13 de agosto de 2025
La gestación por sustitución plantea dilemas éticos complejos. ¿Técnica de fertilización asistida o forma de explotación de mujeres vulnerables? ¿Negocio o derecho? Claves de un debate que recién comienza.

Las últimas noticias sobre subrogación de vientres o gestación por sustitución en Argentina incluyen el relato feliz, casi publicitario, de una mujer que gestó mellizos para una pareja de varones australianos a cambio de 12.000 dólares, el relato dolido de una joven que fue abandonada por la agencia que la contrató y terminó abortando, la autorización judicial a una pareja para que una amiga geste a su hijo o hija, el drama de una beba prematura que fue rechazada por la pareja que pretendía criarla y por la persona que la gestó, por lo que terminó institucionalizada, y al menos una causa abierta por presunta trata de personas. Un abanico tan amplio como el debate en torno a una práctica que –en las sombras‒ parece cada vez más instalada.
Hace años –décadas, incluso‒ que la tecnología permite gestar en vientres ajenos. De tanto en tanto el tema se cuela en el debate público por involucrar a alguna celebridad. El polémico comentario de Marley sobre las decisiones que tomó en el parto de la mujer que contrató para gestar a su hija, la disonante construcción familiar del multimillonario Elon Musk o la historia médica de Luciana Salazar que la llevó a optar por la subrogación de vientre. Lejos de la farándula, la práctica de gestar en vientres ajenos se vuelve creciente.
«¿Qué agencia recomiendan?». «Mejor hacerlo de forma particular, por contacto directo». «Somos Pablo y Tomás, estamos casados, buscamos a alguien que geste para cumplir nuestro sueño» (posteo seguido por 49 ofrecimientos de mujeres dispuestas a llevar a un bebé para ellos en su vientre). «¿Qué dicen en la escuela de sus hijos cuando gestan? Si vas a pensar en el “qué dirán”, sonaste». «Ya pasé por dos gestaciones, busco interesados para la tercera. Tengo 29 años y dos hijos, soy sana».
Los comentarios se multiplican en uno de los grupos de Facebook sobre subrogación de vientres en Argentina. Hay quienes comparten su experiencia, hay quienes buscan repetirla, hay quienes ofrecen sus panzas y hay quienes piden por esas panzas. Hay quienes comparten contratos, hay quienes detallan montos en juego, hay quienes recomiendan o fustigan tal o cual agencia de fertilidad. Hay quienes reclutan. Hay de todo, y crece a la par de un debate que también es diverso: ¿qué hacer ante la gestación por sustitución?
De qué hablamos
¿En qué consiste la gesta por sustitución? La periodista y activista feminista colombiana Catalina Ruiz-Navarro lo explicó así de sencillo en el portal Volcánicas: «Es una práctica mediante la cual uno, o varios embriones con el material genético de las personas A y B (les intencionales) se implanta en una tercera persona, C (la gestante), quien lleva a término el embarazo y pare une bebé que será le hije de la pareja AB, o solo de A, si es que B fue une donante de óvulo o esperma. Esto es posible gracias al gran desarrollo de las tecnologías reproductivas, especialmente durante el siglo XX, que finalmente lograron la reproducción humana sin sexo en 1978, cuando se hizo la primera fertilización in vitro».
La técnica marcó un punto de inflexión en materia de derechos reproductivos y al mismo tiempo fue el punto de partida para un entramado de dilemas éticos, en un universo que roza lo distópico e incluye embarazos por contrato, agencias reclutadoras y paquetes de turismo reproductivo.
Una psicóloga que trabaja para una abogada especializada en familia cuenta su rol ante un proceso de subrogación en curso: le encomendaron entrevistar a posibles gestantes para una pareja europea de varones que anhela un bebé con su carga genética. El plan que encaran es buscar una mujer que geste en Argentina, que el nacimiento se concrete en México y que el bebé se inscriba como hijo de los dos padres, con la nacionalidad de ellos.
La psicóloga entrevista a las candidatas que selecciona la abogada. Varias son descartadas: por no tener hábitos saludables o por dar indicios de no comprender cabalmente de qué se trata lo que está por atravesar. La elegida tiene 27 años, dos hijos, en sus partos no hubo complicaciones, tiene trabajo y pareja estables, sus vacunas están al día, aceptaría gestar más de un bebé y dispone de familiares capaces de acompañarla y asistirla durante el embarazo. En las fichas que completa al quedar seleccionada debe indicar cómo es su rutina, qué come, cómo se cuida y un largo etcétera. Todo forma parte de su historia clínica como gestante, documentación anexa al contrato que firman las partes.
En Argentina rige un vacío legal sobre el tema. Si bien hubo una veintena de proyectos para regularlo, ninguno prosperó. Según el Código Civil y Comercial de la Nación, vigente desde 2015, «los nacidos por las técnicas de reproducción humana asistida son hijos de quien dio a luz y del hombre o de la mujer que también ha prestado su consentimiento previo, informado y libre» (artículo 562). En la Ciudad de Buenos Aires, entre 2017 y junio de 2024 se allanó el camino para la inscripción de bebés nacidos por subrogación a partir de una medida cautelar que permitía el registro como hijo de madres y padres intencionales. Tras la suspensión de esa cautelar, cada caso se dirime individualmente en el ámbito judicial.
Una mirada desde la bioética
Ingrid Brena Sesma es doctora en Derecho y fue coordinadora del Núcleo de Estudios en Salud y Derecho del área de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Comenzó a incursionar en la gestación por sustitución –como prefiere llamarla– cuando fue convocada a escribir su definición para un diccionario de bioderecho y bioética. Ese trabajo enfocó su postura: hoy considera que se debe regular para evitar una práctica clandestina que termina dando más poder a las agencias que fomentan el negocio. Entiende, además, que se trata de respetar los derechos reproductivos de quienes por algún motivo no pueden gestar. Y que debe ser encarada como una política pública.
«Después de ver tantos casos y estudiar más a fondo lo que son los derechos reproductivos y el malestar que causa en las mujeres la infertilidad, creo que con la salvaguardas suficientes para las partes que intervienen es una figura benéfica», opina la investigadora, en una entrevista con Acción desde México. «Los grupos muy conservadores que están en contra de la gestación por sustitución dicen que debe prohibirse y de esta manera van a evitar que el hecho ocurra. Pero la verdad es que aunque se prohíba se está realizando en muchos países. En la clandestinidad. Y cuando hay clandestinidad no queda nadie beneficiado, ni los mismos que quieren evitarlo. Se encuentran en una situación muy vulnerable tanto la gestante como los comitentes. Ni hablar de los riesgos para el menor que va a nacer», plantea.
Esos riesgos, señala, tienen que ver con la vulneración de la identidad o con «engaños» para inscribir a un bebé como propio tras un nacimiento por subrogación. «Si no legislamos, ese chico se queda sin identidad o adquiere una falsa, lo cual luego promueve conductas ilícitas.
«No hay que estigmatizar a la maternidad subrogada. Hay que aceptarla –propone Brena– Hay que tener en cuenta que los comitentes tienen derechos reproductivos y la ciencia ya permite este tipo de procedimientos. Hay que respetar la autonomía de la mujer gestante. ¿Por qué vamos a considerar que vale menos? Lo que tenemos que asegurar es que cuando tome su decisión sea un ente autónomo y con suficiente protección legal creo que las partes se equilibran. Y, sobre todo, con la protección de los menores que van a nacer».
La mirada contraria
Mariana Cristina es filósofa (Unsam) y magíster en Bioética (Flacso). Trabaja en un abordaje ético de la subrogación y para su doctorado analiza los debates al respecto dentro del feminismo. Para encarar el tema se preguntó primero cómo llamarlo: eligió hablar de relación de sustitución del embarazo. Porque implica dar cuenta de una cuestión relacional –no solo una forma de reproducción asistida– y para recuperar la noción de embarazo.
«Desde mi posición, no es una técnica de reproducción asistida. En todo caso es un tipo de acuerdo que posibilitan las técnicas reproductivas. No es lo mismo. Usan in vitro, usan técnicas reproductivas pero para otro tipo de acuerdos, que implican otra cosa», define.
Otro de los ejes de su trabajo apunta a incorporar una mirada contextual al indagar la autonomía de quienes deciden gestar. «No estoy diciendo que las personas que gestan para otras no tengan agencia o voluntad. Digo que no considerar como un factor muy importante lo contextual, la situación de la que vienen, las oportunidades que han tenido en su vida y el para qué lo hacen es complejo», señala. «Es uno de los temas en los que no hay acuerdo dentro de los feminismos. Comparte muchas cuestiones con la discusión sobre el trabajo sexual», compara.
«Poner un foco de duda sobre esta práctica no significa estar en contra de la diversidad. Significa poner el eje en las asimetrías de poder –contrasta–. Hay una tendencia a desbiologizar los vínculos sociales que me parece muy interesante. Los vínculos sociales son mucho más que vínculos genéticos y biológicos, pero, ¿qué pasa si bajo ese argumento se justifica el hecho de recurrir a otra persona que geste para vos y está en una situación de desigualdad socioeconómica? En un sistema como este que todo lo mide bajo la lógica del mercado, es poner otro elemento más, otra práctica, bajo la lógica del mercado, que ya sabemos cómo funciona».
«Lo que está de base es hasta dónde un deseo –el de tener un bebé– se puede convertir en algo exigible. Sobre todo cuando implica una persona que gesta en condiciones diferenciales en el ámbito social», resume. Reconoce que «algo hay que hacer» ante una realidad creciente incluso en Argentina, y se considera «abolicionista, pero consciente de que si la práctica no se prohíbe a nivel global el negocio migra».
Derechos reproductivos que merecen ser garantizados. Derechos de personas gestantes con capacidad de decidir sobre sus cuerpos. Autonomías que deben ser respetadas. Y factores contextuales a tener en cuenta sobre esas autonomías. Desigualdades sobre las que se apoya todo lo anterior. Contratos, normativas y dinero para dar vida a bebés. Regulaciones limitadas por fronteras, en torno a una práctica que no se rige por fronteras. La encerrona ya es un hecho.