De cerca | ENTREVISTA A DIEGO GOLOMBEK

«En el juego hay muchísima ciencia»

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Andrés Valenzuela - Fotos: Guadalupe Lombardo

El biólogo, investigador y divulgador encabeza un ciclo televisivo que busca fomentar la curiosidad del público infantil a partir de fenómenos cotidianos. Ajuste y crisis en el sector.

Hacer ciencia desde el minuto uno. Si es posible, desde que los pibes juegan en hamacas y areneros. Con ese planteo surge Ciencia en la plaza, un ciclo conducido por Diego Golombek que se puede ver en DirecTV y YouTube. El biólogo, investigador y divulgador propone allí recuperar la curiosidad a partir de los fenómenos cotidianos, para recordar que sí, que la ciencia está en todos lados y puede acompañarnos en todas nuestras decisiones. 

«Hay algo que se escucha muchísimo, que es que cuando solucionemos los problemas graves que tiene la Argentina, el hambre, la pobreza, algunas cuestiones de salud, recién ahí vamos a dedicarnos a la ciencia. Es una absoluta estupidez», plantea con seguridad. Golombek es una de las caras visibles de la resistencia al desfinanciamiento del sector por parte del Gobierno nacional. «Es justamente con la ciencia que vamos a resolver esos problemas», reafirma su idea.

Nadie puede acusarlo de improvisado. Cuando recibe a Acción tiene las valijas a medio hacer, antes de irse un semestre como profesor invitado a la prestigiosa Yale University. En la Argentina tiene en su haber innumerables distinciones y logros no menores, como la dirección de una de las colecciones de divulgación más profundas e interesantes de las últimas décadas titulada Ciencia que Ladra, publicada bajo el paraguas de Siglo XXI Editores.

«Sin la ciencia no resolvemos el hambre, ni la distribución de la riqueza, ni la contaminación, ni la cuestión energética. Por eso nos gusta este enfoque preposicional: no apoyar a la ciencia sino apoyarse en la ciencia, para resolver estos problemas», destaca. Mientras se ocupa de estas cuestiones medulares, como investigador se especializa en ritmos circadianos o «el reloj biológico».

–¿Cómo afecta la crisis a nuestro ritmo circadiano?
–El enemigo número uno del sueño es el estrés, claramente. Y vaya si tenemos motivos para estar estresados, ¿no? Las crisis económicas, políticas, personales afectan directamente al sueño. Uno duerme mal porque está pensando en las macanas que se mandó ayer, las que se va a mandar mañana, y si va a tener laburo, si alcanza el sueldo, si va a seguir habiendo instituciones en un país donde uno vive. Además, en tiempos de multiplicidad de redes y de profusión de información, no solamente tenés el ataque de las pantallas, sino también de la información misma, que te va bombardeando y te tiene un poquitito adicto.

–Y en este contexto, ¿cómo se sigue haciendo ciencia?
–Es algo que nos preguntamos a diario. ¿Por qué, cómo, dónde, con qué hacer ciencia en este contexto tan difícil? En principio estamos atacados por dos ángulos cuya combinación es bastante letal. Uno es el problema presupuestario, por supuesto. No hay un mango, los salarios en todas las universidades públicas son muy bajos, las becas son risibles en cuanto a lo que cobran los becarios, que son profesionales finalmente. No hay financiamiento. No es que hay poco, directamente está cortado toda nueva posibilidad de financiamiento, encima en un contexto mundial que tampoco ayuda. De alguna manera eso ya lo conocemos, y sabemos que son vaivenes. El otro costado es el ideológico. El ataque a la ciencia, tan certero, tan ignorante. Por otro lado, con argumentos que realmente no llegan ni a la esquina. Eso es raro, que desde el Estado, desde altas esferas de un Gobierno nacional, se ataque a la ciencia y se la ignore como la herramienta más poderosa para desarrollar un país. Eso realmente no sé si lo hemos vivido. Y nos tiene un poco paralizados en cuanto a cómo responder.

–¿En tu opinión esta situación es distinta a la de los 90, cuando Cavallo mandaba a una científica a lavar los platos?
–El famoso «andá a lavar los platos» de Cavallo fue un ataque muy puntual a una socióloga, Susana Torrado, cuyos datos no le gustaban al entonces ministro. No fue un ataque a la ciencia. Por supuesto que fue un ataque absolutamente misógino, estúpido. Pero fue un hecho más aislado: no había esta idea, desde el Estado, de que la ciencia no sirve. Esto funciona porque hay una parte de la población que acuerda con ese discurso. Y una parte ínfima de la responsabilidad es de la ciencia.

–¿Qué responsabilidad le cabe?
–La responsabilidad de no poder mirarse, autocriticarse, proponer cosas y salir a aportar. Por supuesto, está bien que haya marchas, catarsis, planes de lucha. Es lo que corresponde, pero nos falta ese otro costado propositivo. Cuando se te cae el mundo es muy difícil salir con propuestas, pero tenemos que hacerlo.

–¿Qué se podría hacer?
–Me parece que tenemos la obligación de seguir contando lo que hacemos, mostrar ejemplos virtuosos de cómo desde una idea, desde un tubo de ensayo, desde algo que vos hacés en una mesada de laboratorio, eso recorre todo el camino y llega a un cambio productivo extraordinario. Tenemos que contar por qué la mirada científica es la más poderosa para entender el mundo y para incidir sobre él. Y también debemos tener un plan, un programa. ¿Qué ciencia queremos en este momento del país? Porque si no, aparecen otros planes, y van a aparecer otras ideas. Nosotros como comunidad científica necesitamos organizarnos, ver qué andaba bárbaro y qué no andaba tan bien y cómo lo solucionamos. Creo que esa parte todavía es un debe.

–Se estrenó tu ciclo de divulgación para niños Ciencia en la plaza. ¿Qué rol te gustaría que juegue la educación?
–Obviamente, esto de contar la ciencia tiene una pata fundamental que es la educación formal. De alguna manera, el ciclo inicial de jardín de infantes es eminentemente científico. Cuando una maestra se tira en el piso a tratar de entender el mundo a través de los sentidos, con los pibes y las pibas, está haciendo ciencia muy profundamente. Algo pasa en ese traslado del nivel inicial al primer ciclo, a la primaria. Los pibes siguen siendo tremendamente curiosos, pero empiezan a automoderarse pensando «¿estaré preguntando un disparate?». Y por ahí no lo preguntan o inhiben un poco cierta tendencia a ser fundamentalmente experimentales. Entonces ahí también puede entrar la educación no formal. Y también pueden entrar herramientas de comunicación pública de la ciencia, programas de tele, libros, muchas redes sociales que los pibes consumen cada vez más.

–Instagram, TikTok, ¿cambian un poco las reglas del juego para la divulgación?
–Las redes sociales cambian completamente las reglas del juego y hay que saberlo. Yo llegué muy tarde, entonces las uso para anunciar cosas, no las uso como herramientas, pero me maravillan. Sobre todo los más jóvenes, que están haciendo cosas increíbles con mini historias muy bien cuidadas y que entienden esta relación entre forma y contenido de una manera casi innata. Realmente funciona bárbaro, desde los chicos y las chicas que recomiendan libros y son un fenómeno, hasta aquellos que se juegan para contar algo de ciencia. De distintas edades, hay adolescentes y hay estudiantes jóvenes y hay un poco menos jóvenes, que aprovechan al máximo los recursos, porque eso es algo que cuesta aprender. Cuando alguien de la ciencia, en un libro de ciencia, se acuerda de la ciencia pero no de la literatura, entonces no está haciendo un libro. Cuando alguien de ciencia hace un programa de tele de ciencia, la ciencia claro que tiene que estar perfecta, pero está haciendo un programa de tele. Tiene que aprovechar esos recursos. Yo creo que los más jóvenes entendieron este casamiento entre recursos y contenido con redes sociales y lo aprovechan de una manera que yo me autopercibo que llegué tarde a eso.

–¿Y con Ciencia en la plaza cuál es la búsqueda?
–En ese sentido, el ciclo Ciencia en la plaza que estuvimos produciendo para DirecTV quiere rescatar la pregunta que tiene un pibe de primaria, que a veces no se anima a hacer y está ahí dando vueltas, en este caso en la plaza. El lema del programa es por qué pasa lo que pasa. ¿Quién no se pregunta eso? ¿Qué pibe? ¿Y qué grande? ¿Por qué se mueven las hamacas? ¿O por qué pateas un penal y a veces sale para cualquier lado? ¿Por qué de pronto llovió y aparecen hongos en el medio de la plaza? ¿De dónde salieron estos? ¿Estaban ahí escondidos? ¿Estaban dormidos? Bueno, yo lo que quiero es que las preguntas no estén escondidas, que salgan de una manera muy lúdica. La excusa para comunicarse con chicos y chicas es el juego. Y en el juego hay muchísima ciencia.

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