando se grabó el disco, todos sabían de qué hablaba Miguel Mateos cuando cantaba «Si pasan música nacional/ no es que se hayan dado cuenta/ que la cultura de un país está en su gente/ y yo sé que aquí hay polenta».

Con más de 300.000 unidades, Rockas vivas se convirtió en el disco más vendido de rock argentino hasta comienzos de la década del 90. Fue desbancado por El amor después del amor, de Fito Páez, de alguna manera emblema del apogeo de la cultura menemista, el cínico paso siguiente a la euforia y depresión radical. Cuando parecía que se bebía los vientos y que se iba a convertir en algo así como el Bruce Springsteen argentino (era, finalmente, su no tan secreta ambición), Miguel Mateos se diluyó en una carrera anodina. Esa intrascendencia operó de manera retrospectiva: cuando se habla de los grandes discos de los primeros años de la democracia, Rockas vivas es ignorado olímpicamente. El peso específico del arte no se mide por su masividad. Escuchar ese ramillete de buenas canciones es auscultar una época, pero también es advertir un filo que fue limado por el propio artista. Algo que no ocurrió, por caso, con los Redonditos o Charly, cuyas obras combinaron hits y densidad. 


Escena actual
Aún sin contar con la perspectiva histórica, cabe una pregunta: ¿qué disco o artista será señalado en el futuro como el que mejor describe este presente? ¿Cuál es la banda de sonido de Milei? ¿Quién la está escribiendo? ¿Viene por el lado del sarcasmo de Dillom, la lucidez de Wos, la incorrección de Paco Amoroso & Catriel, la provocación de Lali? Alguna vez, en la época de Invisible, Spinetta dijo que la resistencia debía ser poética. Quizás ese camino hoy esté más inexplorado que antes. Nunca hubo en democracia tanta animosidad del poder político hacia el arte.

En ese abismo pervive la pregunta. Los músicos cacarean desde el escenario del Cosquín Rock, desde las redes, desde donde pueden, como golpes aislados. Pero no se vislumbra nadie que sintonice el tiempo de una manera clara. O tal vez sí: la canción popular de alcance masivo –dentro del ritmo que sea: rap, trap, rock– hoy muestra en general una perplejidad que corresponde a una sociedad que parece, todavía, anestesiada. Si la etapa de García de Say No More describió de una manera abstracta esa combinación siniestra de «lujo y vulgaridad» que fue el menemismo, hoy habrá que hurgar en lo no dicho para observar alguna forma de reacción a tanta violencia simbólica.

Lo que ocurrió hace 40 años, y un poco antes también, fue la consecuencia de un dique roto, el de la dictadura. Cuando empiece a crujir este otro dique –que reviste aún alguna forma democrática– tal vez las preguntas sean al fin respondidas y se revele la obra que nos cuente qué está pasando. Solo es cuestión de tiempo. 

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