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Bajo fuego

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Manuel Alfieri

Continúan los ataques entre Israel e Irán y crece el temor de una guerra total. Llamados de la comunidad internacional a una desescalada. La posición de Trump y los objetivos de Netanyahu.

Teherán. Humo y llamas en el depósito de petróleo de Shahran, ubicado en la capital iraní, este 15 de junio.

Foto: Getty Images

Israel e Irán agregaron en estos días un nuevo capítulo bélico a su larga historia de enemistad. Lo hicieron con una escalada militar sin precedentes, que en tan solo cinco jornadas ya mostró su peor cara: edificios reducidos a escombros, víctimas civiles en ambos lados, permanentes sirenas de alerta, tensiones exacerbadas, instancias diplomáticas dinamitadas y preocupación global por el inicio de una guerra total que, como toda guerra, se olfatea incierta en términos de duración y consecuencias.

La mecha la encendió Israel el viernes de la semana pasada, cuando inició la «Operación Nación de Leones», un ataque aéreo contra instalaciones militares y centros nucleares de Irán que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, consideró «defensivo». El objetivo, dijo, es destruir «el corazón del programa nuclear iraní».

Sin aportar información concreta al respecto, el premier aseguró que el Gobierno iraní produjo en los últimos meses una cantidad de uranio enriquecido que le permitiría fabricar nueve bombas atómicas –otro funcionario afirmó que eran quince– en un período muy breve. Como se sabe, Israel –enemistado con muchos países de la región– no acepta que ninguno de sus vecinos cuente con centrales atómicas, ya que lo considera un peligro para su seguridad. El problema es que tampoco acepta firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear, que restringe la posesión de armas nucleares y es una de las exigencias de Irán para llegar a un acuerdo con Estados Unidos en las negociaciones por su propio plan nuclear.

La «ofensiva-defensiva» israelí provocó la muerte de varios científicos, altos funcionarios y jefes militares iraníes. Entre ellos, Ali Shamkhani, estrecho colaborador del líder supremo del Gobierno de Irán, Alí Jamenei, y principal negociador en la mesa de conversación con Estados Unidos. El diálogo entre ambos países, reiniciado hace solo dos meses para hallar soluciones a la cuestión nuclear por la vía diplomática, quedó literalmente sepultado después del ataque de Israel. De hecho, el pasado domingo debía celebrarse una nueva reunión que, por supuesto, fue cancelada.

Sin tregua
La ofensiva exacerbó las tensiones en una región ya de por sí muy convulsionada. «Irán no inició esta guerra, pero responderá proporcionalmente al nivel del ataque», aseguraron desde Teherán. Palo por palo, misil por misil: desde el viernes hasta hoy, el Gobierno persa bombardeó distintas ciudades israelíes, incluida Tel Aviv. El 95% de los proyectiles fue interceptado por la famosa Cúpula de Hierro, el sólido sistema de defensa israelí. Sin embargo, los que escaparon al control de la Cúpula ocasionaron la destrucción de edificios y negocios en zonas céntricas, más de 600 heridos y 24 muertos.

Del lado iraní, y al cierre de esta nota, las víctimas fatales eran 224 y los heridos superaban el millar. La mayoría de los muertos son civiles y, dentro de los civiles, mujeres y niños, personas que nada tienen que ver con este conflicto. El Gobierno de Israel suele responder a las críticas por su accionar militar con el argumento de que siempre realiza «ataques medidos» o contra «objetivos específicos». Esta vez no fue la excepción. Desde Irán, un funcionario del Ministerio de Exteriores comentó al respecto: «¿Precisión quirúrgica? Apuntarle a familias, niños y mujeres… Esa es la barbarie rutinaria». Nada muy distinto a lo que sucede en Gaza o Cisjordania, territorios en los que el Gobierno israelí es denunciado, entre otras cosas, por destruir escuelas u hospitales. 

Tras el ataque, las principales voces de la comunidad internacional pidieron poner paños fríos para evitar el estallido de una guerra de magnitudes mucho mayores. Así lo hicieron Rusia, China, la Unión Europea (UE) y la ONU, con la sorpresiva excepción de Estados Unidos, que hasta hace pocos días desalentaba cualquier opción militar contra Irán y priorizaba la continuidad de la mesa de diálogo. Sin embargo, ante la desobediencia de Netanyahu, a Donald Trump no le quedó otra que dar una pirueta discursiva para apoyar la ofensiva israelí y prometer consecuencias aún más graves para el Gobierno iraní. «Irán debería haber firmado el acuerdo que le pedí», escribió en la red social Truth. «¡Todos deberían evacuar Teherán de inmediato!», agregó luego, sin dar más detalles sobre el asunto. ¿Será solo otra de sus habituales declaraciones catastrofistas? ¿O tiene alguna información sobre un próximo gran ataque sobre la capital iraní?

La otra gran pregunta que se hacen los analistas estadounidenses es cuánto se involucrará Trump en esta guerra. Desde Irán no dudan: Estados Unidos ya está adentro. De hecho, sostienen que el ataque israelí no hubiese sido posible sin la ayuda de la Casa Blanca. Si así fuera, el magnate estadounidense perdería uno de los pocos logros que ostenta desde su primer mandato: el de no haber iniciado nuevas guerras. 

Bombardeos. Muertos y edificios destruidos en Petah Tikva, ciudad de Israel, tras una ofensiva con misiles de Irán.

Foto: NA

Fantasmas del pasado
La intromisión estadounidense en Oriente Medio trae por estos días el inevitable recuerdo de la invasión a Irak en 2003. Si bien mucha agua corrió bajo el puente en estos más de 20 años, y aunque el contexto internacional es diferente, cabe recordar que dicha ofensiva también se sustentó sobre la sospecha de la elaboración de «armas de destrucción masiva». En ese caso, por parte del Gobierno iraquí de Saddam Hussein. La historia es conocida: nunca se demostró que Irak tuviera esas armas y la invasión solo produjo caos, guerra civil, la aparición de nuevos grupos terroristas y mayor tensión a nivel regional. Como en aquel entonces, nada hace suponer que ahora la intervención de Estados Unidos vaya a mejorar las cosas.

Del análisis tampoco puede omitirse la situación política interna del Gobierno israelí y, en particular, el delicado momento que atraviesa Netanyahu. La semana pasada, el primer ministro enfrentó un pedido de destitución en el Parlamento, al que solo logró eludir gracias a un acuerdo con los sectores ultraortodoxos. Su gestión viene golpeada desde el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 y su fallida política para recuperar a los israelíes secuestrados. Su nivel de apoyo popular viene cayendo en picada desde entonces, por lo que la ofensiva contra Irán –al igual que el permanente asedio contra Gaza– puede explicarse como una maniobra distractiva y un intento por perdurar en el poder a partir del sostén emocional y el respaldo que suele brindar la guerra, incluso a un Gobierno tambaleante.

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