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Fábula política

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Alejandro Lingenti

Menem
Director: Ariel Winograd
Protagonistas: L. Sbaraglia, J. Minujín, G. Siciliani, G. Marengo, M. A. Caponi
Amazon Prime

Sólidos. Siciliani y Sbaraglia le dan vida al matrimonio de Zulema y Menem.

No había forma de que una serie sobre una figura tan controvertida como la de Carlos Saúl Menem no despertase polémica. Sobre todo en un momento como el que vive la Argentina, con un Gobierno que, igual que sus acólitos, reivindica la figura del riojano e incluso aplica políticas que están en sintonía –con las diferencias obvias que implica el paso del tiempo– con aquellas que cambiaron la configuración económica de la Argentina en los años 90. 

Menem, la serie de Amazon Prime Video dirigida por Ariel Winograd, es primero que nada un retrato de época. Y en ese sentido funciona en tándem con Coppola, el representante, la producción de Disney+ de este mismo director, por cronología y por estilo. Siempre cómodo en el terreno de la comedia, Winograd eligió para este relato, dividido en seis capítulos que rondan los 45 minutos cada uno, un tono ligero, pícaro, por momentos paródico, afín a las características más conocidas del personaje. La valoración sobre el papel de Menem como presidente la puede hacer cada espectador, pero está claro que al hijo dilecto de Anillaco no le faltaba sentido del humor ni carisma. 

¿Pierde densidad la pintura del expresidente por este enfoque? Depende. Todas las escenas destinadas a contar sus excentricidades (su megalómano apego a los desafíos deportivos, su condición indeclinable de seductor y mujeriego, sus indolentes estrategias para resolver conflictos, la construcción de la célebre pista de aterrizaje en el pueblo donde nació) están tamizadas por la ironía. Si esa elección «humaniza» (como curiosamente se ha dicho bastante) o justifica, también es discutible. Hay que decir que las escenas que ostensiblemente son ocurrencias sin pruebas concretas de estar basadas en sucesos reales (Menem bailando en la Rosada con un grupo de odaliscas, por caso) pueden causar gracia, pero no lo dejan necesariamente bien parado ni producen empatía. 

Winograd ya había apelado al tono tragicómico y de «comedia con trasfondo serio» en películas como El robo del siglo y Sin hijos. Ahora vuelve a balancear el absurdo con conflictos personales o sociales profundos y es notorio que sabe cómo mantener el equilibrio para que la narración avance y atrape. Menem es una serie dinámica, entretenida, sin baches, con personajes bien construidos, en particular aquellos que son pura invención y aparecen por la necesidad de afinar y afirmar el relato (el fotógrafo personal Olegario Salas encarnado por Juan Minujín o el Ariel Silverman de Guillermo Marengo, que sintetiza en un solo rol a varios colaboradores cercanos del exmandatario como Kohan, Corach o Bauzá). 

Si muchos de esos protagonistas de una época tan decisiva para el país (los años de las amañadas privatizaciones de empresas públicas, la peligrosa ficción del 1 a 1, los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, la misteriosa muerte de Carlos Junior, el estallido de la fábrica militar de Río Tercero, de todos los hechos que de un modo u otro condujeron a la tremenda crisis de 2001, en suma) no son demonizados sin más, esto puede explicarse más por las necesidades de una trama ficcional que tiene su propia lógica que por alguna intención aviesa de justificar.

La serie está sostenida por su frenético ritmo narrativo, su variedad de recursos (el montaje veloz, las imágenes abruptamente congeladas, los sobreimpresos en pantalla para presentar resumidamente hechos o personajes), una buena recreación de época (no solo por el vestuario y el look general de las locaciones, sino también por su captura precisa del ambiente y del humor social) y las actuaciones sólidas de un elenco muy parejo en el que se lucen Minujín, un Leonardo Sbaraglia sorprendentemente transformado, Marco Antonio Caponi (el asesor ficticio Silvio Ayala, un soldado tan fiel como amoral) y Griselda Siciliani como Zulema Yoma. 

De nuevo, es opinable si le hace justicia o no a esos años que definieron un rumbo distinto para el país y desembocaron en un desastre del que todavía resuenan ecos. Hechos muy polémicos como los dos atentados y el desastre de Córdoba –relacionado con el escándalo por el contrabando de armas a Ecuador y Croacia– están reflejados superficialmente. Y la aprobación al proyecto de Zulema y Zulemita tuvo un costo evidente. Pero también es cierto que la serie logra pintar a un personaje y a su entorno con eficacia y un humor no siempre condescendiente. Y que se trata, como señaló indignado Eduardo Menem, hermano del protagonista central, de «una gran fábula». El objetivo que se propusieron Amazon y Winograd, queda claro.

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