Cultura | LA VOZ ARGENTINA

Juego de tronos giratorios

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Julián Gorodischer

Con nuevo conductor y un jurado carismático, la quinta temporada del programa le da una vuelta de tuerca al formato del concurso de talentos con altas dosis de entretenimiento y emoción.

Especialistas. Lali, Luck Ra, Miranda y Sole buscan potenciar a los participantes.

Con el paso de los días, Nico Occhiato se volvió más empático, poniendo el acento en la que es su marca personal: el pibe de barrio que es pura emoción y naturalidad, familiero, humilde, con su inseparable perrito faldero. Hasta parecieron favorecerlo, en cuanto a su imagen pública, todos esos «palos» que recibió en redes, porque le devolvieron cercanía y fragilidad, que le había quitado su liderazgo entrepreneur a cargo del streaming más escuchado, Luzu. Pero lo mejor de La Voz Argentina es el ritual coreográfico de sus máquinas, esa espectacularidad que surge cuando el trono gira para que el jurado dé su aprobación. Cada vez que se da vuelta, garantiza la perdurabilidad de la fábrica de ídolos.

Día tras día, se goza con ese bendito contraste entre el opaco transcurrir de las vidas privadas y el salto estelar que significa hacerse público de la noche a la mañana, con la promesa de incorporarse a un star system que ya se sabe de memoria el protocolo de consagración de un ignoto que de repente pasa a ser figura mediática. Lo primero es convencerlos a ellos mismos de que ya fulguran, por eso Lali, la Sole, Luck Ra y los Miranda, los miembros del jurado, les hablan susurrado, como a pares a los que rinden pleitesía en el minuto cero de sus vidas públicas.

Se enciende el cartel «4 sillas» cuando todos los jurados se dan vuelta, y la consagración en vivo demuestra su poder de fuego, desde tiempos remotos, para fascinar. Hay un manejo prodigioso de la cosa emocional: la pantalla agradece cuando se condensa tanta lágrima, pieles sensibles a los abrazos, vínculos que se hacen presentes en familias de distinta índole, catalizando un contraste con la época.

La Voz Argentina hace presente el invencible atractivo de una fila para un perpetuo casting que comenzó con Popstars y Gran Hermano en el 2001: más de 20 años dando lugar a una infinita biografía colectiva de anhelos de argentinos y uruguayos sin otras oportunidades más que esperar la bendición de un productor de tevé; con sus anécdotas dichas en primer plano, refieren más al estado de un país real que los noticieros y los programas políticos.

Este es el irresistible formato del talent show, un estadío primitivo del relato televisivo que se basa en la repetición de los movimientos de las máquinas, los tronos giratorios; también, de las muletillas instaladas ya por Occhiato (como «me parece que a Miranda le está gustando»); y de las cosas que les dicen a los rechazados, de la sonrisa y el «mirá que casi me doy vuelta» al «no sos vos, somos nosotros y tus nervios».

Nunca –a excepción de alguna única vez entre Lali y una aspirante del Paraguay– hay enojo sino un «Gracias» y un «Fue un montón», dentro de la lubricada rueda que gira y gira sin cansar, uno tras otro; expectativa, redención o decepción; show de frustraciones y triunfos que se alternan como un muestrario de los devenires también afuera, en el país. Es un frenético raid «como la vida misma», y el jurado decide y su presencia es lo único que se mantiene constante en la marea de expectativas y deseos intercambiables.

Elenco. Los integrantes del jurado y Occhiato, los encargados de marcar el pulso del show.


Feria de atracciones
Dorada juventud de La Voz que es la esperanza de la música autóctona, con la Sole saturada a esta altura de aspirantes a folcloristas y Lali diciendo «qué bien tanta gente haciendo bossa nova, jazz o tango»; a lo sumo un degradado cuarteto en las filas de Luck Ra, pero se armó una especie de resistencia a la carta entre los chicos de La Voz, que Lali sin eufemismos califica de antídoto contra el prejuicio acerca de «lo que escuchan los jóvenes». Como una especie de reacción al signo negativo de la ira y la vagancia de GH, incluso menos rendidor en el rating, La Voz se afirma como un espacio altruista, donde la voluntad y el talento, la perseverancia y la simpatía todavía tienen algo que decir a la hora de obtener reconocimiento público.

Donde el fragmento mata la continuidad de la historia, los tiempos muertos del canto extinguen la posibilidad de un argumento general; estamos siempre en el mismo punto, en una feria de atracciones, como en el vodevil, en la que la repetición está en lugar de la sorpresa, y donde la performance individual siempre es más poderosa que la estructura del formato. Siempre pasa con los éxitos: las razones sobran. La Voz triunfa porque el jurado y el conductor son empáticos: no es fácil proponer un dúctil y controlado manejo de la gestualidad, y Luck Ra y Sole pero, sobre todo Lali y Miranda, juegan a sugerir y decepcionar, siendo conocedores profundos del valor de un segundo expresivo, que exprimen al máximo con mucho mohín y mirada de reojo, a la hora de decidir un «Bloqueado», que no podrá incorporar un candidato a su equipo.

Tienen buen semblante para expresar aprobación o duda; son verosímiles cuando manifiestan su pretensión de un participante. Todo ocurre en un paso de comedia que se fue aligerando con el correr de las ediciones, y si con los Montaner –padre e hijos– el registro era la slapstick comedy con autoparodia, esta vez se hizo más sobria la representación y el gag de la celosía entre unos y otros nunca explota ni se tensa el conflicto en esta fase –las audiciones a ciegas– que destilan positividad, previo a «Las batallas».

Dijo un pope de décadas pasadas que lo más difícil es lograr en un programa eso que abunda en La Voz Argentina: se modifican estados del alma de personas de variadas edades y provincias. La gala no solo entretiene sino que aporta un muestreo de en qué anda el país, con sus sueños truncos y su falta de posibilidades de ascenso social, salvo en el canto y en el fútbol, aunque sea 1 en 100.000. Pero cuando aparece ese «1» –y estratégicamente en todos los envíos hay uno o dos– que saltó del barro al casting y salió redimido, y que hoy está aquí frente a las estrellas peleando por un espacio, haciendo de su voz un grito, lo que ocurre es tan potente que se escucha como un clamor.

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