Humor

La mancha

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Santiago Varela

Un indicador de que la locura se va expandiendo por el país como una mancha de aceite es que últimamente el aceite llegó al estado del clima. Así es, el tiempo también se volvió loco y para salir de mi casa no sé si ponerme una chomba o el sobretodo.

Por si acaso me puse los dos y salí por la tardecita de Buenos Aires que tiene ese qué sé yo, ¿viste?

Camino unas cuadras y me encuentro con el crédulo del barrio, Pepe Melascreotodas, que me abraza y me dice: –Salud, hermano. ¿Te enteraste de ese pastor pentecostal que dejó 100.000 pesos en una caja de seguridad, Dios hizo el milagro y al abrirla se encontró con 100.000 dólares cara grande? ¡Aleluya, aleluya!

–En realidad, lo que me parece un verdadero milagro es que alguien gaste plata alquilando una caja de seguridad para guardar… ¡pesos! Eso sí que es un milagrazo.

Lo dejé a Melascreotodas que, como no tenía guita, estaba averiguando si poniendo una tarjeta de crédito en el cajón de la mesita de luz, en lugar de una caja de seguridad, se producía el milagro y me las tomé.

Me iba y me acordé, hablando del tema, que mucha gente puso un voto en la urna y el gran milagro fue que ese voto, junto con otro anterior, se convirtió en una deuda de 60.000 millones de dólares. Milagro este, el de convertir votos en deuda externa, espantosamente real y palpable.

Hago unos metros y encuentro a un médico del Garrahan en la puerta de una iglesia con una gorra en la mano, pidiendo una máquina de bypass cardiopulmonar para circulación extracorpórea pediátrica, por el amor de Dios. Sabía que las cosas están difíciles, porque hacer funcionar un hospital de alta complejidad sin guita es más difícil que pellizcar un espejo, pero, como para tanto no me daba, le dejé un estetoscopio y dos curitas, le deseé la mejor de las suertes y seguí con lo mío.

Llego a la esquina y veo un vendedor con un cajoncito con paltas. Como tenían buena pinta, le pido dos y pregunto el precio.

El muchacho me dice que espere un minutito, saca el celular, llama a alguien y se pone a hablar en inglés.

–¿Qué hacés, loco?

–Consulto con la Casa Blanca para ver a cuánto están los aranceles ahora. No puedo vender una palta sin ese dato, porque no sé si gano o pierdo plata. Y como los cambian a cada rato…

Cuando tuvo la información, me cobró las dos paltas mientras que a mí me quedaba re-claro que, hoy por hoy, Trump, emperador de las barras y las estrellas, se autoproclamaba a sí mismo como el árbitro supremo del comercio mundial e interestelar.

Lo que decía al comienzo, la mancha de aceite de la demencia se extiende cada vez más

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