Cuento | Por I Acevedo

Historia de un best seller

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I Acevedo

I Acevedo (Tandil, 9 de abril de 1983) publicó cuentos, novelas, diarios y ensayos: Jajaja (2017, 2023), Late un corazón (2019), Una idea genial (2020), Quedate conmigo (2017), Algo se mueve. El cuento después de Walsh (2021) y Diario de los quince. La aventura de escribir (2022). Es profesor de literatura y editor independiente.

Todo era deuda y duda; incluso la duda era deuda, ya que debido al trastorno de estar endeudado me comía la e. La e que me comía contaba por todo lo que no podía comer, comprar y consumir, no solo yo, obviamente, sino la gran mayoría de los argentinos. Demoraba revisar si el pago del agua y el gas estaban o no en débito automático desde hacía un año. Sabía que no lo estaban. Lo que no sabía era a cuánto ascendía una deuda que bien podía ser millonaria. Los años han pasado y estamos ya lejos de ese tiempo, y quienes lo hemos vivido, noto, nos dividimos entre quienes seguimos revisitando ese infierno para no olvidar que nunca debe darse por sentada la democracia, y quienes prefieren hacer como si nada hubiera pasado, en busca del confort del olvido, ayudados por la material ignorancia de la gente que ni siquiera había nacido en ese tiempo.

En fin. Ante la situación de tener que escribir un relato de siete mil caracteres, me hallaba dividido: sentía que mi costumbre de escribir oraciones muy largas, las más largas de la literatura argentina, tal vez, emergía como una respuesta atendible. Si iba a escribir un cuento sobre deudas, ¿acaso no era justo que la escritura fuera generosa? ¿No debía la escritura compensar la falta en lugar de mimetizarse con ella? Para mí, mi grafomanía se traducía en una cantidad de palabras que se enfrentaban, como una marea  implacable en su incansable persistencia a través del tiempo al duro risco de una economía de hambre, dolor y muerte. Formalmente en todo, pues el tema del relato era mi vida plagada de deudas y dudas, maniático, pensaba yo, correspondía que la recursividad acompañara la trama del siguiente relato: luego de la lectura de El capote, de Gogol, y de «El escritor argentino y la tradición», de Borges, con el objetivo de dar una clase, un profesor de literatura lleno de deudas y dudas advierte que la historia de la literatura está plagada de faltas y miserias, y se pregunta si la literatura puede renunciar a ellas a la hora de crear obras maestras.

La idea le parece banal, falsa y peligrosa, y a causa del temor que le genera enunciarla frente a sus alumnxs, decide fingirse enfermo y quedarse en casa. El portero desliza por debajo de la puerta un aviso de corte de luz por falta de pago. Antes que abrir el sobre, prefiere prepararse una bolsa de agua caliente (pues no prende la estufa), y echarse una siesta que repare el sufrimiento. En sueños se le aparece una alumna (en realidad es una colega que le ha propuesto que escriba la introducción de un libro de cuentos de Walsh que se editaría en Nueva York, pero el proyecto, y su correspondiente pago en dólares, acaba de cancelarse por falta de fondos). Sentada en una mesa de café, ella pregunta, con ironía, si ya se siente bien. Comprende que todo su alumnado conoce la verdad, que ella sabe del aviso de corte, y siente vergüenza.

Al despertar, el aviso de corte sigue ahí. Lo relaciona con El proceso, de Kafka. Es el ingreso material y opresivo de la ley. Lo abre. La deuda asciende a solo doscientos mil pesos, lo cual, gracias a las clases que está dando, puede pagar. En la oficina de pago le informan que hay descuento por pago en efectivo. Pasa por un cajero en la avenida de Mayo y al volver, a la salida de una antigua librería de usados, se encuentra con una amiga escritora a la que le debe una reseña de su novela. Hasta ahí llegaba el desarrollo de la historia para la cual solo había ideas, ningún plan, solo ejecutar, a los ponchazos, la escritura; plasmando siempre la cuestión de la deuda. No tengo nada excepto deudas y dudas, pero palabras me sobran. Ideas me sobran. Tiempo, me lo hago, adeudándome yo mi propio descanso en detrimento de la literatura (este no dormir se relacionaba con la reseña de la novela Diario del insomnio, de Flor Monfort). El viernes recibí un mensaje. Era Flor, para invitarme a una lectura en Casa Brandon el 31 de julio. Respondí que sí, adquiriendo, de esa manera, una deuda más. Explicar esto en siete mil caracteres, un tercio de la medida habitual con la que yo me explayaba en mis relatos, parecía imposible. El límite es todo en el arte, me consolé.

Cuando el jueves me encargaron un texto inédito, propuse copiar una serie de entradas de diario que «estaba trabajando para un libro» (gran mentira, pues a la editora que me pedía el diario también le debía: una respuesta, un encuentro, el texto, decidido como estaba a no publicar). ¿Qué tal si ella veía el diario y lo tomaba como un sí? «Entonces», respondí, «crearé un cuento». Recordé que en mi último cuento, titulado «La estrella de la buena suerte», aparecía un supuesto cuento titulado «Historia de un best seller». Era un manual de autoayuda titulado Cómo lavar el guardapolvo de tu hijo, con el que enseñaba a la gente a realizar tareas de limpieza, y vendía cientos de miles de ejemplares. Era esta otra deuda, pues una editora me había pedido un ensayo y a mí se me había ocurrido esa idea, pero, enfocado en mi trabajo en la biblioteca, nunca lo había escrito. Yo quería tener esas deudas. Ser empujado por el deseo ajeno. Y mientras tanto, vivir, cambiar de tema, defraudar. Y que el tiempo lo hiciera solo.

Ese fin de semana nada iba a ocurrir. Lo sabía. Era el comienzo de las vacaciones de invierno. Apreciaba yo las tareas domésticas, cuidar las plantas, rellenar el piso de madera con cola de carpintero y aserrín, llevar a arreglar las bicis y ocuparme de la salud dental (deuda futura: un implante). El tipo de deudas que te acompañan antes de dormir.

El sábado entré al baño y moví una altísima escalera que había quedado abandonada un tiempo, cuando limpié las telarañas. Traje los elementos de limpieza, me asomé al cuarto de Gre y le anuncié: «Hoy vas a tener tu primera clase teórica de cómo se limpia un baño». Le mostré cómo correr los objetos de lugar, y limpiar el lavatorio, el botiquín, el bidet, el inodoro y la bañadera. Esto lo inspiró. Buscó algodón y el producto de limpiar el monitor y me dejó solo en el baño para ir a sacar lustre a su PC. «Todavía no terminamos», dije. «Vení. ¿Ves qué limpio está? ¿Qué falta?». No me respondió. Señalé los azulejos. «A limpiar», dije. Y mientras enjuagaba los azulejos, ya estaba escribiendo.

Salió el sol. Eran las doce. Me senté en el living sin remera, en shorts. A «ojo ciego» como cuando de noche apago la luz y solo miro brillante el monitor, dispuesto a no levantarme y escribir hasta que algo emerja; solo un mate tibio a mi lado, la miel ya diluida. Me puse un gorro y protector solar, ya sudando. Anoté en el documento: «Cada ambiente de la casa debe limpiarse de adentro hacia afuera. Hoy aprenderás una lección de limpieza que te va a quedar para toda la vida».

Con respecto al cuento que me habían encargado, logré completarlo el lunes a las cuatro de la tarde. Movido por la pasión, lo titulé «Historia de un best seller». Tenía siete mil y un caracteres. Consideré que, ante la existencia de cuantiosas deudas, estaba bien que sobrara uno.

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