19 de octubre de 2025
La pregunta ya no es si la burbuja de la inteligencia artificial explotará, sino cuándo lo hará. Los contratos entre corporaciones se multiplican, pero no se apoyan en un modelo de negocios sostenible.

Expectativas. Inversiones por miles de millones de dólares inflan el valor de las acciones de las corporaciones.
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Las noticias sobre inversiones en IA Generativa (IAG) se multiplican en los titulares: OpenAI firmó un contrato con AMD para comprarle chips y generar ingresos por cerca de 100.000 millones de dólares; la larga relación entre Microsoft y OpenAI se reestructuró en un plan de 500.000 millones; Oracle y Nvidia firmaron un acuerdo de 300.000 millones para la construcción de datacenters; Nvidia prometió inversiones de 100.000 millones en OpenAI. La lista podría seguir largamente. En el plano local, OpenAI anunció una inversión de 25.000 millones para construir un datacenter en la Patagonia, aunque se la ve muy floja de papeles.
Estos números hacen volar las expectativas y el valor de las acciones de estas empresas: Nvidia, la principal fabricante de los procesadores utilizados para hacer funcionar a las IAG, lidera el ranking de mayor cotización bursátil global con más de 4 billones de dólares, cuando hace dos años valía menos de un décimo de esa cifra. La siguen Microsoft, Apple, Alphabet, Amazon y Meta. Donde antes había bancos, petroleras y farmacéuticas, ahora hay corporaciones tecnológicas que apuestan sus enormes recursos al desarrollo de la IAG.
Frente a este panorama de inversiones que no encuentran techo, ¿quién podría imaginar que el negocio en realidad no tiene buenas perspectivas? Extrañamente, varios. Uno de ellos es el Deutsche Bank que en un reporte de fines de septiembre advertía a sus inversores sobre la implosión de la «economía IA» más pronto que tarde, ya que la inversión no podía continuar creciendo al mismo ritmo con ingresos corriendo de muy atrás.
Para peor, según el mismo informe, firmado por el especialista George Saravelos, «sin las inversiones relacionadas con la tecnología, los EE.UU. estarían cerca de o en recesión este mismo año». Buena parte de la inversión va a parar a infraestructura, es decir, enormes centros de procesamiento por montos totales que ya superan a las inversiones previas a la explosión de la burbuja «puntocom» en 2001.
¿Quién tiene razón? ¿Los inversores en IAG o los analistas que ven una burbuja de pronto final?
Tomala vos, dámela a mí
Lo que está ocurriendo, como puede haber ya percibido un lector atento, es que las empresas que firman estos acuerdos de inversión, compra, asociación y demás son solo un puñado. Como explica un reciente artículo de Bloomberg llamado «Los acuerdos circulares en IA entre OpenAI, Nvidia y AMD levantan sospechas», en realidad lo que hacen es firmar documentos por miles de millones de dólares que luego suman a sus reportes de ganancias, pero que van y vuelven de unos a otros.
Por ejemplo, según el artículo, Nvidia invierte en OpenAI el dinero que luego se transforma en demanda de sus chips y reporta en sus balances como ganancia. A su vez, esa inversión funciona como estímulo para que OpenAI convenza a los inversores de que necesita dinero para la estructura de las plantas. Los demás ven que ChatGPT se transformó en un estándar y siguen la fiebre de la IAG con la esperanza de quedarse con una parte de la torta, lo que redunda en más demanda de procesadores y más centros de procesamiento que siguen elevando las expectativas; entonces Nvidia suelta la billetera en favor de otros aliados retroalimentando el proceso.

Infraestructura. Mucha de la inversión es para sustentar los enormes centros de procesamiento de datos.
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En total, OpenAI firmó acuerdos con Nvidia, AMD y Oracle que se acercan al billón de dólares, aún lejos de lo que Altman alguna vez anunció necesitaría para desarrollar la IA General, capaz de resolver todos los problemas de la humanidad. «Nunca antes tanto dinero se gastó tan rápidamente en tecnología que, pese a su enorme potencial, sigue sin demostrar fehacientemente que puede resultar en una avenida hacia las ganancias», aseguran en Bloomberg. En el ojo del huracán aparecen Nvidia y OpenAI, que en el corto plazo aumentan su cotización bursátil e ingresos, aunque no hayan demostrado que la IAG sea un negocio viable. Cuando caiga una, las demás no quedarán indemnes.
Otros especialistas vienen advirtiendo que no hay manera de que se recupere el dinero: los ingresos por IAG de cerca de 50.000 millones de dólares al año representan un 2% de lo gastado hasta ahora. Los ingresos crecen, pero como los costos también lo hacen, el horizonte no se acerca ni un poco. Hasta el mismo Sam Altman comenzó a abrir el paraguas sobre inversores «sobreexcitados» con la IA. ¿Quién los habrá puesto así?
La gigantesca inversión está montada sobre pies de barro, es decir, promesas incomprobables de que en algún momento se encontrará un modelo de negocios que permita no solo ganar dinero sino también recuperar las montañas de dólares ya invertidos. La «cositortización» del capitalismo se acelera gracias a la IAG.
¿Qué quedará?
Con las señales de una explosión que, para peor, afectará a la economía estadounidense, ya hay quienes se preguntan qué tipo de burbuja es la IAG. Los especialistas analizan antecedentes: un estudio histórico de la Reserva Federal del Banco de San Francisco indicaba que de 51 innovaciones entre 1825 y el 2000, 37 fueron acompañadas de burbujas.
La pregunta inversa sería cuántas burbujas se transformaron en innovaciones o al menos dejaron infraestructura útil para otros emprendimientos. Uno de los casos recientes más conocidos es de la burbuja «puntocom» de 2001. Desde mediados de los años 90, mucho dinero barato se volcó a la incipiente web, pero las promesas innovadoras tuvieron serios problemas para encontrar modelos de negocios acordes a las promesas o las inversiones. Sin embargo, cuando explotó la burbuja quedó infraestructura que aprovecharon empresas como Google y, más tarde, Facebook, aunque ambas lo hicieron fagocitando al mercado publicitario existente más que creando riquezas nuevas.
Otro antecedente reciente es el de los distintos negocios que se montaron sobre el hype de blockchain: desde criptomonedas o stable coins a NFTs, Juegos play to earn, etcétera. Pese a que sus promesas todavía perviven marginalmente o se cita a Bitcoin como prueba de que es posible un negocio sostenible, no quedó prácticamente nada de la furia innovadora original: no queda prácticamente nada tangible de los millones gastados, salvo por algunas cuentas personales de quienes se enriquecieron gracias a los incautos arrastrados por el marketing.
¿En qué lugar se ubica la IAG? Uno podría suponer que los gigantescos centros de procesamiento instalados servirán para otros proyectos. Por ejemplo, con otra arquitectura se podrían ahorrar costos y hacer herramientas de IAG más útiles y económicamente sostenibles. El problema es que esta tecnología sufre de una obsolescencia veloz: los chips se transforman en chatarra en pocos años.
El Gobierno de los EE.UU., atravesado de intereses de las corporaciones tecnológicas, ha decidido no regular para, supuestamente, no perder la carrera tecnológica contra China. El resultado puede terminar siendo que no solo se vea superado por su antagonista global, sino que además la economía, que podría haber aprovechado esos recursos para proyectos más realistas, se vea tan afectada que entre en recesión.