21 de agosto de 2025
Con referentes como Cazzu, Milo J y Feli Colina a la cabeza, las nuevas generaciones abrazan los ritmos de raíz. El regreso de los 90, con Mollo y Pettinato en veredas opuestas.

Santiago querido. Milo J y Cuti Carabajal celebran su reencuentro en el marco de ¡FAlklore!
Foto: Prensa
El domingo 10 de agosto, después de tres horas de chacarera, zamba, chamamé y, de alguna manera, «rocanrol» en su acepción lunfarda, un Movistar Arena a tope fue testigo de otra instancia del vínculo entre la música de raíz y las tendencias actuales. El ¡FAlklore!»de Mex Urtizberea y Milo J tomó un caríz multitudinario. Lo que empezó como una extensión de los encuentros ¡Fa! que vienen ocurriendo desde hace años en la casa de Mex, ahora es una marca registrada.
Teresa Parodi, Franco Luciani, Juan Quintero, Cuti y Roberto Carabajal, Yami Safdie, Néstor Garnica, Peteco Carabajal, Julián Kartún, Radamel, Maggie Cullen, Campedrinos, Flor Paz, Los Manseros Santiagueños, Soledad y Natalia Pastorutti y la murga uruguaya Agarrate Catalina terminaron cantando a viva voz, junto a Mex y Milo, el bis «Desde el puente carretero».
La relación de Milo J con el folclore tiene una justificación, si se quiere, genética: una rama de su familia es santiagueña. En 2024 anduvo de turista por La Banda, la ciudad de los Carabajal. Visitó la casa de María Luisa Paz, la célebre abuela Carabajal, en cuyo patio se desarrolló parte fundamental de la historia musical de la familia.
Milo J sintonizó con Cuti, cantó con él en varias peñas y cuando le preguntaron cuál era su tema preferido respondió «La pucha con el hombre», el escondido compuesto por Pablo Raúl Trullenque y Cuti Carabajal. «Me gustaría escribir algún día un tema de semejante nivel», dijo Milo J. El nexo del trapero de Morón con el folclore son hilachas de una trama que se teje naturalmente, como parte de una continuidad cultural, y que incorpora a artistas más o menos nuevos que orbitan la idea de «música urbana».
El último disco de Cazzu, Latinaje, se desliza por una ensalada rítmica en la cual sobresalen chacareras y hasta una copla. Jujeña, bautizada tal vez en espejo con Duki como «la jefa del trap», la vocalista rastrilla un mapa de géneros en que es clave la cumbia. Otra emergente es Feli Colina, aunque en su caso se podrían invertir los términos: acaso sea una cantante de folclore que juega al pop, ampliamente, desde una versión electrónica de «Trigal» de Sandro, hasta «No me arrepiento de este amor» de Gilda. Nació en Salta y se suele presentar con su pareja, Florián, hijo de Vicentico y de Valeria Bertucelli (Florian es otro músico que se hunde en la tradición: en su caso, en el tango).
Con epicentro en su muy buen disco El valle encantado, a Colina se la observa totalmente decidida en ahondar en la música de raíz, por eso resultó lógico que fuera nominada en los premios Gardel en el rubro Folclore. Su abordaje de la chacarera «Chakay Manta» (un clásico de los Hermanos Abalos) y del «Carnavalito del duende» (Cuchi Leguizamón y Manuel J. Castilla) se escuchan menos como homenaje que como una expresión arropada de familiaridad e historia. Algunos la comparan con Rosalía, en relación con el trasvasamiento que hizo la española entre el flamenco y el pop. «La verdad que no lo pensé. Me encanta Rosalía, pero tengo más en cuenta a Tonolec, a Lisandro Aristimuño, a Natalia Lafourcade, a Caetano Veloso. ¡O a Bob Dylan! No es nuevo: fíjate Gustavo Cerati. Y hasta te diría Miguel Abuelo o el mismo Cuchi Leguizamón, que hizo folclore jazzero», reflexiona.
Cruces refrescantes
Hay muchos más ejemplos. En el tour de este 2025, la mismísima Lali Espósito cantó «Zamba para olvidarte» en la escala santiagueña de la gira. Invitó al escenario a su tío, José María Landriel, y contó frente al público que pasó largas temporadas en Santiago del Estero durante su infancia. Lejanos quedaron los tiempos en que Wos recuperaba la voz de Atahualpa Yupanqui y Trueno acercaba la de Víctor Heredia.
El panorama de estos cruces –refrescante, si se quiere vital– choca contra las declaraciones de Roberto Pettinato. Entre la provocación y la estupidez, haciendo gala de una ignorancia que, en lugar de esconder, exhibe a los cuatro vientos, el conductor y músico dijo que el folclore «le da vergüenza»: «Aparecen un montón de tipos con quenas y bombos (…) El charanguito, el bombito, la cosa. Ahí yo tengo un problema y sé que mucha gente también lo tiene, y no lo podemos resolver. Nos avergüenza, no nos gusta». La declaración provocó una reacción generalizada y hasta la suspensión de presentaciones, como la que el saxofonista iba a realizar a principios de agosto en la ciudad de Quitilipili, Chaco, con su show Sumo x Pettinato.
Justamente, con pocos años en el país, fue Luca Prodan el que a principios de los años 80 reivindicaba las figuras de Atahualpa Yupanqui y Jaime Torres en contraste con cierto pop estilizado de la época. Nacido en Italia, criado en Inglaterra, Luca ponía en foco lo genuino. Luego de su muerte, el guitarrista Ricardo Mollo se propuso indagar las posibilidades del folclore con Divididos. Su aliado fue la otra pata clave del trío, también ex-Sumo, el bajista Diego Arnedo, a la sazón hijo de Mario Arnedo Gallo, gloria de la chacarera. Cuando se dice que los 90 están aquí –desde la serie de Menem hasta el retorno de Mario Pergolini pero, en esencia, por la brutalidad del programa económico liberal– habrá que pensar que fue a mediados de esa década que la versión a lo Hendrix de «El arriero», de Yupanqui, hecha por Divididos, representó la punta de lanza de una serie de cruces interesantísimos.
Hoy ocurre un fenómeno análogo. Ya no es solo rock: las músicas urbanas, con sus matices, lo han invadido todo. Ahí está impertérrita, eterna como la Pachamama, la música folclórica. Lejos de ser vergonzante, se ofrece como un amparo sólido ante tanta agresividad hacia la cultura y hacia los más vulnerables. Cuando el presente aparece difuso, la raíz y la tradición pueden ser cobijos. Entre tanta fugacidad virtual y con un vértigo que impide la reflexión, entre tanto discurso cruel, el folclore asoma como una posibilidad de encuentro real con lo que fuimos y con lo que todavía podemos volver a ser.