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Traoré, un capitán para África

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Beto Cremonte

Es el presidente más joven del mundo y encabeza un proceso de transformaciones políticas, económicas y culturales en su país, Burkina Faso. Soberanía, descolonización y referencia en el sur global.

Conductor. El mandatario de 37 años se formó en geología en la Universidad de Uagadugú, la capital de la nación africana.

Foto: Getty Images

Desde que asumió la presidencia hace tres años, luego de un ciclo político que incluyó la toma del poder por parte de militares con un claro tinte nacionalista y anticolonial, Ibrahim Traoré se convirtió en un símbolo de renovación revolucionaria en África. Con apenas 37 años, carga sobre sus hombros la esperanza de una nueva generación decidida a construir un futuro soberano en el continente. En las calles de Uagadugú, no es extraño ver jóvenes con banderas burkinesas y retratos del capitán –ese es el rango de Traoré en el Ejército– junto a los de Thomas Sankara (asesinado en 1987), quien fue presidente de Burkina Faso de 1983 a 1987, y se lo conoció como «El Che africano» por su relación directa con la revolución cubana y la implementación del socialismo en su país.

Su imagen trascendió fronteras y hoy se multiplica en canciones, murales y manifestaciones. Para muchos, no es solo el presidente más joven del mundo, sino también la prueba viva de que África puede volver a soñar con dignidad, justicia social e independencia real.

Formado en geología en la Universidad de Uagadugú y fortalecido en academias militares de Burkina y Marruecos, Traoré emerge como un líder que combina formación técnica, disciplina militar y sensibilidad popular. Defiende con convicción que «la lucha de nuestro pueblo es por la independencia real, no por una independencia de bandera», evocando así el espíritu sankarista. Bajo ese horizonte, expulsa tropas francesas, pone fin a símbolos coloniales como los atuendos judiciales europeos y reivindica la identidad nacional con el uso del faso dan fani, la tela tradicional que hoy es emblema de orgullo popular.

Desde adentro
Su revolución va más allá de lo simbólico: es una transformación material. Traoré inauguró la primera refinería de oro del país, capaz de procesar hasta 400 kilos diarios, agregando valor a la materia prima y generando miles de empleos. Impulsó también una fábrica de procesamiento de tomate, una planta farmacéutica nacional (Propharm) y promovió la industria textil local. Estas medidas, junto con la nacionalización de minas estratégicas y el fomento de la agroindustria –algodón, tomate, aluminio–, apuntan a la soberanía alimentaria y productiva. La entrega masiva de tractores y equipos a campesinos busca revertir décadas de dependencia: «Un país que no se alimenta por sí mismo nunca será libre», repite con frecuencia, resumiendo su convicción de que el desarrollo debe construirse desde adentro. «No nacimos para ser eternamente proveedores de materia prima barata. Burkina debe transformar su riqueza y construir su propia prosperidad», es una de las frases que suele repetir.

La modernización también se refleja en la infraestructura. Por caso, construyó el nuevo aeropuerto Ouagadougou-Donsin, renovó el de Bobo-Dioulasso y reactivó Air Burkina con la adquisición de aeronaves Embraer 170. En energía, el Gobierno apuesta a que para 2028 la mitad de la población rural tenga acceso a electricidad mediante redes solares y miniredes comunitarias.

En salud, el Gobierno lanzó programas de acceso gratuito a medicinas esenciales, reforzó hospitales regionales y creó brigadas sanitarias móviles para las zonas rurales más alejadas. En educación, aumentó la inversión en escuelas técnicas y universidades públicas, con foco en ciencias, agricultura e industria, convencido de que «sin conocimiento no hay soberanía». En el plano social, también Traoré impulsa una agenda de transformaciones al fomentar políticas de igualdad de género. En ese sentido, las mujeres reciben créditos agrícolas, participan en programas de formación técnica y su presencia en la administración pública crece de manera significativa. Estas medidas buscan romper con las estructuras patriarcales y garantizar que la revolución sea, también, una revolución femenina.

Djiré Mohamrd Kassoum, presidente del movimiento Sentinelle Malikura, sostiene que «Ibrahim Traoré, a pesar de su juventud, tiene una visión y principios revolucionarios y soberanos, donde la independencia total y la justicia social son la base». Para millones de jóvenes africanos, Traoré no es solo un presidente: es la chispa viva de una revolución.

Moscú. Vladímir Putin, presidente ruso, con Traoré, durante la celebración por el 80° aniversario del Día de la Victoria.

Foto: Getty Images

Marchas, amenazas, retos
La revolución burkinesa que encabeza no se limita al plano económico o militar. Traoré promueve una transformación cultural profunda, reivindicando la identidad africana frente a los viejos símbolos coloniales. Impulsó el uso de la vestimenta tradicional en instituciones públicas y redujo los salarios de ministros y funcionarios para demostrar que la política debe ser un servicio al pueblo y no un privilegio. «Burkina Faso es una población donde el 60% tiene 25 años, es allí donde la figura del líder cobra fuerza», sostiene Djiré.

En el plano regional, es motor de la Alianza de Estados del Sahel (AES), junto a Malí y Níger. Esta alianza militar, política y económica busca reemplazar estructuras dependientes como la CEDEAO (Comunidad Económica de África Occidental) por mecanismos realmente africanos. «Solo las soluciones africanas resolverán los problemas africanos», afirma en Bamako, defendiendo la creación de una moneda propia y un banco regional para superar el yugo del franco CFA y las instituciones financieras internacionales.

En la escena internacional, Traoré se convierte en referente del sur global. En el Foro Rusia-África de 2023, declaró frente a Vladímir Putin: «El terrorismo que sufrimos hoy es hijo del imperialismo de ayer», sintetizando el vínculo entre la violencia que golpea al Sahel y las imposiciones coloniales. Sus palabras resuenan en África, América Latina y Asia, donde movimientos sociales y Gobiernos populares lo reconocen como un hermano en la lucha contra el imperialismo.

El nombre de Traoré aparece junto al de líderes que buscan caminos soberanos en el sur global. Incluso en organismos internacionales, pese a sanciones y presiones, su figura obliga a reconocer que una parte de África ya no acepta el rol subordinado que se le asignó durante siglos.

La revolución en Burkina Faso avanza, pero lo hace en un terreno complejo. Aun con logros visibles, persisten amenazas profundas: el avance de grupos yihadistas, el asedio económico internacional y la presión de potencias extranjeras que buscan mantener su influencia en el Sahel. El futuro no está garantizado: la revolución burkinesa puede consolidarse como faro para el continente o enfrentar retrocesos si las presiones externas logran quebrar su base material y popular.

El proceso burkinés ya dejó una huella, demostrando que un país pequeño, empobrecido y asediado puede levantarse con dignidad, soberanía y voz propia. Sin embargo, su consolidación dependerá de la capacidad de resistir las sanciones, de fortalecer una economía nacional aún frágil y de mantener la cohesión popular en un contexto mundial convulsionado. Son los principales desafíos para un continente que tiene un nuevo líder que lo defienda.

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