20 de junio de 2025
Inversión de los polos, cinturón de Van Allen, ¿por qué lo viejo funciona? El diálogo con científicos fue clave en la gestación de la serie. Un viaje de ida y vuelta del laboratorio a los sets de filmación.

Polo científico. Caracterizados como el personaje de Juan Salvo, investigadores de todo el país se movilziaron contra el ajuste en el área.
Foto: Jorge Aloy
Cuando la nieve empieza a caer sobre la Buenos Aires de la serie El Eternauta, además de la gestación del héroe colectivo, empiezan las preguntas: ¿qué pasa?, ¿qué puede haber pasado?, ¿cuál es un destino posible para todo eso? Es el poder de la ciencia ficción, contar un cuento y poner en juego nociones de otro orden, precisamente de la ciencia, de un campo al que en ocasiones le cuesta la comunicación pública y, otras veces, se anima a participar de juegos ajenos. La industria audiovisual hace de ese diálogo una tradición hace décadas, pero en las producciones argentinas, acostumbradas a la fuerza a presupuestos humildes y lógicas más despojadas, no suele ser habitual.
En la serie que escribieron Bruno Stagnaro y Ariel Staltari a partir de la historieta de Héctor Oesterheld y Francisco Solano López, en cambio, fue parte de las bases.
Un amigo en común había hecho el puente en 2018 y desde entonces él y Stagnaro se encontraban en bares porteños a hablar durante horas, recuerda el doctor en física y en filosofía Gastón Giribet. Formado en la facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, como el propio Oesterheld, Giribet fue, junto con su colega Pablo Mininni –entonces director del departamento de Física de la misma casa de estudios–, uno de los dos interlocutores científicos que ayudaron a pensar qué verdad podía fortalecer la ficción y sumar a la historia de la serie.
«Discutíamos mucho sobre la inversión de los polos, lo del cinturón de Van Allen, el problema que tiene tratar de acoplar la inversión de los polos con un cambio climático. Eso no está muy claro cómo hacerlo, pero bueno, como conjetura del personaje de Favali funcionaba. Pensábamos también en qué otras cosas pudieran ocurrir. Por ejemplo, una fulguración solar muy violenta, eso pudo haber pasado, como pasó en la historia de la Humanidad antes, lo que pasa es que entonces no teníamos tecnología para ser afectada. Podía explicar que lo nuevo dejase de funcionar, pero lo viejo no, por ejemplo. Bueno, es cierto, los circuitos nuevos son más sutiles, son más sensibles a rayos cósmicos o a pulsos electromagnéticos generados por tormentas solares o cosas así, y la tecnología vetusta es un poco más robusta. Todo mayor de 50 años se siente un poco reivindicado con este hecho», dice Giribet desde Estados Unidos, donde reside desde que es docente en la New York University.
Sin ser fan de la ciencia ficción («no me gusta, como tampoco me gusta la ópera, aunque amo Wagner y me gustó El Eternauta»), sí tiene una cosa clara sobre las fronteras y una teoría que las vincula: una serie o una película de ciencia ficción «no es un paper» y «la buena ciencia ficción no es la ficción que es 100% impoluta de forma científica. La buena ciencia ficción es la que logra esa transición, ese momento clave en una obra de ciencia ficción en el cual la ciencia le da la posta a la ficción y le dice “a partir de ahora seguí vos”. Esa transición tiene que ser sutil». Cuando la transición falla, no resulta.
No siempre las personas que trabajan en ciencia acceden a participar de otros diálogos, a animarse a comunicar de otra manera. Aunque la imaginación es necesariamente parte de la tarea científica (de otro modo cómo formular preguntas, miradas nuevas, cómo llegar a intentar lo que no se intentó todavía), prestar esa imaginación a otros campos parece ser más difícil.

Viaje de ida y vuelta. Doctores en física y en Filosofía asesoraron a los autores de la serie.
Foto: Prensa
–Es como si hubiera algún temor a banalizar esos conceptos.
–Hay una preocupación del científico de siempre por ser infinitamente preciso. Eso requiere coraje, porque cuando uno quiere ser claro, tiene que siempre decir cosas que no son del todo así, porque si no, no se entendería nada. Imaginate que yo te quiero contar la teoría de las supercuerdas, pero solamente te la escribo en ecuaciones. Puede ser muy preciso, pero no se va a entender nada. Manejar ese equilibrio, la administración de ese equilibrio entre lo difuso de la claridad y lo difuso de la precisión es lo que hace un buen divulgador. Cuando vos hablas con un científico, que puede ser un especialista en su disciplina, pero no está acostumbrado a hacer divulgación o a comunicarse con periodistas, vas a encontrar que usa términos muy técnicos y siempre va a estar preocupado, pero no por la gente que lo lee, sino por sus colegas cuando lo lean. Siempre está esa mirada, el «no te lo puedo decir así porque la gente en el laboratorio a la mañana va a haber leído el mismo diario».
Soledad Quereilhac, investigadora de Conicet sobre «el relato utópico argentino: literatura e historieta», repasa las conexiones y los cambios entre la historieta y la serie, en ese esfuerzo narrativo que llevó a situar en el siglo XXI una historia pensada y situada en mediados del siglo XX. «Ahora hay celulares, estos autos que no funcionan. Hay una vida que se desarma por falta de electricidad. La falta de internet es lo que lo hace sentir hoy como real. En la historieta se corta la luz, pero Juan Salvo tiene un generador, como toda persona que tiene un taller en su casa, que era algo muy de época. En la historieta era importante el manejo de la técnica casera, pero técnica al fin», algo muy usual en las clases medias argentinas del momento en que escribió Oesterheld. «En el caso de la serie, son centrales las carencias de celular y wifi. Hay una reflexión al respecto, en boca de uno de los personajes, que dice algo como “pensar que antes con un poco de wifi el mundo se solucionaba”. Creo que una forma de la serie de hacerle homenaje a la historieta es reinsertar esos conocimientos sobre máquinas del siglo XX al siglo XXI»
Quereilhac, que en la Facultad de Filosofía y Letras dicta una materia sobre literatura fantástica argentina del siglo XIX y XX (que, obviamente, incluye El Eternauta, la historieta), cree que esa fusión de la ciencia, la técnica cotidiana, las carencias y lo indudablemente situado en Argentina tiene otra consecuencia narrativa. «Habla de cómo nos las arreglamos con lo que tenemos. Y también de esos desniveles que hay en Latinoamérica. Esas diferenciaciones de poder adquisitivo y también de etapas tecnológicas, donde lo viejo convive con lo nuevo. Si esta nevada mortal cayera en Estados Unidos, no sé si hay tantos autos viejos en la calle para usar».
Más que Juan Salvo y su camino tortuoso del héroe, el personaje cuyo nombre vuelve una y otra vez es Favalli: el profesor universitario, el que resuelve situaciones de supervivencia apelando a saberes científicos, el que se pregunta qué está pasando, y elabora conjeturas. «Todos dependen del conocimiento de Favalli», observa Quereilhac.
Son esas conjeturas, señala Giribet, las que «expresan las preguntas que nos hacíamos a la hora de discutir» sobre ciencia y ficción. «Discutíamos bastante, pero no sobre la verdadera razón de lo que pasaba, sino lo que a un tipo se le podía pasar por la cabeza para explicar lo que pasaba –recuerda–. Favali en un momento dice “estas son partículas del mismo cinturón de Van Allen”. ¿Por qué? Porque está pensando “esto no puede ser nieve, tiene que ser otra cosa”».
Esa otra cosa se la prestó la ciencia.