11 de agosto de 2025
Una marca colectiva impulsada por la Federación de Costureros de la UTEP constituye un novedoso proyecto de indumentaria de calidad a precios populares.

Ropa con mensaje. Los diseños de Carpincho están inspirados en figuras populares icónicas.
Fotos: gentileza Carpincho
A mediados de 2020, en plena pandemia, cuando las industrias textiles fueron esenciales con la confección de kits sanitarios, varias cooperativas de la Federación de Costureros de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) empezaron a soñar con una marca propia, y pocos meses después surgió Carpincho.
Antes de que los carpinchos se pusieran de moda, los vecinos de Nordelta, en la zona norte de la provincia de Buenos Aires, se escandalizaron cuando este roedor autóctono intentó volver a sus tierras, invadidas por el extractivismo inmobiliario. «Veíamos en el noticiero los títulos: “Invasión de carpinchos”, “Los carpinchos atacan”, y pensábamos: “Más que enemigos, estos bichitos son los dueños de esas tierras, como nosotros, que nos ven como una amenaza y simplemente reclamamos lo nuestro: somos carpinchos”». Así surgió el nombre que les dio identidad a la marca dedicada a la confección de ropa y calzado.
«Nos sentimos identificados con estos animales que son un símbolo de resistencia a un sistema que excluye y daña la naturaleza. Porque el grito de la tierra y los excluidos son un mismo grito y debemos proteger la casa común», explica Carpincho en su página web.
A cinco años de aquel inicio, confeccionan remeras, pantalones, buzos, camperas de abrigo y hasta borcegos de primera calidad, a precios populares y de talles inclusivos. «Hacemos ropa para que la gente como nosotros se pueda vestir bien canchera, nacional y popular. A buen precio, sin intermediarios», explica Julia Yanarico, presidenta de la cooperativa 25 de Mayo, socia fundadora del proyecto.
Del productor al consumidor
Para mejorar sus condiciones laborales y la calidad de vida de sus familias, las costureras se organizaron en polos textiles. Ya son más de 80 cooperativas en todo el país, donde trabajan alrededor de 3.000 costureros y costureras. «Apostamos por un comercio justo, ofreciendo prendas que van directamente del productor al consumidor a precios populares. Todo lo que se genera se vuelve a reinvertir en producciones buscando generar más trabajo y pagos justos, cosas que no abundan en el sector», aseguran desde Carpincho.
«En 2019 ya nos empezamos a organizar, en febrero de 2020 tuvimos nuestro primer espacio para trabajar. En la pandemia trabajamos muchísimo, al tiempo nos consolidamos como cooperativa porque ese momento despertó nuestro espíritu de supervivencia y solidaridad», cuenta Julia, migrante boliviana que encontró en el modelo cooperativo su forma de vida. «Antes de este proyecto lo único que sabíamos hacer era trabajar y así nos autoexplotábamos, estábamos en talleres donde las condiciones eran muy malas, sin saber que había otra forma de trabajo, más digno. Yo ya no quería trabajar así, no era bueno ni seguro para mí y para mis hijos». Cuenta que cuando conoció el cooperativismo, todo cambió. «Me enamoré de la idea de trabajar en mejores condiciones, de forma organizada. Ahora podemos disfrutar de nuestras familias y de nuestros hijos un domingo, por ejemplo. Es maravilloso respetar nuestro trabajo, hacerlo desde lo colectivo».

Diversidad. Remeras, pantalones, buzos, camperas y borcegos, algunos de los productos.
Foto: gentileza Carpincho
Prendas reales
Las cooperativas que realizan los productos de Carpincho tienen experiencia en corte, confección, estampado, bordado, sublimado y terminación. Empezaron a fabricar productos básicos y después se fueron animando a más. Los primeros clientes y modelos eran los mismos compañeros. «Prendas reales en cuerpos reales», dice Jaqueline Serrano, de la cooperativa textil Los Luceros, de Villa París, en Almirante Brown, provincia de Buenos Aires. Jaqueline es costurera y una de las voceras de Carpincho. Ella trabaja desde sus 15 años en talleres de costura: «Cuando formé mi familia empecé a trabajar en mi hogar, las 24 horas del día, sin descanso, en condiciones inadecuadas. En 2016 conocí al MTE y con su apoyo formamos una cooperativa».
«Nuestro objetivo –cuenta Jaqueline– es visibilizar el trabajo de los costureros de la economía popular. Detrás de Carpincho hay personas que trabajan dignamente y de forma cooperativa para sostener a sus familias. Queremos sacar a los intermediarios, hacer productos de la fábrica al consumidor, que se pague por lo que el producto vale, sin explotación ni especulación».
La apertura comercial y la caída del consumo interno provocaron desde 2023 el derrumbe de la actividad textil. Y la baja de aranceles aplicada en marzo de este año –a través del decreto 236/2025, que recortó del 18% al 20% los impuestos a la ropa y el calzado comprados en el exterior– fue «el tiro de gracia», como lo califican desde la Federación de Costureros, donde advierten, junto a otras organizaciones, que 150.000 puestos de trabajo están en riesgo.
Solo en los primeros tres meses de 2025, las importaciones textiles crecieron un 125%, y según denunció la Unión Industrial Argentina (UIA), la pérdida de puestos de trabajo ya supera los 10.000 en las distintas cadenas de la producción.
En este contexto de caída del sector textil, el rol de Carpincho es importante: genera trabajo genuino para muchas cooperativas, a la vez que ofrece ropa inclusiva, de calidad y a buen precio a los sectores populares, ya castigados por todas las medidas del Gobierno nacional.
Como ese roedor grande y pesado, Carpincho Indumentaria resiste e insiste. Resiste a la apertura de las importaciones y a la caída del mercado interno. Insiste con la producción nacional de calidad y cooperativa. Y mal no le va en su objetivo: se instalaron en el mercado y crecieron. Para este desafío tiene un aliado fundamental: una clientela fiel que consume sus productos a conciencia.