Cultura | 90 AÑOS SIN CARLOS GARDEL

El cantor que se inventó a sí mismo

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Mariano del Mazo

El accidente de avión en Medellín le dio un vuelco trágico a una leyenda que mantiene su vigencia hasta nuestros días, desde su origen tanguero hasta su proyección internacional.

Ícono pop. Gardel supo utilizar con habilidad los medios de comunicación de su época: la radio, el disco y el cine.

Foto: Getty Images

Aún en tiempos de inteligencia artificial, es imposible verificar la mágica sentencia popular que determina que «Gardel cada día canta mejor». Sí es una verdad incuestionable su vigencia: su obra respira en todos los repertorios, y no solo de tango. Sigue siendo abordado desde múltiples aristas. El domingo 22, por caso, dos días antes de los 90 años de la tragedia de Medellín, en el (ex) CCK –una excepción dentro del abandono oficial de las actividades culturales– se desarrolló un encuentro con un título inmejorable: «Gardel pop».

El afiche promocional era su rostro intervenido a la manera de Andy Warhol con el de Marilyn Monroe. En ese concierto, generaciones distantes a la del Zorzal abordaron clásicos desde una óptica actual: un diálogo entre el presente y el pasado. Con un ensamble bajo dirección y arreglos de Marcelo Ezquiaga, cantaron Kevin Johansen, Goyo Delgado (de Bándalos Chinos), Príncipe Idiota, María Ezquiaga, Dina, TiziShi y Nicolás Kramer (de El Robot bajo el agua).

Todo el tiempo, en diversas circunstancias, los homenajes se repiten. No es necesario que provengan de una institución: en las tanguerías para turistas y en los templos under del género porteño, en los subtes y hasta en la imagen de un perfume, Gardel está presente. Cada 24 de junio esa omnipresencia aparece subrayada: en Buenos Aires y Montevideo, la figura de Gardel funciona como un dios pagano del Río de la Plata que nos escudriña desde una fotografía.

A 90 años de la muerte, queda cada vez más claro que Carlos Gardel, Carlitos, El Zorzal criollo, El Mudo, el Mago, se inventó a sí mismo. Como si hubiera habido una planificación que comenzó a trazar en algún tugurio del Abasto, a principios del siglo XX. Ese bosquejo no pudo prever el accidente de Colombia, pero paradojalmente fue el fuego del avión el que cristalizó la parábola de su leyenda.

Observar su carrera es como definir un molde con el que en estos casi cien años ídolos de diferentes géneros armaron sus carreras. Por eso es tan precisa la idea del «Gardel pop». Supo utilizar con habilidad los medios de comunicación de su época, que eran los primeros palotes de la actual e inabarcable industria del entretenimiento. Entonces fueron la radio, el disco y el cine sonoro. A ese talento, digamos mediático, habrá que sumar la fotogenia y el cuidado casi femenino ante la cámara: no existe imagen del cantor desaliñado o en una situación engorrosa.

Sabía de la importancia de la imagen y de lo que después se llamó marketing. Solo así pudo bajar sustancialmente de peso, con la ayuda de su amigo Julio De Caro, que lo acompañaba al gimnasio, de 118 a 75 kilos. También la importancia de un elemento como el misterio: desde el lugar y la fecha de nacimiento –que han originado ensayos que fomentaron una pueril disputa entre argentinos y uruguayos– hasta su historia amorosa. Gardel jugó al enigma. Más de medio siglo antes de Sandro o del Indio Solari, para citar solo a dos, Carlitos supo cómo alimenta el misterio el fuego de los ídolos.


Pionero del videoclip
Nada hubiera funcionado sin el sostén del genio artístico y el tesón. Grabó alrededor de 700 tangos. Los más conocidos corresponden a la última etapa, la de las películas: punta de un iceberg que contempla en esencia la canción criolla, pero también foxtrots, jotas, canzonetas, fados.

Hay razones por las cuales ese cancionero fue el más difundido. Una es estética: en letra, música, interpretación vocal y acompañamiento orquestal, se trata de un rapto de inspiración que ubica a la dupla con Le Pera en una aristocracia de la canción mundial en la que conviven desde George & Ira Gershwin hasta Lennon & McCartney. Otra tiene un costado más sutil: por consigna de la Paramount, Le Pera evitó rasgos localistas. Gardel, gran cantor de versos lunfardos y arrabaleros, le sacó brillo aquí a un repertorio de raigambre porteña pero internacional. También el sonido tiene una calidad poco habitual para la época.

Gardel sabía que su estampa potenciaba a la música. A años luz de MTV, entendió el concepto del videoclip. Entre 1930 y 1931 filmó en Buenos Aires bajo la dirección de Eduardo Morera diez cortometrajes, auténticos protoclips, algunos con breves dramatizaciones, como en «Yira, yira», junto a su autor Enrique Santos Discépolo. En el mismo sentido, con rigor publicitario, podía fotografiarse disfrazado de gaucho o con mundanos smokings.

Es curioso el mito, si se soslaya el accidente. En su última etapa casi no pisa Buenos Aires. Salta de gira en gira. Actúa en los principales teatros de Europa y algunos lo critican desde el pago chico por esa tendencia a la «internacionalización». Pero Gardel era Gardel: se puede decir que sabía todo, también cómo se legitima el artista argentino cuando triunfa en el exterior.

Lo dijimos: se inventó a sí mismo. Aunque el poeta Humberto Costantini habla de una construcción colectiva, algo que postula en un poema hermoso, que dice: «Para mí, lo inventamos/ seguramente fue una tarde de domingo/ con mate, con recuerdos, con tristeza, con bailables/ bajito en la radio, después de los partidos». Para concluir: «Y nos salió morocho, glorioso, engominado/ eterno como un Dios o como un disco».

Hace 90 años, el avión que lo conducía a Caracas explotó al iniciar el vuelo en Medellín, y lo que iba a ser la conquista del mundo cedió a la leyenda. La foto está intacta: nos muestra esa sonrisa, sí, eterna, que es como una contraseña, un código de barras para acceder a un mundo color sepia, invariablemente más amable que el actual.

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