Política | MANUEL ADORNI

Un twittero a la derecha

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Ricardo Ragendorfer

Llegó sin escalas desde la red social X, en la que pretende brillar con su estilo casi telegráfico, al atril de la Casa Rosada, desde el que maltrata a periodistas acreditados. Retrato de un vocero-candidato.

Foto: NA

El tipo no es un escritor, pero su prosa tiene un estilo único. Ha aquí un ejemplo reciente que acuñó en Twitter: «Fake. Nunca tuve CM (community manager). Fin». 

Se refería a la insólita presencia de una tal Macarena Jimena Rodríguez –la administradora de su cuenta de Tik Tok– en la delegación oficial que viajó a Roma para asistir al funeral del papa Francisco. Pues bien, esas seis palabras le bastaron para conjurar todas las habladurías generadas por esa circunstancia. 

De hecho, dos días después acudió junto a Bettina Angeletti, su sonriente esposa, al debate entre los diecisiete candidatos que encabezan las listas en las elecciones legislativas de la Ciudad. Ese hombre se sentía a sus anchas. 

Y a su turno, asombró a todos al soltar:

–Lo que habría que hacer con el Canal de la Ciudad es cerrarlo.

Era uno de sus proyectos en mente. 

La reacción de los presentes fue un pesado silencio. 

¿Acaso pensaba obtener así el voto de los técnicos y periodistas a cargo de aquella transmisión? Porque el evento era televisado precisamente desde el estudio mayor del Canal de la Ciudad.

Lo cierto es que él salió de allí sin que ninguna sombra cabalgara sobre su figura. Claro que en ello incidió otro hecho ocurrido en ese mismo lugar: el apriete del asesor estrella del régimen libertario, Santiago Caputo, al reportero gráfico del diario Tiempo Argentino Antonio Becerra. 

A la mañana siguiente, en la Casa Rosada, ya en su papel de vocero presidencial, supo esgrimir al respecto una justificación antológica: «En realidad –dijo–, Caputo quiso saber quién era el periodista solo para ver si había salido bien en la foto». 

Así dio por concluido el tema. 

Ya por la tarde, otra vez enfundado en su traje de candidato, realizó una breve recorrida de campaña en Villa Lugano, a la vera de un local de La Libertad Avanza (LLA), ante una escasa concurrencia (menos de mil partidarios), pero televisada con planos cerrados para que, desde las pantallas, pareciera un acto multitudinario. Lo acompañaba nada menos que Javier Milei, quien incurrió en una generosa inversión de roles al hablar por él, no sin obsequiarle algún elogio. A los diez minutos, se esfumaron de allí. 

En definitiva, saliendo airoso de semejante pulseada entre la gloria y el bochorno, transcurrió su existencia solo durante la última semana de abril. 

Manuel Adorni tocaba el cielo con las manos.

La ambición es un tigre de papel
Quizás él sea el primer sorprendido ante el giro que dio su destino durante los últimos dieciséis meses. Lo suyo es casi un cuento de hadas. Y eso que siempre estuvo a la pesca de su gran oportunidad. 

Quienes lo conocen saben que, desde su adolescencia, este platense de 45 años hizo lo posible por treparse al peldaño más elevado del éxito. Desde cursar Economía en la Universidad de Nacional La Plata –donde obtuvo la licenciatura correspondiente– hasta proseguir su formación en la Universidad Argentina de la Empresa –donde obtuvo el título de contador público–. Luego probó suerte como docente en la Universidad Abierta Iberoamericana. Pero, más allá de esa experiencia, nunca tuvo un empleo vinculado a sus especialidades académicas, salvo ocasionales changas como analista y consultor.

Entonces, se volcó al periodismo. Cada tanto le publicaban algún artículo en Infobae. Hizo columnas en programas de Radio Rivadavia. También solía ser panelista televisivo en La Nación+ y en A24. Sin embargo, en esos sitios no pasó de ser un personaje de relleno. Mientras tanto, en el canal Metro condujo un ciclo de madrugada, aunque sin arañar un solo punto de rating.

Ya no era un jovenzuelo cuando se dio cuenta de que todas las ilusiones que había amasado estaban fuera de su alcance. Eso, en rigor, lo mortificaba del mismo modo que su progresiva calvicie.

No obstante, contaba con el apoyo de Bettina, quien ya le había dado dos hijos. Ella, una licenciada en Administración Agropecuaria y coach ontológica (rama de la metafísica que ayuda a las personas a encontrar sus metas), hizo uso de esta disciplina para sacar al pobre Manuel del pozo. 

Y empezó con una recomendación: «Tenés que reinventarte», le dijo. 

Lo cierto es que su trabajo sobre él sacó a flote su potencial político. 

Así fue que, en 2019, Adorni se contactó a través de las redes sociales (otra de sus pasiones) con almas afines a su ideología liberal, naciendo de esa manera la agrupación «Uni2». Y, seguidamente, subyugado por la sapiencia y el carisma de Ricardo López Murphy, hizo que ese modesto espacio se sumara a la alianza derechista Republicanos Unidos, acaudillada por el otrora ministro. 

Ya en las elecciones legislativas de 2021, Adorni figuraba en su lista de candidatos a diputados. 

De ello se desprende que su reinvención iba viento en popa. Eso también incluía su aspecto físico. Lo prueban las fotos y los videos de campaña. Porque ahí, para el asombro de sus antiguos conocidos, a él se lo veía con un implante capilar laboriosamente peinado.

Sin embargo, obtuvo el 0,03% de los votos.

Dicho sea de paso, entre quienes en aquella ocasión sí accedieron a una banca en la Cámara Baja, resaltaba –por el sello Avanza Libertad– un muchacho algo estrafalario, llamado Javier Milei.

En cuanto al bueno de Adorni, cabe destacar que su traspié en las urnas no le minó el ánimo ni la voluntad de triunfar.

Dos años después, fue objeto de un tardío, pero merecido reconocimiento en el campo de la comunicación, al recibir el premio Marín Fierro en el rubro «mejor twittero de 2023». 

Bettina, con los ojos humedecidos por la emoción, lo aplaudía a rabiar. 

En ese mismo momento, su esposo ya se probaba el traje de portavoz del mandatario que asumiría pocos días después. 

Pero vayamos por partes. 

En campaña. Adorni, primer candidato a legislador porteño, con Karina Milei y sus compañeros de lista.

Foto: NA

El poder y la sombra
Corría el 20 de noviembre de aquel año cuando Adorni aún trataba de asimilar, no sin felicidad, el triunfo de Milei en el balotaje del día anterior. 

El presidente electo ya le había ofrecido a la animadora televisiva Marina Calabró ser la vocera de su Gobierno, pero ella rechazó el convite. Entonces, se acordó de ese twittero cuyos posteos le acariciaban el alma. 

Una llamada telefónica bastó para que Adorni fuera el mensajero de sus actos y acciones oficiales.

La buena racha de ese hombre no parecía tener límites.

Desde luego que en ello palpitaba una paradoja: Adorni, quien con tanto esfuerzo acababa de recuperar la plenitud de su ser, ahora debía poner su propia voz al servicio de una vida ajena. Gajes del oficio.

A primera hora del 11 de diciembre, en una sala de la Casa Rosada llena de periodistas acreditados, ofreció su primera conferencia de prensa. 

Su figura torva, levemente inclinada tras un atril, mientras gambeteaba preguntas con un tono neutro y sin mirar a nadie, se terminó por transformar en un ícono algo insidioso del presente. 

Fue notable que él, después de haber sido caballo durante tanto tiempo, se acostumbrara tan rápido a ser jinete. 

Su angurria por el poder le salía por los poros. Y sus logros al respecto no fueron en absoluto magros. 

Siendo al principio el titular de la vocería de Gobierno, en septiembre de 2024 pasó a ser la máxima autoridad del área de Comunicación y Medios, con rango de secretario de Estado. Y ahora –con el patrocinio de Karina Milei, su madrina política– fue bendecido con su candidatura a primer legislador porteño por la LLA, ya que él –según los estrategas partidarios– «mide bien». 

Entre sus virtudes, hay una que subyuga a la especie libertaria: Adorni odia a los periodistas. Lo atestigua el trato que les dispensa.

Hasta anunció cambios en el acceso de periodistas a la Casa Rosada, con el propósito de crear así, según sus palabras, «una sala de prensa con criterios de elite, solo apta para los periodistas que merecen estar cerca del presidente». Al final, eso está aún por concretarse. 

Claro que el resquemor que él siente hacia la prensa tiene su asidero de razón. Al fin y al cabo, fue a raíz de investigaciones periodísticas que saltaron a la luz algunas de sus propias trapisondas. Tal fue el caso del conchabo de asesor que él le consiguió a su hermano Francisco en el Ministerio de Defensa. 

Quizás, más temprano que tarde, Adorni tenga otra vez que reinventarse.

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