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La derecha que viene de Polonia

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Tomás Forster

El triunfo en el balotaje presidencial del conservador radical Karol Nawrocki le otorga nuevos bríos al viraje reaccionario que tomó el país mientras el Gobierno centrista profundiza su crisis. 

Nawrocki. El candidato «outsider», ganador del balotaje, en un acto en la Plaza de las Flores, en Katowice.

Foto: Getty Images

La ultraderecha se ha posicionado, como es notorio, como protagonista de la política contemporánea. Y lo ha conseguido efectuando un desplazamiento en el debate público con modulaciones reaccionarias que reproduce y disemina mediante, sobre todo, un uso tan inescrupuloso como eficaz de las nuevas tecnologías digitales.

La consecución de esta mentada «batalla cultural», pergeñada como una suerte de «gramscianismo de derecha» que desvirtúa los sentidos y horizontes de la teoría de la hegemonía elaborada por el gran marxista italiano –tal como lo analiza la investigadora austríaca Natascha Strobl en su libro La nueva derecha–, ha impulsado a las fuerzas de la reacción a lograr resonantes performances electorales y, en los países donde alcanzó el poder, a configurar regímenes dispuestos a erosionar brutalmente las instituciones de la democracia.

En Polonia, en particular, la derecha radicalizada ocupa un lugar relevante desde hace tiempo. Recientemente, en el balotaje presidencial del 1 de junio, el nacionalista conservador Karol Nawrocki, un «outsider» respaldado por el partido Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco), ganó con un ajustado 50,89% contra el 49,11% obtenido por Rafał Trzaskowski, alcalde de Varsovia, en un comicio que registró un récord de participación con el 71,6%.

La entronización de Nawrocki, ferviente admirador de Donald Trump, representa una continuidad con el perfil del mandatario saliente Andrzej Duda. Nawrocki supo ganarse el voto de la misma base social que suelen atraer actualmente líderes como el propio Trump, el húngaro Viktor Orbán, el rumano George Simion o Marine Le Pen en Francia. Esto es el voto joven –mayormente masculino–, junto a sectores rurales, y otros con bajo nivel de escolaridad, entre los que talla la Iglesia católica polaca (tan relevante como predominantemente conservadora en el país del que fue oriundo el papa Juan Pablo II).

El primer ministro Donald Tusk, por su parte, consciente del estado de debilidad en el que quedó su Gobierno luego de conocerse la derrota de su candidato en el balotaje, llamó a una moción de confianza parlamentaria que ganó (el 11 de junio pasado) con 243 votos a favor y 210 en contra, gracias al respaldo de la mayoría simple alcanzada por los partidos que integran la coalición oficialista. Sin embargo, más allá de este intento de recuperar fortaleza política, es de prever que el resto del mandato de Tusk (que finaliza en 2027) transcurra en los mismos carriles previos: entre la falta de audacia y los condicionantes que impone la amenaza de veto presidencial.


Tensionar con Bruselas y Berlín
Nawrocki puso el acento durante la campaña en una fuerte proclama antimigratoria y euroescéptica. En el plano geopolítico, dada la histórica enemistad con Rusia, este historiador cerrilmente nacionalista y exboxeador aficionado anticipó que mantendrá la postura de apoyo a Ucrania, aunque con la reserva de oponerse a que este país se sume a la OTAN y a la Unión Europea (UE).

Además, los primeros escarceos del mandatario electo lo muestran cerca de Washington y distante de Berlín y Bruselas, sobre todo en lo que refiere a la cuestión migratoria. La sobregirada decisión, del 1 de julio pasado, del primer ministro Tusk de poner controles en las fronteras con Alemania y Lituania, es decir, entre países que forman parte del llamado espacio Schengen –tal como se denomina al área de libre circulación de personas al interior de la propia UE–, responde al endurecimiento del clima político-ideológico que comenzó a emanar con más fuerza a partir de la entrada en escena de Nawrocki, que asumirá la presidencia el próximo 6 de agosto.

Seguidores. Es la misma base social que hoy atraen Trump y Orbán: voto joven, sectores rurales y otros con bajo nivel de escolaridad.

Foto: Getty Images


Poder bicéfalo
La llegada a la presidencia de Nawrocki implica también la continuidad de la dificultosa cohabitación que dominó los altos estamentos decisorios previstos en el sistema semipresidencialista polaco, tensionado desde 2023 por la difícil convivencia entre un presidente de signo conservador radicalizado y un primer ministro pretendidamente liberal como es Donald Tusk, de Plataforma Cívica. 

La agenda progresista que Tusk enarboló en su campaña de 2023, prometiendo al menos aminorar las severas restricciones vigentes en la actual ley sobre el aborto y la introducción de políticas que promuevan la igualdad de género y los derechos de los colectivos LGBTIQ+ (fuertemente retrotraídos durante el régimen de Ley y Justicia que se extendió entre 2015 y 2023), no registró ningún avance. Mientras que las que sí se intensificaron fueron las políticas promercado y de desregulación de los servicios públicos.

En los términos trazados por Gavin Rae, en un artículo de su autoría en Sidecar, el blog de la New Left Review, «la mitología que rodeaba al Gobierno de Tusk nunca se ajustó a la realidad. En parte debido a la amenaza del veto presidencial y en parte debido a las divisiones internas de la coalición, su Gobierno no cumplió la mayoría de sus promesas electorales, especialmente en materia social y cultural». 

De seguir con este mismo patrón de funcionamiento, desdeñando su contrato electoral y continuando, por acción u omisión, las políticas regresivas impuestas anteriormente por los Gobiernos de Ley y Justicia, la coalición que lidera Tusk enfrenta el riesgo de terminar diluyéndose con el agravante de que, con su debilitamiento, podría pavimentarle el camino al PiS de cara a las elecciones parlamentarias de 2027. 

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