4 de noviembre de 2025
Naturalizados por las redes, los emojis, memes y otros recursos visuales forman parte del lenguaje cotidiano y amenazan con desplazar la comunicación verbal. ¿Estamos ante el fin de la palabra escrita?

Caras y caritas. Hasta septiembre de este año se habían registrado en todo el mundo 3.953 emojis.
Foto: Shutterstock
Una carita para demostrar lo que sentimos y un corazón como respuesta. O un fueguito. A lo mejor la risita burlona e infinitamente compartida de Leonardo DiCaprio, o la resignación hecha meme de Don Ramón, del Chavo. Incluso la Rana René, Borges o el rostro recortado de algún compañero de trabajo. Del emoji más básico al sticker más personalizado, la comunicación no para de experimentar cambios y, en tiempos de redes sociales, parece ahorrar palabras como si estuviesen de sobra. Pero, ¿cuál es, ante tanta idea resumida en imagen, el presente y futuro del lenguaje escrito? ¿Perdemos palabras o sumamos nuevas formas de nombrar?
Lucas Gagliardi, profesor en la carrera de Letras e integrante del Centro de Estudios e Investigaciones Lingüísticas de la UNLP, no cree que la sobreabundancia de emojis en nuestras vidas signifique un reemplazo de la escritura. «Al menos no para todos los contextos de uso –aclara–. Hay que pensar que se utilizan principalmente en aplicaciones digitales y, por lo general, en situaciones que requieren un registro informal».
Para el docente, además, estos símbolos funcionan «como un complemento, como una prótesis de la escritura. Muchos refuerzan la interpretación de un mensaje que escribimos y nos permiten comprender la intención comunicativa cuando no tenemos refuerzos como la entonación o los gestos. Generalmente aparecen en compañía de la palabra escrita y la complementan. Son menos los casos en que parecen reemplazarla y ser autónomos. Pienso por ejemplo cuando hablamos de temas específicos, como opiniones y emociones, o cuando solo reaccionamos ante un contenido en línea por medio de uno de estos símbolos».
El famoso lema de «no hay texto sin contexto», difundido entre lingüistas, también entra en sintonía con la mirada de la ensayista y licenciada en Comunicación Ingrid Sarchman, para quien el contexto no puede ser obviado a la hora de concluir si emojis y stickers empobrecen el lenguaje o lo amplían y enriquecen. En un trabajo académico como una monografía, dice la docente, no espera ninguno de estos símbolos porque las convenciones y las formas todavía importan. «Pero eso no impide que uno acepte que el lenguaje cambia», advierte.
Uno que sepamos todos
En un ecosistema en el que prima la rapidez y no hay tiempo o espacio para los matices, el lenguaje reposa en la inmediatez tecnológica y se las ingenia para que, abstraídos e integrados, renovemos entre todos los códigos de la comunicación. Un emoji de berenjena no es solo el dibujito de una verdura sino, según el caso, un chiste de sentido sexual que dice más de lo que muestra. Parecido un meme que sintetiza el ingenio popular o varias de las animaciones que se comparten en WhatsApp con idéntica pasión que antes, no hace tanto, despertaba el intercambio de figuritas.
Si el de Neil Amstrong allá en la Luna fue un gran paso para la humanidad, el que dio Neil Papworth al enviarle el primer mensaje digital a un amigo y colega modificó, a partir de 1992, la forma de comunicarnos. Lo que en su momento fue el SMS –que vio la cima en el amanecer del nuevo siglo, cuando se enviaban 15 millones de mensajitos por minuto‒ logró mutar y pasar de los viejos emoticones hechos con signos de puntuación a los actuales emojis y stickers que, casi como el lenguaje, viven en permanente estado de actualización.
«Cuando apareció el mensaje de texto, había una especie de cuestionamiento desde la academia que aseguraba que venía a deformar el lenguaje. Esa herramienta inauguró una forma más económica de comunicarse y, al mismo tiempo, la tendencia a pensar que empobrecía el lenguaje», dice Sarchman, quien, mucho tiempo después de la aparición del primer SMS, opina que el escenario no cumplió con los pronósticos más sombríos y obliga, por lo tanto, a contextualizar las interpretaciones que se hacen de los símbolos en las comunicaciones actuales. «Atendiendo a la historia larga en la que son protagonistas los memes y los emojis –señala la investigadora‒, no puedo más que pensar que asistimos a distintas maneras de la comunicación. No existe un lenguaje puro sin suponer el uso».
Tal vez resulte exagerado pensar que, a través de las pantallas, puede sostenerse una conversación sin escribir una sola palabra. ¿Pero lo es? Una carita, una calavera o un pulgar arriba parece bastar para que esté todo dicho. O al menos casi todo. Si bien algunos pueden coincidir en que estos símbolos no solo son verdaderos atajos dialécticos sino, muchas veces, el propio mensaje, la mayoría de quienes analizan e interpretan las evoluciones del lenguaje descartan, al menos en lo inmediato, que representen una amenaza para la lengua escrita. ¿Un complemento? ¿Acaso la mejor forma de resumir aquello que no sabemos cómo decir?
A diferencia de los emojis, aclara Gagliardi, los stickers y los memes requieren un análisis más variado y complejo debido a que, tantos unos como otros, «combinan las imágenes con la información lingüística». Para el especialista, al margen de diferenciaciones digitales y del uso cotidiano que le demos, resulta un tanto más difícil asegurar que estos símbolos vengan a ampliar y enriquecer las posibilidades de comunicación. «Depende de cómo entendamos esa ampliación –plantea‒. Si incluimos en ella el refuerzo de las intenciones comunicativas, efectivamente un emoji puede servir para aclarar aspectos del mensaje. Pienso en ejemplos como los contextos bilingües o cuando existen algunas barreras de lenguaje. En esos casos creo que pueden contribuir a que las personas tengan algunas posibilidades más a su disposición».
Si bien lo escrito parece perder por goleada ante lo visual –¿no es que una imagen vale más que mil palabras?–, el docente recuerda que los emojis, de algún modo, tampoco son una forma novedosa de comunicarse sino que están emparentados con otros sistemas de la antigüedad ya estudiados por la historia. «Tienen similitudes con a la escritura pictográfica, como lo fueron en algún momento los jeroglíficos –apunta–. Este sistema de escritura se basaba en representar conceptos o palabras enteras por medio de un signo icónico» .
Muchos siglos después de aquellos primeros ideogramas, el consorcio Unicode ‒la organización que controla el sistema para la codificación de caracteres que permite representar texto en todos los idiomas y en cualquier dispositivo– monitorea buena parte de los signos que tenemos en nuestros celulares y registra hasta el 9 de septiembre de 2025 un total de 3.953 emojis. Caritas, mascotas o estrellas de mar. Lo que sea, si evitamos las palabras. O si queremos reforzarlas. O, por qué no, hasta ponerlas en duda.
