6 de noviembre de 2025
Iris Pereyra es la mamá de «El Negrito» Avellaneda, un militante asesinado a los 15 años por la dictadura, y una luchadora incansable por la justicia y la memoria como un acto de responsabilidad ética.

Iris Pereyra de Avellaneda es un símbolo de resistencia, memoria y lucha por los derechos humanos en la Argentina. Su historia se encuentra marcada por la persecución, el secuestro y la tortura durante la última dictadura cívico-militar, y por la pérdida de su hijo, Floreal «El Negrito» Avellaneda, joven militante de la Federación Juvenil Comunista, asesinado cuando contaba 15 años. Su cuerpo fue hallado en la costa uruguaya del Río de la Plata adonde fue arrojado tras un «vuelo de la muerte».
Desde la recuperación de su libertad en 1978, Iris se convirtió en una voz incansable que clama por justicia y memoria. Actualmente preside la Liga Argentina por los Derechos Humanos (LADH). A lo largo de los años, sus declaraciones reflejan una profunda comprensión de la historia reciente de su país y un compromiso ético con las generaciones futuras. Ella misma dijo que no alberga odio, sino memoria, y que la lucha de quienes fueron arrebatados a sus familias continúa a través de quienes sobreviven y recuerdan.
La maternidad de Iris, marcada por la pérdida de su hijo, se convierte en motor de su acción pública. A menudo recuerda que Floreal fue asesinado por soñar con un país justo y que su lucha no es solo personal, sino colectiva. Su testimonio insiste en que los genocidas intentaron borrar a toda una generación, pero que la memoria de quienes faltan permanece viva y activa gracias a los sobrevivientes y a la sociedad que recuerda y exige justicia.
«A lo largo de mi vida –dice Iris– he participado en numerosos juicios, declarando ante la Conadep, en el Juicio a las Juntas y en la Megacausa Campo de Mayo, aportando evidencia de la violencia sufrida por detenidos y detenidas, y denunciando la impunidad de muchos represores». Sus intervenciones públicas destacan la necesidad de justicia efectiva, más allá de la venganza, y subrayan que la memoria es un acto de responsabilidad ética hacia quienes no pueden hablar.
En sus declaraciones y charlas, Iris aborda también la importancia de la militancia y la solidaridad. Su mensaje es claro: la acción por los derechos humanos no termina con la dictadura, sino que se prolonga en la denuncia de injusticias y la educación de las nuevas generaciones.
A sus 86 años tiene dos hijos vivos (dos fallecidos), cinco nietos y cinco bisnietos, su nieto «Nico» –que vive con ella– la lleva a hacer trámites o a pasear en moto –con riguroso casco– y ella disfruta de esos viajes.
Sus palabras están cargadas de fuerza y de ternura, de dolor y de resistencia, y expresan que la memoria no es solo un registro histórico, sino un acto de compromiso social. Al relatar su experiencia y la de su hijo, Iris invita a reflexionar sobre la vulnerabilidad de los derechos, la importancia de la conciencia política y la necesidad de mantener viva la memoria de quienes fueron perseguidos, desaparecidos o asesinados.
En síntesis, la voz de Iris Pereyra de Avellaneda articula el dolor personal con la ética pública, transformando su experiencia de pérdida y sufrimiento en un llamado constante a la memoria, la justicia y la acción por los derechos humanos, recordando a cada paso que la lucha de los que faltan continúa en quienes sobrevivieron y siguen reclamando justicia.

–¿En algún momento, luego de las atrocidades que sufriste junto a tu hijo, y luego sola, pensaste en abandonar la militancia?
–Nunca. Ni una sola vez. Siempre pensé en que mi obligación era seguir. Junto con «El Negrito» nos metieron en una comisaría de Villa Martelli para torturarnos pared por medio, cada quien, a su turno, cada uno escuchaba los gritos de los tormentos aplicados al otro, querían que cantemos dónde estaba mi marido que era dirigente gremial y del PC. ¿Querés algo más jodido que eso? Pero ni «El Negrito» ni yo aflojamos. Los dos teníamos conciencia política. Y después que hallamos el cadáver, aunque nunca recuperamos el cuerpo, seguí la batalla porque esa es nuestra vida, resistir, educar. La memoria no es solo recordar los hechos, sino responsabilizarse del pasado para que no se repita. Los que sobrevivimos tenemos la obligación de hablar por los que no pueden hacerlo, transformando el dolor personal en un acto colectivo.
–¿Cuáles son los temas de las charlas que das en colegios, universidades y cárceles?
–Bueno, desde contar mi vida, pasando por la militancia en derechos humanos, la situación política nacional e internacional, entre otras. Y doy las charlas porque elegí sobrevivir y hablar, porque el silencio sería traicionar a los que no volvieron.
–¿Qué te preocupa especialmente de la situación internacional?
–Últimamente estuvimos muy preocupados por Palestina, el genocidio del Estado de Israel –respaldado por Estado Unidos– sobre tanta gente desamparada. La lucha del pueblo palestino es una historia de resistencia frente a décadas de ocupación, expulsiones y violencia sistemática. Cada hogar destruido, cada vida arrebatada y cada desplazamiento forzado recuerda que la justicia internacional sigue siendo una deuda pendiente. Apoyar a Palestina no es solo solidarizarse con su derecho a la tierra, sino reconocer su dignidad, su cultura y su derecho a decidir su futuro en paz y libertad. La voz de Palestina es un llamado urgente a la conciencia global: mientras el mundo observe silencioso, la vida de millones sigue marcada por la opresión, y la justicia solo avanzará cuando la comunidad internacional se comprometa a garantizar derechos, igualdad y seguridad para todos sus habitantes. Allí quienes no murieron están presos y en zozobra.
–Vas seguido al Cusam (Centro de estudiantes de cárceles de la Universidad de San Martín), ¿cómo funcionan allí?
–El Cusam ha generado un compromiso y una articulación muy particular con el territorio del partido de General San Martín. Con especial orgullo trabajamos junto a los proyectos culturales y sociales que estudiantes han abierto en sus propios barrios tras recuperar su libertad, como una biblioteca popular en el barrio de La Cárcova y un Centro Cultural y Deportivo en el barrio Sarmiento. El Cusam también articula con diversas organizaciones sociales y la Escuela Secundaria Técnica de la UnSam, lo que logró generar y potenciar un diálogo permanente entre las personas privadas de su libertad y la comunidad.
–Veo en tus repisas muchos reconocimientos y placas, ¿de quiénes son?
–De muchos sitios y personas, hay cuatro colegios que llevan el nombre Floreal Avellaneda, por «El Negrito»; también soy madrina de los chicos del Cusam, tengo reconocimientos de asambleas de vecinos y hasta recibí uno de Cristina Fernández de Kirchner.
–¿Y en esa oportunidad no te vinieron deseos de pasarte al kirchnerismo?
–No. Yo puedo reconocer que Néstor Kirchner hizo un gran Gobierno y Cristina hizo lo suyo; pero yo tengo una ideología firme por la cual pude haber dado la vida. Así, como estamos, estamos bien. Hay un lugar para cada militante y desde ahí se tiene que seguir construyendo.

–¿Te pasó en alguna charla que te confrontara algún militante de Milei?
–No, nunca. Si llegara a pasar estoy dispuesta a debatir. Tengo mis argumentos que están en la realidad. No hubo ajuste a la casta porque ellos son la casta. ¿Los jubilados merecemos los palos que nos da Bullrich todos los miércoles? ¿Es justo comer una vez al día o no comer mientras ellos se llenan los bolsillos y las cuentas bancarias? Si algún chico o chica viene al debate saldrán enriquecidos, porque muy probablemente estén confundidos por las argucias de este desquiciado que llegó a la presidencia. La irrupción de Javier Milei en la escena política argentina representa una lógica de confrontación que altera los consensos básicos de la democracia. Su discurso extremista, a menudo basado en la provocación y la descalificación, deteriora el debate público y fomenta la fragmentación social, por eso le pido a todo el mundo que vote bien, que por favor piense. Que no olvidemos los máximos sufrimientos a los que fuimos sometidos. Ya es hora de decir: ¡BASTA!
