3 de septiembre de 2025
Volver a la vida a especies desaparecidas hace miles de años parece ser el nuevo reto de la ingeniería genética. Ya lo lograron con el lobo terrible, ahora es turno del moa. El fantasma de Jurassic Park.
Lobos terribles. Los gemelos Rómulo y Remo, y una tercera cría más joven, Khaleesi, creados por Colossal. Estuvieron extintos desde hace 10.000 años.
Colossal Biosciences, la empresa de biotecnología con sede en Texas que recientemente «resucitó» al lobo terrible (Aenocyon dirus), ahora planea volver a la vida al moa (Dinornithiformes), un ave no voladora gigante que habitaba Nueva Zelanda y que medía unos 3,5 metros de altura. El moa, parecido al avestruz, fue extinta hace unos 600 años por el ser humano, a causa de la caza excesiva.
Ahora, con el apoyo financiero de Peter Jackson –director de El señor de los anillos y oriundo de ese país– y la colaboración científica del neozelandés Centro de Investigación Ngai Tahu, Colossal busca diseñar aves vivas que tengan en su mayor parte las características genéticas del moa gigante.
Por supuesto, no va a ser algo inmediato, pero la compañía ya tiene experiencia en haber «resucitado» especies extintas (cinco), y con el moa esperan tener el mismo éxito que con el lobo terrible.
Noticia mundial
Aunque el experimento se llevó a cabo a fines del año pasado, recién en abril el mundo conoció la noticia de que una especie de mamífero, extinta hace más de 10.000 años, había vuelto a la vida. Era el Aenocyon dirus, o lobo terrible, una especie de cánido, de contextura muy robusta, que vivió durante el Pleistoceno en todo el continente americano, incluida la Argentina. El yacimiento donde se han encontrado más restos de este animal se encuentra en Rancho La Brea, Los Ángeles, California, donde aparecieron unos 3.500 esqueletos completos. Gracias a la excelente preservación de muchos de ellos, los científicos lograron extraer ADN en buen estado como para intentar clonarlo.
A ello se abocó la empresa estadounidense Colossal, cofundada por el empresario Ben Lamm y el reconocido genetista George Church. Dirigido por la científica Beth Shapiro, el equipo extrajo ADN de un diente de 13.000 años y de un hueso del oído interno de 72.000 años y lo introdujeron en una máquina de secuenciación. Nueve meses de potencia computacional después, lograron reconstruir el genoma que alguna vez compuso al lobo terrible. Este rompecabezas genético, que combina genes de Aenocyon y lobo gris, fue introducido en óvulos sin núcleo y posteriormente implantado en el útero de una loba para su gestación. Los embriones se desarrollaron con éxito, y así nacieron los primeros cachorros de Aenocyon dirus de la era contemporánea. El método es muy similar al que originó a la oveja Dolly en 1996.
Según expresa la propia empresa «el 1 de octubre de 2024, por primera vez en la historia de la humanidad, Colossal restauró con éxito mediante la ciencia de la desextinción una especie erradicada. Tras más de 10.000 años de ausencia, nuestro equipo se enorgullece de devolver al lobo terrible al lugar que le corresponde en el ecosistema», explican los científicos.
Adelantándose a las críticas que llegan desde diversos sectores de la ciencia y la política, la empresa enfatiza que «a medida que nuestra manada avanza significativamente, Colossal se implica al 100% con la transparencia sin comprometer la integridad, la salud, la comodidad ni el bienestar de ninguna especie», alentando así al público a seguir en vivo el crecimiento de los gemelos idénticos, Rómulo y Remo, y una tercera cría más joven, Khaleesi, que nació en enero de este año.
Estos lobos terribles, llegados desde un pasado muy lejano, hoy corretean en una reserva privada en algún lugar de Estados Unidos que Colossal no dio a conocer, aunque sí la empresa viene publicando fotos y videos de los especímenes para demostrar que estas iniciativas son ya una realidad y no ciencia ficción, como en Jurassic Park.

Moa. Esta ave gigante habitó Nueva Zelanda y fue aniquilada por el hombre hace 600 años. Hoy diseñarán seres vivos con sus características genéticas.
Animales editados
Una de las preguntas que surgen en primera instancia ante este hecho inédito es qué hacer a largo plazo si proyectos diferentes (como el del moa, el mamut lanudo, el tigre de Tasmania (tilacino) y el dodo, que Colossal tiene pensado «desextinguir») tienen éxito. ¿Cuáles serán las consecuencias si estos animales fueran incorporados a la fauna actual?
Para el médico veterinario Andrés Gambino (Universidad Nacional de Río Cuarto), quien trabajó en un importante proyecto para la clonación de cebras, «en primer lugar, es fundamental precisar que las iniciativas actuales de “resurrección” de especies, como el lobo terrible, el mamut o el tilacino, no están generando réplicas idénticas de las especies extintas, sino animales editados genéticamente a partir de parientes filogenéticos “cercanos”», explica el científico.
Gambini, quien hoy se desempeña como profesor titular de Ciencia Animal en la Escuela de Agricultura de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Queensland, en Australia, aclara que «el debate sobre su liberación en ambientes naturales es profundamente complejo. Entiendo que no es la iniciativa ni el deseo de estas empresas liberar estos animales a la vida silvestre, sino mantenerlos en espacios donde puedan ser controlados. Liberar especies extintas en entornos que han cambiado radicalmente podría conllevar riesgos significativos».
Para Claudio Bertonatti, naturalista y asesor en Fundación Azara y la Universidad Maimónides, «desde hace años experimentan “resucitar” especies extinguidas en un contexto donde todavía podemos salvar muchas de las que hoy están amenazadas. Lo razonable es atender primero a las que corren peligro».
Diferenciándose de aquellos que encuentran en estos avances tecnológicos una ocasión para celebrar, el también exdirector del Zoológico de Buenos Aires (hoy Ecoparque) explica que «los lobos terribles (Canis dirus) tuvieron un ancestro común con el lobo gris (Canis lupus, que es una especie viviente), pero se separaron hace casi 6 millones de años. Por eso, si llegaran a liberarse e hibridar podrían contaminar genéticamente, sumando una nueva amenaza de conservación para los lobos silvestres actuales».
Según informa Colossal, los tres lobos terribles gozan hoy de buena salud y corretean por la reserva de 800 hectáreas –rodeada por un cerco de casi 3 metros de altura– con total libertad. Los machos pesan unos 36 kilos. Claro que no cazan, ni son depredadores de ninguna especie, sino que son alimentados por los científicos que los crearon. Reciben casi tres kilos de carne molida de caballo, ciervo y res, y según sus cuidadores «no cazarán animales vivos porque sería cruel e inusual. Los cachorros nunca han aprendido de otros lobos cómo terminar una presa, sería una escena horrible si lo intentaran y fracasaran».
Llegados a esta instancia cabe preguntarse cuál sería el sentido de traer una especie extinta hace tanto tiempo a un medioambiente que ha cambiado drásticamente. Al respecto, Gambini opina que «desde una perspectiva científica, el proceso logrado es extraordinario y fascinante. Este tipo de investigación aporta conocimiento fundamental sobre biología del desarrollo, evolución, función génica y técnicas reproductivas avanzadas. Además, puede derivar en herramientas aplicables a la conservación, la medicina y la genética animal».
Recursos que no sobran
Una de las mejores razones que esgrimen las empresas dedicadas a la desextinción de especies es que esta tecnología ayudaría a las actuales en peligro de extinción. Según Gambini, «en estos casos, la clonación permite recuperar diversidad genética en poblaciones altamente endogámicas o con cuellos de botella severos». Según Bertonatti, «en materia de conservación, los recursos financieros no sobran. En un escenario de pérdida de biodiversidad global, el principal desafío consiste en evitar que se sigan reduciendo, fragmentando y degradando los ecosistemas silvestres», dice el naturalista.
«En todo caso, la clonación no reemplaza la conservación in situ ni las estrategias de manejo ambiental –concluye Gambini–, sino que debe entenderse como una herramienta complementaria cuyo valor reside en rescatar información genética irrecuperable por otros medios».