19 de noviembre de 2025
La muerte de un comediante
Director: Diego Peretti y Javier Beltramino
Intérpretes: D. Peretti, M. Villa, M. Fabián Nuñez, Ch. Hargrove, H. K. Krattiger
País: Argentina

Viaje. Villa y Peretti, protagonistas de una historia filmada entre Buenos Aires y Bruselas.
El origen de La muerte de un comediante se encuentra en un modelo de producción cinematográfica audaz e innovador. Su génesis se remonta a la plataforma Orsai, creada por el escritor Hernán Casciari, pionera en un sistema de financiación colectiva (crowdfunding) que reúne aportes de miles de contribuyentes independientes. Esta metodología garantizó una libertad creativa que difícilmente se habría logrado en el circuito convencional, permitiendo que la historia naciera y se desarrollara desde la pura pasión.
Con este sistema Orsai Audiovisuales financió con éxito La uruguaya en 2022, y abrió camino al denominado «Peretti Project», concebido como un emprendimiento comercial que, desde el inicio, buscó superar las limitaciones propias de las producciones independientes tradicionales. Recaudó aún más fondos que la película anterior, logrando reunir a 10.190 socios productores.
Estos aportantes no solo financiaron el film, sino que también fueron reconocidos como productores asociados y participaron activamente del proceso. Su aporte fue constante al comentar en tiempo real, además de ver a Diego Peretti narrar la historia en vivo, espiar el backstage y seguir el maratónico page to page junto al equipo de producción. Incluso algunos participaron como extras en distintas jornadas de rodaje.
La filmación –que marca el debut de Peretti en la dirección, acompañado por Javier Beltramino– se llevó a cabo entre Buenos Aires y Bruselas, escenarios donde se desarrolla la trama. A su vez, el proyecto se embarcó en la creación de Bombín, un personaje de historieta al estilo Tintín, diseñado de forma exclusiva para la película por un equipo de dibujantes.
La idea original de Peretti era ambiciosa: Juan Debré, un actor que dedicó su vida a interpretar a Bombín –un héroe proveniente de un supuesto cómic belga de 1922– recibe un diagnóstico terminal que lo sumerge en una crisis existencial. Enfrentado a su propia finitud, huye a Bruselas. Ese viaje, tanto interior como geográfico, da pie a una profunda transformación, un proceso donde el actor debe encontrar la línea borrosa que separa a la representación de la realidad.
La película asume el desafío de fusionar dos mundos estéticos y narrativos opuestos. Por un lado, se construye un homenaje nostálgico al universo de la historieta clásica, evocando la ingenuidad y estética de las tiras de los años 20 al estilo de Las aventuras de Tintín. Por otro lado, se sumerge en el derrotero del actor en crisis, en un escenario de metateatro que recuerda el juego de roles de películas como Birdman.
La muerte de un comediante es una apuesta en todos los sentidos, cuyo resultado final es desigual. Por momentos, logra ese anhelado clima de nostalgia y humor que recuerda a figuras como Jacques Tati. Sin embargo, su ambición conceptual y estética a veces resulta desmesurada para una producción nacida de un circuito independiente. Aun así, es una película que quizá nunca habría visto la luz a través del sistema comercial. En este sentido, transmite una libertad creativa contagiosa y bucea con honestidad en el significado de la interpretación y el deseo de trascender. Todo se desarrolla con un aire de humor y nostalgia que evita el fatalismo y culmina en una sonrisa que indica que el viaje –tanto el del personaje en pantalla como el del propio proceso cooperativo– ha sido plenamente necesario.
