25 de abril de 2018
El área agrícola del país ha sufrido una severa escasez de precipitaciones durante el pasado verano, constituyendo un evento con fuerte impacto negativo. Esta situación afectó fundamentalmente a los cultivos de soja y maíz, que constituyen el grueso de la producción agrícola nacional. Los pronósticos iniciales de cosecha eran de 55 millones de toneladas para la soja y de 49 millones para el maíz. Las estimaciones más recientes se redujeron a 40 y 39 millones, respectivamente, totalizando una baja de 25 millones de toneladas solo en estos dos cultivos por efecto de la sequía, situación solo comparable a lo sucedido en el ciclo 2008/09.
Esta caída en el volumen de cosecha determina una contracción en los ingresos brutos de los productores que puede estimarse en el 20%, suponiendo una evolución de precios relativamente optimista. Obviamente, ello arrastraría a toda la cadena, afectando la demanda de insumos, maquinaria agrícola y servicios relacionados con la actividad. Por cierto, existe el riesgo de que la seca se prolongue, dado que los factores meteorológicos que la sustentan aún persisten (fenómeno «La Niña»). De mantenerse esta situación, la siembra del trigo y la cebada del ciclo 2018/19 podrían verse afectadas.
Teniendo en cuenta que el complejo oleaginoso y cerealero suma el 45% de las exportaciones totales, es fácil comprender la incidencia que podría tener sobre las cuentas externas. Si bien a corto plazo la baja en la cosecha puede ser en parte compensada mediante la liquidación de los stocks de la cosecha anterior, tal situación es incierta, dado que el cronograma de reducción de las retenciones sobre la soja (0,5 puntos porcentuales al mes) resulta un incentivo a retener los granos. Bajo este escenario, el déficit entre exportaciones e importaciones para este año podría estirarse bastante más sobre lo ya previsto.