Informe especial | MIGRANTES

Expulsados y a la deriva

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Telma Luzzani

Dejar la tierra natal es una tragedia para millones de personas que huyen de las guerras, la pobreza, la persecución política y las catástrofes. Derechos vulnerados, estigmatización y lucro.

Italia. Traslado de un grupo de «sin papeles» desde la isla de Lampedusa.

Foto: Getty Images

Migrar ha sido siempre una pulsión humana, un deseo de búsqueda, una curiosidad de conocer culturas diferentes, un ansia de perfeccionarse en el estudio o el trabajo jugando con otras alternativas. Pero no siempre las motivaciones son tan positivas.

Migrar también puede ser una tragedia cuando dejar la tierra natal es una decisión forzada por la miseria, la falta de trabajo o la persecución política; cuando las guerras, los genocidios o las limpiezas étnicas empujan a un pueblo a abandonar sus hogares para salvarse o cuando los cambios climáticos y los desastres ambientales ponen la vida al borde de lo imposible. 

A finales del 2024, una de cada 67 personas en el mundo se vio obligada a abandonar su país por la fuerza. Según la ACNUR (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados) hubo 123,2 millones de seres humanos que tuvieron que migrar más allá de su voluntad. En relación al año anterior, 2023, significó un incremento del 6%, es decir, 7 millones más de desplazados forzados. En relación a la década pasada, la cantidad se duplicó.

No obstante, si se tiene en cuenta la cifra total de migraciones internacionales por año, los traslados voluntarios son más que los forzados. Según la División de Población de la ONU, en 2024 un 3,7% de la población mundial, es decir, unos 304 millones de personas eligieron vivir en otro país. De este total, el 48% son mujeres. Si se observa un período más prolongado de tiempo, es notable el aumento de las migraciones internacionales. La cantidad del 2024 mencionada más arriba duplica la de 1990 y es la mayor en la historia desde que se lleva registro.

Dos curiosidades. Una: ¿cuál es el país que acoge al mayor número de refugiados en el mundo? Irán. Según el Informe de Tendencias Globales 2024 de ACNUR, ese país recibió 3,5 millones de refugiados, la mayoría de Afganistán. El estudio no investiga el país que más expulsa migrantes, pero con la política antiinmigratoria de Donald Trump es fácil deducirlo.

Dos: ¿cuál es el país con mejor predisposición para acoger refugiados? Argentina. El informe «Actitudes globales hacia los refugiados», realizado por la consultora IPSOS, revela que el 74% de los argentinos es favorable a que el país los reciba. ¿Será por el hecho de haberlo vivido en carne propia? Según la Organización Internacional de Migraciones, por la crisis económica de 2001, más de 800.000 argentinos se fueron del país. En 2004, el dinero que nuestros compatriotas enviaron a sus familias desde el extranjero fue de cerca de 900.000 millones de dólares.

Esta actitud argentina no es la de la mayoría de las sociedades ricas del norte global. Por el contrario. En Europa y Estados Unidos cada vez más la palabra inmigrante se asocia a delincuente. No es casualidad: la construcción e instalación de percepciones a través de la propaganda y los medios de comunicación ha logrado que gran parte de la opinión pública los vea como un «problema» o, directamente, como «enemigos».


Los «sin papeles»
Hace un siglo, la demanda laboral de los países industrializados motivó políticas favorables a la inmigración. Los desplazamientos eran vistos, entonces, como una panacea. De a poco, de acuerdo con las necesidades políticas y económicas de los países centrales, esa percepción varió.

Lelio Mármora, sociólogo (UBA) doctorado en La Sorbona, en su libro Las políticas de migraciones internacionales, analizó cómo a partir de la década de los 90, la cuestión migratoria domina el centro de las preocupaciones de la «comunidad internacional» neoliberal.

Irán. Refugiados afganos en uno de los países que mayor cantidad de migrantes recibe.

Foto: Getty Images

«En la década del 30, se instala la lógica de proteger la mano de obra nacional frente a la competitividad extranjera. En los 40 asume un tinte político cultural de protección a los “valores nacionales”. (…) En los 80 se suman nuevas argumentaciones –cuestionando de paso el Estado de bienestar– y crece la percepción de saturación de los servicios sociales disponibles. En los 90, se incrementa la perspectiva desde la seguridad (…) y aparece el relativamente nuevo sistema del tráfico ilegal de personas organizado internacionalmente», escribió Mármora. 

Este «nuevo tráfico» incluye no solo el lucro de las mafias que trasladan por altas sumas de dinero y sin garantías a quienes necesitan marcharse de su país, sino también la trata de personas, es decir, el tráfico ilegal de seres humanos que son obligados a migrar para ser explotados laboral o sexualmente. 

«Luego de las armas y las drogas, el tráfico de personas es el que mayor dinero produce en el mundo», afirma la escritora y periodista Cristina Civale, en su libro Esclavos, donde analiza detalladamente este tipo de delito. «Según cifras de la ONU, se mueven alrededor de 21.000 millones de dólares anuales en este negocio».

Hoy, cuando el capitalismo financiero salvaje se encuentra en uno de sus puntos de máxima crueldad, los inmigrantes, especialmente los «sin papeles» (muchos de ellos con títulos universitarios), han pasado a ser subhumanos a los que se los explota o se los descarta sin piedad.

Existe todo un sistema aberrante que los mantiene «clandestinos» para que las grandes empresas evadan impuestos, incumplan derechos laborales y se enriquezcan con el trabajo en negro. «Según un informe del 2003, la patronal española, por el costo de un trabajador legal, puede contratar 2,7 trabajadores ilegales», asegura Civale. 

Hoy, además, los «sin papeles» les dan letra a los Gobiernos de ultraderecha para ejercer la mano dura, justificar la «seguridad» militarizando la vigilancia (de toda la sociedad) y para tomar decisiones salteándose los Parlamentos y los caminos de la democracia.

El 8 de julio de 2013, Francisco, en su primer viaje como papa, desde la isla de Lampedusa lanzó una guirnalda de flores al Mediterráneo, convertido en un cementerio por la cantidad de inmigrantes que han muerto intentando llegar a las costas de Europa. «Buscaron un poco de serenidad y paz y encontraron la muerte», reflexionó Francisco y pidió que dejemos «de estar encerrados en el propio bienestar que lleva a anestesiar el corazón».

La inequidad social, la destrucción de la madre Tierra y la migración forzada son símbolos de un sistema capitalista que solo siembra ruinas y muerte y que, tarde o temprano, debe acabar. 

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