Cultura | DANIEL DIVINSKY (1942-2025)

El hombre que escuchaba a los libros

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Osvaldo Aguirre

Fue el fundador de la emblemática Editorial de la Flor, que potenció la renovación del panorama literario de la región y le dio cobijo a grandes autores como Quino y Fontanarrosa.

Catálogo. En De la Flor conviven Rodolfo Walsh y Quino, Rodolfo Fogwill y Leo Maslíah.

Foto: Jorge Aloy

Daniel Divinsky solía contar que a los 6 años tuvo que pasar meses en cama por una enfermedad y le regalaron un libro, Cómo divertirse en un día de lluvia. La felicidad se renovaba cada vez que recordaba la historia: no solo había descubierto los libros, sino la lectura como entretenimiento, juego y actividad. Esa experiencia de la infancia ya decía algo de lo que sería su trabajo como editor.

Divinsky nació en Buenos Aires el 1° de abril de 1942. Después de terminar la escuela secundaria quiso seguir la carrera de Ingeniería, pero cuando fue a anotarse se olvidó los documentos y terminó por inscribirse en Derecho. A los 24 años ya se había recibido de abogado, pero no se engañaba con respecto a su verdadero interés: editar libros.

Empezó con una colección de cuadernos en el Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho. La intervención de la dictadura de Juan Carlos Onganía en las universidades, durante la Noche de los bastones largos, clausuró el proyecto. Jorge Álvarez se había consolidado desde principios de los años 60 como el editor de la nueva literatura argentina y bajo su influencia, con sus recomendaciones y 300 dólares como capital inicial, Divinsky fundó Editorial de la Flor en 1966 junto con Oscar Finkelberg, también su socio en un estudio jurídico.

Divinsky se formó como editor a través de la propia actividad. De la Flor tampoco tuvo los recursos humanos ni materiales de los grupos editoriales, y con frecuencia se ocupó también de abrir la puerta de calle, como sucedió cuando Rodolfo Fogwill le llevó el original de Los pichiciegos, la primera novela que tematizó la guerra de Malvinas, hoy un clásico de la literatura argentina contemporánea.


Enfoque renovador
El nombre de Divinsky está asociado al éxito de Mafalda, cuyos libros empezó a publicar en 1970. No fue el primer editor de la historieta de Quino, pero impulsó su difusión internacional y al mismo tiempo, según dijo, el suceso marcó un punto de inflexión: «Una empresa amateur que funcionaba en el anexo de un estudio jurídico se convirtió entonces en una actividad con dedicación full time». Ese mismo año se integró a la editorial Kuki Miler, su esposa.

El catálogo inicial de De la Flor se comprende en el contexto cultural y político de fines de los años 60 y principios de los 70: textos de la militante Angela Davis, poemas de Yoko Ono y de Vinicius de Moraes, ensayos precursores de las discusiones sobre el aborto y la educación sexual. De Jorge Álvarez adoptó el modelo de las antologías que reunían a autores heterogéneos y por otra parte lo relevó en la publicación de la obra de Rodolfo Walsh.

La edición de Paradiso, la gran novela de José Lezama Lima, fue un indicador de la atención de Divinsky hacia la renovación de la literatura latinoamericana; y las publicaciones de Las tumbas, de Enrique Medina, con 32 ediciones agotadas, y Preso común, de Eduardo Perrone, ejemplos de sus apuestas por autores sistemáticamente rechazados en el resto de la industria editorial.

Divinsky no se limitaba a recibir el original ni a ver qué lugar le daba en su catálogo, sino que intervenía en el texto y se preciaba de ser un buen creador de títulos. También tenía el oído alerta para reconocer una buena idea, y así una frase escuchada al pasar a David Viñas se convirtió en el título del primer libro publicado por De la Flor: Buenos Aires, de la fundación a la angustia (1967).

En la dictadura de Onganía, De la Flor sufrió su primer caso de censura, y la situación se agravó después del golpe militar de 1976.

Divinsky ya era por entonces un editor reconocido en Europa y Estados Unidos, por su actividad en De la Flor y en la emergente Feria del Libro de Buenos Aires. Las relaciones tramadas a través de los libros actuaron como una especie de salvoconducto cuando fue detenido junto con su esposa y ambos permanecieron cuatro meses en dependencias de la Policía Federal. El cargo era haber publicado un libro infantil, Cinco dedos, al que se atribuía carácter subversivo. Entre 1977 y 1983 vivió en Venezuela, donde siguió haciendo lo que sabía, entonces en la prestigiosa Biblioteca Ayacucho.

La publicación de Quino había marcado el inicio de la colección más importante y sostenida de humor e historieta que haya publicado una editorial argentina. De la Flor publicó más de sesenta libros solo de Roberto Fontanarrosa, al que le siguieron entre otros autores Caloi, César Bruto (Carlos Warnes), Leo Maslíah, Liniers, Rep, Santiago Varela, Sendra y Gustavo Sala. El cuidado que puso con los autores fue recíproco: Divinsky solía destacar el caso de Fontanarrosa, que permaneció con la editorial a lo largo de su trayectoria, indiferente a los ofrecimientos de grupos multinacionales.

En 2015 dejó De la Flor, pero no los libros. Tuvo un programa de radio, asistió a ferias y eventos nacionales e internacionales, impulsó el desarrollo de una carrera de edición y se convirtió en una referencia insoslayable de las editoriales nacionales y de una época de la cultura argentina. «Los libros hablan bajito», era uno de sus lemas, y él supo escucharlos como muy pocos. A su muerte en Buenos Aires el 1° de agosto de 2025, quedan los libros y un recorrido ejemplar en el ámbito de la edición, lúdico, inquieto y dichoso, como con aquel texto que lo deslumbró en la infancia.

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