3 de octubre de 2025
Al frente de la serie En el barro, Ana Garibaldi atraviesa un pico de popularidad luego de años de batallar en el circuito teatral. Historia de una actriz comprometida con el escenario actual.

Suenan bocinazos. También se oyen voces de aliento: «Vamos jefa», «No aflojes, Borges», «Te sigo desde que hacías un papelito en El marginal». El cronista de Acción camina junto con Ana Garibaldi por los pasajes laberínticos de Parque Chas, buscando un café donde charlar y hacer las fotos, pero bastan unos pocos minutos para que la protagonista de la serie En el barro empiece a ser blanco de elogios y reconocimientos de todo tipo.
Tímida, ella agradece con una sonrisa y agacha la cabeza. «Nunca me pasó algo así en mi vida, yo vengo de otro palo, de la pata teatral. Aunque es cierto que mi cara empezó a ser más conocida en El marginal, adonde empecé bien de abajo, siendo la esposa de Mario Borges, líder de una banda carcelaria», describe la actriz formada en el ex IUNA y luego con su gran maestro, el director Rubén Szuchmacher.
«Mil cosas me vienen a la cabeza, desde mis tiempos como recepcionista y asistente dental hasta los treinta-pocos, hasta mis giras teatrales por Europa de la mano de Daniel Veronese», cuenta, con una cuota de bondad y paciencia que en nada se asemeja a los modos de la malvada líder carcelaria que interpreta en la ficción. «Me encantan estos personajes oscuros, con alteraciones: para una actriz son desafíos soñados», completa.
«Para mí, compartir la actuación es algo ideológico, yo siempre me moví así. Es decir que el producto final del personaje se construye con el otro.»
–¿Qué diferencias encontrás entre la Gladys Guerra de El marginal y la de En el barro?
–En El marginal yo acompañaba desde afuera, estando en libertad, a quien era mi marido, Mario Borges, y a mi cuñado, a quien quería como a un hijo, Diosito. Esa Gladys Guerra era una mina más agresiva, de armas tomar, pero también más pispireta, una delincuente sin escrúpulos a la hora de salvar a su banda y a ella misma. La Gladys de En el barro arranca viuda y presa por primera vez, y con un nieto a quien de alguna manera pierde en el trato cotidiano. Entonces parece más vulnerable, pero en realidad es más precavida, observadora, está alerta y sabe que en el penal de La Quebrada se va a encontrar con mujeres intensas, pero que la conocen, saben muy bien quién es La Borges, porque se ganó fama y respeto. Hay un cambio notorio entre una y otra, pero esta vez no me tenía que pasar de la raya.
–¿En qué sentido?
–Tenía que tener claro que había otro matiz, otro calor. Hay momentos en que el personaje está tranquilo, es meticuloso. Y cuando tiene que mostrar las garras, lo hace, pero luego vuelve a bajar para lograr su objetivo, que es sobrevivir en el mundo del penal. Tuve presente en la composición del personaje las enseñanzas de Szuchmacher, mi formador: «Está presente sin estarlo, sé sútil». Rubén me enseñó a plantarme en un escenario.
–Alguna vez contaste que para construir a Gladys apelaste a tu formación y te pusiste a jugar. ¿Qué sería «jugar»?
–Jugar como hacen los chicos, tomando un rol y echándolo a rodar a ver qué sale. Yo soy ladrona, vos sos policía y nos ponemos a interactuar. Mi formación tiene que ver con ese juego de rol, pero después el trabajo se completa con el otro, con quien forma tu equipo. Para mí, compartir la actuación es algo ideológico, yo siempre me moví así. Es decir que el producto final del personaje se construye con el otro. Por eso cada vez que puedo remarco la generosidad de Claudio Rissi, que me ayudó un montón: él tuvo mucho que ver en la construcción de Gladys.
–¿De qué forma te ayudó?
–Me dio clases de televisión. Me explicó dónde ubicarme, cómo manejar las cámaras, muchas cuestiones con respecto a lo técnico, porque yo hasta ese momento no había hecho casi nada en un set televisivo. Aprendí a su lado, era un tipo brillante en todo lo que hacía, teatro, tele o cine. Fue un compañero de oro, tuve mucha suerte desde el principio de El marginal, cuando fui solo por un puñado de bolos. Tengo el mejor recuerdo de Claudio, profesional y personal.
–¿Qué recuerdos tenés de aquellos primeros bolos?
–Me sentía una extranjera que llegaba a una familia armada. Había un grupo de actores que ya estaba funcionando solo, con sus códigos y, de pronto, caí yo, y tenía no solo que hacer el gol, sino clavarla en un ángulo. Me podía haber tocado un compañero mala onda, sentir incomodidad no solo por ser la novata, pero tuve mucha suerte.

«Si bien era una flor de mochila la que me tenía que cargar con En el barro, decidí que tenía que ser liviana, me propuse disfrutar desde el principio.»
–¿Cómo surgió la propuesta para protagonizar En el barro?
–Cuando en 2022 terminó El marginal, en las redes empezaron a pedir con insistencia la historia de Gladys. A mediados de ese año yo estaba haciendo la obra Los padres terribles y mi compañero, Luis Ziembrowski, que también estuvo en la serie, me decía que estaba el proyecto para hacer La marginal, en la que yo estaría. Luis me juraba que tenía esa data, que tenía cercanía con la producción. Yo ni idea, estaba totalmente al margen. Hasta que al tiempo me encontré con Alejandro Ciancio, el director, a quien encaré y le pregunté de una qué onda. Y me lo confirmó y en 2023 cerramos los detalles sobre la historia que se quería contar. Fue un shock.
–¿Qué significó obtener un protagónico a esta altura de tu carrera?
–Profesionalmente, se trataba de algo súper importante, primero porque estaban Underground y Netflix sosteniendo el proyecto. Después estaba rodeada de gente muy valiosa y capaz, que me estaban diciendo «che, confiamos en vos». Y si bien era una flor de mochila la que me tenía que cargar, decidí que tenía que ser liviana, me propuse disfrutar desde el principio y me planteé jugar en la construcción. No quería pasarlo mal solo por el hecho de ser una protagonista inesperada.
–¿Fue liviana la mochila?
–No, claro que no. Me sentí vacilante, pensaba que no iba a poder, creía que no podía hacerme cargo y me agarró un grado de inseguridad y de fobia que me hicieron dudar. Hasta que una amiga actriz, Mara Bestelli, me dijo: «Sí, Ana, vas a poder, siempre te pasa lo mismo cada vez que vas a encarar un proyecto. Decís “es un delirio, están locos, por qué me llaman a mí”, hasta que arrancás». Y fue tal cual.
–¿Las escenas de desnudez implicaron un desafío?
–Hasta En el barro, había tenido dos escenas de sexo en mi vida: una con Guillermo Arengo en la tira Tratame bien y la otra con Claudio en El marginal. Y en ambos casos estuve de acuerdo con el hecho de que no mostraran cuerpos hegemónicos y que nos viéramos a nosotros dos, a Claudio y a mí, tal como éramos, con nuestros cuerpos y nuestras edades. Y ahora me pasó lo mismo, me sentí cómoda. Además, en el equipo hay una persona para este tipo de escenas. Se trata de un nuevo rol, que debutó en En el barro. Ella es Tati Rojas y su tarea se aboca a todo lo que tiene que ver con secuencias de desnudez, de sexo o de intimidad. La verdad es que es espectacular contar con alguien de confianza, que entienda y atienda a cada actor y actriz personalmente.
–¿Cómo te llevás con la maldad de Gladys?
–Me encanta, me encanta. Había hecho un papel de jodida mal, una psicópata de temer en El desarrollo de la civilización venidera, la obra de Daniel Veronese, pero nunca una delincuente como Gladys Guerra. Me gusta este tipo de personajes, porque en el fondo saca de alguna manera lo peor de uno.
Mirada crítica
Dice Garibaldi que siempre luchó por la defensa de los derechos de los actores, pero que también se llegó a politizar. «Nunca me borré, siempre dije, opiné, tomé posición, lo que pasa es que o no me escuchaban o no me conocían. Ahora tengo otra visibilidad, pero voy a seguir hablando, no tengo miedo», afirma. Expresa su malestar por «las maneras» del Gobierno nacional y muestra preocupación por la situación de su gremio. «Estoy un poco abrumada, un poco podrida de todo esto que está pasando. Estamos todos muy golpeados, todo lo que es cultura, bueno no solo cultura, pero es lo que a mí me toca. Hay actores, actrices, con muy poco laburo. De hecho, cuando estábamos grabando En el barro muchas actrices reconocíamos ser unas privilegiadas, porque realmente vivíamos en una burbuja, porque no está pasando nada, no se mueve el mercado».

«Estoy muy preocupada. Tengo amigos que la están pasando mal en lo económico, no ven un horizonte, pero, además, pasan cosas horribles todo el tiempo.»
–¿No ves salida?
–Estoy muy preocupada. Tengo amigos que la están pasando mal en lo económico, no ven un horizonte, pero, además, pasan cosas horribles todo el tiempo. Prendés la tele y ves discursos de odio y una violencia que está naturalizada. Está todo muy oscuro, pero yo creo que también esto va a pasar, mi esperanza es que no se va a poder sostener tanto más. Pero realmente agota.
–¿Qué cosas, puntualmente?
–Lo que pasa en el Incaa, en el Instituto de Teatro, hay persecuciones: se establece que todos los actores son kirchneristas y se los agrede, se los estigmatiza. Ya me hinchó las bolas. ¿Y si son K cuál es el problema? Hay una cacería de brujas, una saña total. Y a veces también hay comentarios de actores a los que les va bien, que no corresponden, como lo que dijo Francella, que desvirtuó cierto tipo de producciones. «No van ni los familiares a verlos».
–¿Te afectó?
–Me molestó, claro. Fue un garrón escuchar a Francella, a un compañero al que le va muy bien, hablar así, tan libre de cuerpo de ciertas cosas, sin tener en cuenta el laburo de muchos actores y lo que hay detrás, cientos de familias que comen con esos trabajos. Hablar de la taquilla es como escupirle el asado al otro, incomodar al otro desde un lugar muy acomodado. No está bien, no es un comentario que ayude.
–¿Francella habló desde un lugar de militancia?
–La verdad es que no lo sé, pero inocente no fue. Somos gente grande, estamos en una situación puntual en el país, todos más o menos sabemos que la cosa está complicada. Y esto no va solo para Francella, a quien no me interesa pegarle porque sí. Pero fue él quien habló de esa manera despectiva, es un actor muy escuchado y lo que dice tiene mucha injerencia.