Sociedad | INDUMENTARIA

La renovación del desperdicio

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Damián Damore

Diseñadoras que trabajan con ropa usada, residuos industriales y materiales olvidados prueban que la originalidad puede nacer de desechos. Creatividad para transformar el descarte.

Retazos. Camila Passerini y Aldi Vega con un blazer de la colección Servicio de Educación.

En un momento en que la moda mira hacia la sostenibilidad, un grupo de diseñadoras argentinas transforma el descarte en creación. Desde Buenos Aires hasta Mendoza, trabajan con ropa usada, residuos de la industria alimentaria y materiales olvidados, y lideran proyectos que combinan oficio y conciencia ambiental. Creatividad y sustentabilidad se cruzan para reescribir las reglas del vestuario contemporáneo.

Estilo kamikaze
Mercedes Guagnini nació en Buenos Aires, pero su infancia transcurrió entre Brasil y Venezuela, donde su familia se exilió durante la dictadura. Volvió al país en la década de los 90, estudió Bellas Artes y se formó de manera autodidacta en diseño de indumentaria. Define su vínculo con la ropa como «kamikaze»: intuitivo, libre, sin formación ortodoxa. Propone perderles el respeto a las prendas, tratarlas como materia viva, capaz de transformarse y seguir su ciclo, como si la indumentaria se hubiera vuelto sorda a sus propias señales de agotamiento.

Su proceso parte de una paradoja: romper con la idea de preservar al mismo tiempo de honrar los materiales para que sigan existiendo. De ese embrión nace Sobra, su proyecto más reciente: «Combina moda, arte y reutilización. Más que marca, es una propuesta que rescata prendas descartadas para darles una nueva vida. Busco alejar la reutilización de lo hippie o lo precario para convertirla en elegancia descartable», explica.

En Sobra trabajó junto a NegraNegra, estilista de Paco Amoroso y Ca7riel, con quien compartió ideas y procesos. Una de sus prendas se volvió emblema del Tiny Desk que los músicos grabaron en Washington: «El pantalón que usa Paco lo hice yo; también lo usó en el show de River», cuenta. De ese encuentro nació una elegancia hecha con los despojos del deseo ajeno. Desde chica, Guagnini sintió que la ropa disponible no la representaba. A los 15 años empezó a modificar sus prendas, impulsada por inconformismo y curiosidad: era capaz de ver el potencial oculto en cada pieza y desmontarla mentalmente para recombinar materiales. «Estoy guiada por la curiosidad de transformar lo que otros hacen», dice, como si estuviera derribando un tabú.

También forma parte del colectivo Mandar Fruta, una experiencia performática donde artistas y diseñadores se cruzan para crear muestras colaborativas. «Hicimos una muestra en una verdulería de Constitución», recuerda. Sus creaciones, entre lo escultórico y lo textil, exploran el volumen y la textura. Los accesorios –a los que llama «cosos»– combinan crochet, fieltro y trenzados en tonos crudos y beige, generando un entramado orgánico que parece moverse.

El espíritu del suelo
Desde Mendoza, Analía Funes y Gabriela Negri reformulan la idea de lujo y materia prima con Bio Eleven, un emprendimiento que transforma residuos de la industria local –vino, tomate, ajo– en biotextiles con apariencia de cuero y composición biodegradable. «Desarrollamos biotextiles a partir de desechos orgánicos que muchas veces terminan incinerados. Los comercializamos como insumo para diseñadores que los aplican en marroquinería, calzado o indumentaria. También tenemos nuestra línea Revit, que aprovecha el residuo del vino para crear materiales destinados al enoturismo», explica Funes.

El proyecto, reconocido por el programa DAE –con apoyo de la Fundación Bunge y Born y el British Council–, combina innovación, sustentabilidad y diseño. «Esto nos permitirá avanzar hacia una escala más industrial», agrega. Su proceso convierte el orujo del vino, el bagazo del tomate y la chala del ajo en biomateriales con diferentes colores y texturas, ofreciendo alternativas al cuero tradicional.

Servicio de Educación
La vocación de Camila Passerini por el diseño textil nació en la infancia, entre hilos, retazos y las horas que compartía con su abuela cosiendo a mano. Esa herencia también marcó a Aldi Vega, quien de chica armaba atuendos con ropa usada y diseñó su primera falda a los nueve años.

Juntas fundaron La Aldi Vega, una marca nacida en Transradio –barrio textil del Conurbano sur– que trabaja con descartes de talleres vecinos. El proyecto combina diseño de autor y conciencia ambiental. Cada colección parte de una problemática social: la última, Servicio de Educación, reinterpreta uniformes escolares con patchwork y denim recuperado.

«Arrancamos usando descartes porque no podíamos comprar telas nuevas. Con el tiempo entendimos que eso también era ser sustentables. La industria textil es la segunda más contaminante del planeta, creemos que, si hay un futuro, debe ser sustentable», afirma Passerini.

Aldi, alter ego de Brenda Vega, es la directora creativa; Camila, la CEO, aporta estructura y proyección comercial. De adolescente, Aldi frecuentaba las batallas de gallos, cuando el trap argentino aún era subterráneo. Allí conoció a artistas que luego se volverían referentes del género. El primero en vestir sus diseños fue Sheka; después, Cazzu. «Éramos todos muy jóvenes, con ganas de expresarnos, sin imaginar la dimensión que iba a tomar todo eso», recuerda Vega. 

Figuras como María Becerra, Nicki Nicole y Natalia Oreiro eligieron sus prendas, un reconocimiento que las diseñadoras leen como resultado de un trabajo hecho con coherencia y pasión. Oreiro eligió un diseño de su última colección, Servicio de Educación.

Cada línea refleja el pulso mestizo de Transradio, donde conviven raíces bolivianas, paraguayas y argentinas. Entre retazos y telas recuperadas, La Aldi Vega redefine la idea de identidad a través de la moda.

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