29 de mayo de 2025
«Fue una causa justa en manos injustas en 1982», asegura el juez federal que representó como letrado a excombatientes y logró instalar el reclamo en el paradigma de los derechos humanos.

Hace quince años, los integrantes del Centro de Ex-Combatientes Islas Malvinas (CECIM) de La Plata se acercaron a Alejo Ramos Padilla. Necesitaban un abogado que pudiera acompañarlos con dos reclamos: la denuncia sobre las torturas que habían sufrido durante la guerra en mano de sus superiores y la identificación de los cuerpos de quienes habían caído en las islas. Buscaban un letrado que tuviera experiencia en juicios de lesa humanidad, un requisito que él cumplía porque, para entonces, había intervenido en los Juicios por la Verdad y los procesos contra Miguel Osvaldo Etchecolatz y Christian von Wernich.
Ramos Padilla tomó la causa Malvinas y representó al CECIM hasta que fue designado juez federal, primero en Dolores y después en La Plata. Viajó con ellos a Malvinas e impulsó el proceso de identificación que se inició durante el gobierno de Cristina Fernández. No abandonó el tema con los años, sino que lo eligió para su tesis doctoral. En marzo, publicó Recuperar Malvinas (Siglo XXI), donde plantea la necesidad de abordar el reclamo por las islas dentro del paradigma de los derechos humanos.
«La de Malvinas fue una causa malversada por la dictadura militar para sostener un régimen que estaba en decadencia».
–¿Por qué hubo tanta dificultad para inscribir la cuestión Malvinas dentro de la agenda de los derechos humanos?
–Se confunde lo que es la guerra de Malvinas con la cuestión Malvinas, que es el reclamo diplomático, con la causa Malvinas, que es algo mucho más profundo, y que tiene que ver no solamente con nuestro reclamo de soberanía, sino con nuestra propia idiosincrasia, con la resistencia a las invasiones inglesas de 1806-1807, con la Vuelta de Obligado, con el viaje de los cóndores poniendo las siete banderas en las islas hasta con el gol de (Diego) Maradona. Fue una causa malversada por la dictadura militar para sostener un régimen que estaba en decadencia, que se planteó incluso en algún momento como una causa antiimperialista de un Gobierno que llevaba adelante el Plan Cóndor, de un Gobierno que había sido educado en la Escuela de las Américas, y que estaba siendo duramente resistido no solamente por su fracaso económico, sino por sus denuncias en materia de derechos humanos, y cuyos generales y coroneles eran respetados más por el terror y el miedo que generaban que por su autoridad. Es algo que atravesaba el campo nacional y democrático, pero que fue apropiado por un nacionalismo autoritario, que primero lo utilizó para sostener la dictadura, y luego lo utilizó para reclamar impunidad. Eso quedó bien claro en Semana Santa cuando Raúl Alfonsín dijo al mismo tiempo «la casa está en orden» y «son héroes de Malvinas». Se arrepintió inmediatamente, y cada vez que tuvo oportunidad aclaró que hubiera sido mejor ahorrarse ese calificativo, porque los verdaderos héroes de Malvinas estaban en la Plaza de Mayo sosteniendo la democracia. Al campo nacional y democrático le fue muy dificultoso abordar el tema de Malvinas.
–¿Qué quiere decir cuando habla del proceso de desmalvinización?
–Hubo dos procesos de desmalvinización muy potentes en la Argentina. Uno, el que puede iniciarse el 14 de junio de 1982, cuando la dictadura plantea una estrategia para que la Guerra sea contada como una gesta militar, donde solamente se podía relatar lo heroico, pero no se podía hablar de lo que, por ejemplo, revelaba el informe Rattenbach, que decía que se trató de una aventura militar. El otro proceso de desmalvinización fue promovido por el sociólogo francés Alain Rouquié. Bienintencionado, analizaba cómo consolidar el sistema democrático. La principal preocupación de ese Gobierno era poder entregarle el gobierno a otro Gobierno democráticamente elegido y una de las preocupaciones era que no volvieran a golpear la puerta de los cuarteles. Rouquié decía que, para eso, había que desmalvinizar. Y frente a todo eso, los excombatientes, con 18 años, cuando querían contar qué era lo que había ocurrido durante estos 74 días, eran descalificados, salvo que lo contaran como una gesta, como se les imponía hacerlo. Los llamaban los chicos de la guerra o los locos de la guerra. Les costó mucho organizarse y entender que el acto más heroico de sus vidas había sido malversado por una dictadura para sostener un régimen.
«Muchos vuelven como prisioneros de guerra en el Canberra. Son ocultados, vuelven con muchos kilos de menos, no hay fotografías casi de sus cuerpos».
–Cuando se desclasifican los archivos relativos a Malvinas, ¿qué comprobó de lo que le contaban los excombatientes?
–Yo ya estaba como juez entonces. Puedo describir esta dificultad que tienen a veces muchos de los sobrevivientes del horror, que empiezan a confirmar a través de otros medios de prueba lo que ellos venían diciendo en soledad. Cuando lo exclamaban, eran catalogados, en un primer momento, como antipatrias, colaboradores del Reino Unido, mariquitas. Me estoy refiriendo a una sociedad mucho más machista. Se encontraron documentos donde se explicaba el modo en que se tenía que enseñar Malvinas en las escuelas, el modo en que los medios de comunicación debían hablar de Malvinas y hasta los comunicadores que debían hacerlo. Recuerdo que mencionaban el programa Tiempo Nuevo. Muchos vuelven como prisioneros de guerra en el Canberra. Son ocultados, vuelven con muchos kilos de menos, no hay fotografías casi de sus cuerpos, salvo algunas que aparecieron muchísimo tiempo después y eran casi esqueléticos en algunos casos. Los llevan a unos centros de recuperación, donde les hacían comer para recuperar kilos y mostrarlos en mejor estado. Y ahí primero son interrogados por el mismo equipo que había llevado adelante los interrogatorios durante la dictadura, que no utilizaban otros métodos que aquellos que habían aprendido en la Escuela de las Américas. Les dan otra orden que aparece escrita: «Ustedes son héroes de la Patria, ahora se les pide un nuevo sacrificio, no deben contar determinados acontecimientos que ensucien o puedan ensombrecer la imagen de las Fuerzas Armadas. El heroísmo está tanto en la victoria como en la derrota». Hubo actos heroicos de los que podemos enorgullecernos, pero hay que hablar de lo que para muchos fue una carga muy pesada. Por ejemplo, relato el testimonio de Carlos Amato, que con 18 años tuvo que enterrar a sus compañeros y tuvo la obligación de avisarles a sus familiares porque el Estado argentino no se ocupó de hacerlo.

–Dentro del Gobierno hay una vertiente del nacionalismo autoritario, representada por Victoria Villarruel, que homenajea a los represores en el Senado, y otra del liberalismo encarnada por Javier Milei, que quiere que los kelpers «voten con los pies» para ser argentinos…
–Los kelpers son ciudadanos británicos, no lo eran antes de la guerra. Kelpers significa buscadores de algas. Es una denominación despectiva que les pusieron. Ahora tienen uno de los productos brutos internos más altos del mundo. ¿Por qué? Porque la Falkland Company vende las licencias de pesca sobre nuestro mar territorial. Y yo les diría a aquellos que dicen que es un gasto, que no es considerado un gasto para ninguna de las potencias del mundo que tienen un ojo puesto ahí. Se descubrió que hay petróleo, gas, minerales. Divide el Pacífico del Atlántico y además es el acceso a la Antártida, donde está el 70% del agua potable de las próximas generaciones. Además, esa postura oficial contradice la resolución 2065, que dice que es un conflicto entre dos países que debe solucionarse en el Comité de Descolonización. Estamos frente a prácticas medievales de colonialismo y de imperialismo que claramente deben terminar.

–Investigó la inteligencia en dictadura y en democracia, ¿por qué es tan difícil para el Poder Judicial avanzar con estos temas?
–Los servicios de inteligencia han proliferado fundamentalmente a partir de la Guerra Fría. Hablábamos de la Escuela de las Américas y de la creencia de un enemigo ideológico. Los servicios de inteligencia tienen que estar para cumplir su función que tiene que ver con la seguridad nacional, no con la seguridad interior. Más allá del éxito que pueda tener una investigación, creo que hubo varios momentos en los cuales se generó una discusión de sentido. Y hoy no estamos igual que en el 2019 (Nota de Redacción: cuando se destapó el escándalo alrededor de Marcelo D’Alessio y los servicios del Gobierno de Cambiemos) con los servicios de inteligencia. Hace poco salió una ley en el Congreso donde rechazaron incrementar los fondos reservados para los servicios de inteligencia hasta no saber cuáles son las funciones que cumplen.
«Se descubrió que hay petróleo, gas, minerales. Divide el Pacífico del Atlántico y además es el acceso a la Antártida».
–¿Piensa que su fallo del mes pasado funcionará como un límite a la tentación de los Gobiernos para designar jueces sin el aval del Senado?
–Mi fallo señala que para nombrar un juez de la Corte se necesita el consenso de dos tercios del Senado y que tiene que ser producto de un diálogo político democrático. Un antecedente de esas características –nombrar un juez de la Corte, que es la última instancia judicial y no tiene revisión– hubiera permitido no solamente completar la Corte de ese modo sino los otros 300 cargos que están vacantes. Eso fue un límite que impusieron el Poder Judicial y el Senado de la nación, y que nos hizo acercarnos un poco más a los principios del artículo 1 de la Constitución que establece el sistema republicano de gobierno, diciendo que no estamos en una monarquía.