Política | Diego Santilli

El gran negociador

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Ricardo Ragendorfer

Dicen que tiene el «sí» fácil y una zigzagueante carrera política que comenzó en el PJ de Carlos Menem y lo llevó hasta el corazón del poder libertario. Retrato de un ministro bendecido por los astros.

Foto: NA

Fue en el programa Odisea Argentina (LN+), donde su conductor, Carlos Pagni, le preguntó al periodista Roberto García si la designación de Diego Santilli en el Ministerio del Interior es «lo que la gente esperaba en términos de un Gobierno más dialoguista y negociador».

García, un gran conocedor del alma humana, respondió: 

–¿Más negociador que el «Colorado» Santilli, que dice «sí» a todo?  Toda su vida hizo eso. 

Lo cierto es que, durante las últimas semanas, una azarosa concatenación de hechos y circunstancias llevó a este personaje hacia la cima de la actualidad política, empezando por la súbita caída en desgracia de José Luis Espert, al que él, para las elecciones de medio término, reemplazó en el primer sitio del listado libertario de candidatos bonaerenses a la Cámara Baja. Y con un muy didáctico eslogan de campaña: «Para votar al colorado tenés que marcar al pelado». 

Aludía, claro, a la imposibilidad de reimprimir las boletas para quitar la foto de Espert. Eso lo llevó a otro golpe de suerte: imponerse con el 41,45% de los votos (contra el 40,91% del peronismo) Una grata sorpresa hasta para él. Y que, en medio de los sinsabores del presente, derivó en una simpática escena: la de un peluquero, entre risotadas de terceros, rapándole la cabeza. 

Esa era una de sus promesas proselitistas, y se apuró a cumplirla durante el programa de streaming conducido por el jefe de las Fuerzas del Cielo, Daniel Parisini (a) «Gordo Dan». 

En aquel instante, el lazo entre ellos fue un himno a la camaradería. No era para menos: la victoria de La Libertad Avanza (LLA) en el distrito electoral más importante del país fue consumado por un dirigente del PRO. 

No obstante, en aquel momento ya latía una duda: ¿acaso Santilli seguía formando parte del partido de Mauricio Macri? 

En lo personal, su triunfo le garantizaba la tranquilidad de tener, digamos, un «laburo» fijo y sin sobresaltos durante los próximos cuatro años en la misma banca que ya ocupa desde fines de 2021.

Sin embargo, eso no pudo ser. Porque, apenas unos días después –el 2 del mes en curso–, mientras se encontraba en Paraná para presenciar una carrera de TC donde competía su hijo, Nicanor, atendió una llamada telefónica de Javier Milei, quien, a boca de jarro, le propuso su designación ministerial. 

¿Qué habría sentido en ese momento, a sabiendas de que semejante cargo lo condenaría a ser, como todos los integrante del Gabinete nacional, un fusible que podría explotar en el momento menos pensado? 

Pero –ya se sabe–, él siempre dice que «sí». 


El alpinista del poder
A los 58 años, Santilli conserva un aire de muchacho del barrio de Palermo. Y su hándicap de cuna le moldeó desde la ideología hasta la identidad futbolera.   

El tipo es el hijo pródigo del empresario de la construcción Hugo Santilli, quien fue presidente de River Plate, además de ser el hombre al que su amigote, Carlos Menem, puso al frente del Banco Nación en su paso por la Casa Rosada.  

A la vez, su madre, la tarotista María Luisa Forchieri, supo pronosticarle –basándose en lo que le susurraban sus barajas– un venturoso porvenir.   

Pues bien, después de recibirse de contador público en la UBA a los 24 años, empezó a rosquear en el Partido Justicialista (PJ), logrando un módico renombre en su estructura territorial del norte porteño, apadrinado por Miguel Ángel Toma y Carlos Grosso. Desde entonces, su carrera política fue imparable.

Su presencia en el palco oficial del Monumental durante los partidos que disputaba el club de sus amores le sirvió para anudar vínculos provechosos con ciertos jerarcas del régimen de entonces. Y eso no tardó en dar sus frutos.  

En su etapa menemista fue bendecido con los siguientes cargos: director de Recursos Humanos en Migraciones y director del Banco de la Ciudad, antes de llegar a la vicepresidencia del Instituto de Previsión Social bonaerense. 

Ya en 2003 abjuró del peronismo para sumarse a las huestes iniciales de Macri. Pura visión de futuro.   

Bajo su bandera, ocupó una extensa lista de responsabilidades: senador en una oportunidad y diputado nacional en dos; ministro de Ambiente porteño durante la gestión capitalina de Macri y ministro de Justicia y Seguridad durante la gestión de Horacio Rodríguez Larreta, para, seguidamente, llegar a ser nada menos que el vicejefe de Gobierno en la Ciudad. 

Sin embargo, a pesar de su promisoria carrera en la función pública, nada le valió más prensa que su boda, en 1993, con la periodista Nancy Pazos. 

Ese joven pelirrojo era el yerno que toda señora de bien deseaba tener.

Las imágenes de la feliz pareja y su evolución (tres hijos, Teo, Nicanor y Tonio, nacidos en 2001, 2003 y 2010, respectivamente) aparecían en las revistas Caras y Gente, entre otros medios, con suma regularidad. 

Ninguna sombra cabalgaba sobre ellos. Pero no para siempre.

A Nicanor, en 2006, le diagnosticaron el Síndrome Urémico Hemolítico, que lo puso al borde de la muerte; pero fue salvado por médicos del Hospital Garrahan.  

Tal vez su madre recordara recientemente aquel dramático trance, cuando en la Cámara de Diputados se votaba la ley de Emergencia Sanitaria, justamente para garantizar el funcionamiento de ese centro pediátrico. 

Pero quedó atónita al ver por TV que Santilli votaba en contra. Gajes de la disciplina partidaria. 

En rigor, ellos se habían divorciado en 2013 por incompatibilidades de variada índole (que pertenecen a la esfera de sus vidas privadas).

Santilli se casó al año siguiente con Analía Maiorana, una top model de los 90 que ahora se gana la vida como coach ontológica. 

Mientras tanto, la carrera política del «Colo» –como le dicen los amigos– marchaba viento en popa. En apariencia claro, puesto que ignoraba que Macri no confiaba plenamente en él. 

Este asunto merece un capítulo aparte.  


Ojos y oídos del macrismo
Transcurría el tercer año del Gobierno macrista.

Santilli regresaba a su hogar palermitano, cuando un individuo de no muy buena traza lo cruzó en el hall del edificio y, no sin cierto nerviosismo, le pidió sacarse una selfie con él. A Santilli la pareció raro, pero accedió. 

En realidad, era un esbirro de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) que así trató de disimular que lo espiaba. 

El mismísimo Macri había ordenado que lo fisgoneen a él y a su familia. 

Esto saltó a la luz en 2020 (fue el famoso affaire del «Grupo Súper Mario Bross») y su ex puso el grito en el cielo.

«Cuando Macri mandó a espiar a mis hijos fue mi límite», dijo ella poco después, entrevistada en C5N por Jorge Rial. 

Pero Santilli, con tal de no malquistarse con su jefe político, actuó como si nada hubiera pasado. La política es la política. 

¿Acaso su lenta y calculada alineación con LLA fue una especie de tardía vendetta por ello? Solo Dios lo sabe.

Además, el hecho de ocupar el lugar de Espert fue algo positivo para los libertarios. Es que, comparado con este, Santilli parecía Ceferino Namuncurá.

Claro que tampoco es el político más impoluto del planeta, Tanto es así que Horacio Verbitsky acaba de rescatar del olvido, en el portal El Cohete a la Luna, su bulín situado en la avenida Figueroa Alcorta 3410, frente al Malba. Se trata de un piso de casi 400 metros cuadrados adquirido en 2021 por 1.350.000 dólares. Un notable ejemplo de movilidad social.

Pero en su última declaración jurada (que data de 2023) Santilli acredita un patrimonio neto de 691 millones en moneda nacional (compuesto por aquella propiedad, un Volkswagen Vento, cuentas bancarias y su participación societaria en una consultora contable).

Al respecto, no lo favorece que su nombre figure de manera reiterada en los Panamá Papers, el informe filtrado en 2016 por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés).

Allí se consigna que Santilli y su familia tendrían 14 empresas offshore; es decir, asentadas en paraísos fiscales. Entre sus titulares figuraría su madre, la tarotista María Luisa, quien a sus 85 años estaría al frente de una firma con sede en las Islas Vírgenes Británicas; mientras que en otra, constituida a su vez en la Florida, Estados Unidos (un territorio de baja tributación) resalta el nombre de Darío César Santilli, el hermano de Diego. 

En su momento, el flamante ministro del Interior solo dijo: «Nunca usé este tipo de armados societarios para beneficiarme económicamente».

Nadie lo contradijo. El tiempo transcurrió sin que aquellas dos offshore ni las 12 restantes fueran puestas bajo la lupa de la Justicia local o internacional. 

Colorín colorado, esta trama aún no ha terminado. 

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