Historia | 1975-2025

Un plan de exterminio

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Telma Luzzani

Hace 50 años, los jefes de los servicios de inteligencia de Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay se reunieron en la capital chilena para sellar el Plan Cóndor, un programa sistemático de represión ilegal.

Punto de quiebre. El triunfo de Salvador Allende en 1970 y su propuesta socialista fueron una línea roja para EE.UU.

Foto: Getty Images

El 25 de noviembre de 1975, el general chileno Manuel Contreras, jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) de la dictadura de Augusto Pinochet, invitó a sus colegas, durante tres días (del 25 al 28), con todos los gastos pagos, a la Primera Reunión Interamericana de Inteligencia que, según rezaba en la invitación, era de «carácter estrictamente secreto» y tenía como objetivo crear un organismo de «coordinación y acción en beneficio de la Seguridad Nacional de nuestros respectivos países».

La iniciativa parecía venir de Contreras, pero en 2001, Cristopher Hitchens, escritor e investigador británico que trabajó con los archivos desclasificados de la CIA, denunció en su libro El juicio de Henry Kissinger que, en 1975, poco antes de que se conformara el Plan Cóndor, el chileno había sido invitado (en enero y julio), a pasar varias semanas en el cuartel general de la CIA, en Langley, donde mantuvo reuniones secretas con el subdirector de la agencia, Vernon Walters. 

A partir de entonces se estableció un canal directo entre la DINA y la CIA. Según Hitchens, Contreras llevaba y traía las instrucciones de Kissinger a Pinochet y de allí surge la propuesta de que Contreras apareciera como el «creador» de un plan internacional coordinado –pero clandestino– de seguimiento, vigilancia, detención, interrogatorio con tortura, traslado entre países, violaciones sexuales, desaparición y asesinatos de opositores políticos, personas con opiniones ideológicas contrarias al orden establecido o «subversivos» que buscaran cambiar ese orden.

Estados Unidos fue el principal sostén del genocidio y los regímenes dictatoriales (y democráticos, porque Argentina estaba presidida por Isabel Perón) fueron los coautores de la masacre. Solo algunos datos para entender hasta qué punto el «deep state» fue clave para la existencia del Plan Cóndor: además de miles de millones de dólares en efectivo para ayuda militar, EE.UU. proveyó a los cuadros de inteligencia sudamericanos involucrados en el Cóndor las instalaciones y los canales de comunicación para que se mantuvieran en contacto entre sí. Esa central se encontraba en la zona del Canal de Panamá controlada por EE.UU.

Como hoy, cuando EE.UU. percibe que el continente americano deja de someterse, pone en acción los métodos más violentos e inmorales que puedan concebirse. En 1975, en plena Guerra Fría, Washington fogoneó el terrorismo de Estado en nuestros países y colaboró vendiendo armas, entrenando a nuestros militares genocidas en la Escuela de las Américas en su base de Panamá y asesorando a los dictadores.

En su libro El terror oculto (1979), Arthur J. Langguth, periodista de investigación y docente estadounidense, aseguró que la división de servicios técnicos de la CIA no solo suministró equipos de tortura a los argentinos y a los brasileños, entre otros, sino que asesoró a los torturadores sobre «detalles» como el grado de shock que el cuerpo humano puede resistir.


La paz no es el camino
El triunfo de Salvador Allende en noviembre de 1970 y su propuesta pacífica de socialismo para Chile fueron una línea roja para el imperio. Un documento secreto de ese año del Consejo de Seguridad Nacional, máximo órgano asesor de la Casa Blanca (desclasificado con posterioridad), apunta claramente a la necesidad de acabar con el Gobierno chileno. Dice: «Si EE.UU. no logra controlar a América Latina, no podrá consolidar con eficacia su dominio sobre el planeta». 

Para esto, la sombra mortífera del Plan Cóndor debía ser extensiva y total. Así lo acordaron los servicios de inteligencia –por delegación de sus Gobiernos– aquel 25 de noviembre de 1975 en Santiago de Chile. Y por eso, en homenaje al país anfitrión y por sugerencia de la delegación uruguaya, la organización fue bautizada con el nombre del ave carroñera de los Andes, el pájaro nacional de Chile. 

Los informes secretos de la CIA minimizaban ex profeso al Plan Cóndor como «un empeño colectivo de varios países sudamericanos para combatir el terrorismo». Así como en la actualidad se apunta al «narcoterrorismo» para justificar bombardeos ilegales a barcos en el océano Pacífico y el Mar Caribe, hace 50 años se usaba la excusa de la subversión para aniquilar a decenas de miles de personas sin pruebas y sin juicio previo.

La «guerra sucia» no solo asesinó a militantes de organizaciones guerrilleras como el Ejército Revolucionario del Pueblo argentino (ERP), los Tupamaros uruguayos o el MIR chileno, sino también a figuras políticas icónicas como al general chileno Carlos Prats en Argentina y a Orlando Letelier en EE.UU. (ambos funcionarios del Gobierno de Allende y ambos asesinados con autobos bomba) o a ex jefes de Estado democráticos como el brasileño João Goulart y el chileno Eduardo Frei Montalva, aparentemente envenenado por sustancias elaboradas en laboratorios que el Plan Cóndor usaba en Colonia Dignidad (Chile). En estos dos últimos casos, los estudios hechos con mucha posterioridad no son concluyentes.

La brutalidad del Plan Cóndor alcanzó a sindicalistas, religiosos, diplomáticos, campesinos, docentes y a miles de militantes populares democráticos e incluso pacifistas que fueron perseguidos solo por ser de izquierda o proponer políticas diferentes al neoliberalismo. También fueron afectados familiares de los militantes, como los bebés y niños víctimas de las aberrantes apropiaciones ilegales. Un caso emblemático fue el de Macarena Gelman. La nuera del poeta argentino Juan Gelman fue torturada junto a su esposo y ambos asesinados, pero antes ella, con 19 años y embarazada de ocho meses, fue trasladada a Montevideo, donde dio a luz. La beba fue robada de inmediato por oficiales del ejército uruguayo. Su abuelo, el poeta, la recuperó en el año 2000. En 2017 sus apropiadores fueron condenados a 30 años de prisión.

Sin límites. La brutalidad del Plan Cóndor alcanzó a sindicalistas, religiosos, diplomáticos, campesinos, docentes y a miles de militantes populares democráticos.

Foto: Getty Images


¿Nunca Más?
Con extraordinario valor, un sector importante de argentinas y argentinos, liderados por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, buscaron durante décadas –en dictadura y en democracia– memoria, verdad y justicia. Los avances fueron enormes: condena a los altos mandos militares en un marco judicial de absoluta legalidad; restitución de la identidad de nietos e hijos robados; identificación de restos de las personas desaparecidas; nuevos encuadres legales como la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad; creación de archivos, museos, centros de documentación y espacios de la memoria, entre otros.

El Juicio por el Plan Cóndor comenzó en Argentina en marzo de 2013. La causa se había iniciado en 1999, pero se activó durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y se logró probar por primera vez en la historia de la región que se trató de un plan criminal y sistemático transnacional. 

Sin embargo, en la actualidad, con el gobierno de Javier Milei, los derechos humanos, la democracia y la libertad están amenazados. No se puede minimizar la reaparición de dirigentes negacionistas que justifican el terrorismo de Estado y ven en la violencia un instrumento político. No es porque en el pasado no hubiera habido en Argentina defensores del genocidio, sino porque ahora se encuentran en la Casa Rosada elegidos democráticamente.

A este peligroso retroceso se suma una embestida imperial que nunca desapareció. Con mayor o menor violencia, EE.UU. ha buscado siempre someter a América. Hoy, como aseguró el expresidente ecuatoriano Rafael Correa, los poderes fácticos desafían con métodos menos detectables, más sofisticados y muy acelerados. 

«El bombardeo mediático, los golpes de Estado parlamentarios, el acoso económico, la difamación a líderes democráticamente electos, las proscripciones, los jueces venales, entre otros mecanismos (…) ya no es solo un intento de restauración conservadora como hace un par de años la llamé. Se trata de un nuevo Plan Cóndor», afirmó el ecuatoriano.

El Plan Cóndor cumple 50 años y el Nunca Más está en riesgo. No hay victorias definitivas: la consigna es luchar siempre y mantener los logros que nos llenan de orgullo.

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