Sociedad

Cuerpos invisibles

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Figuras angelicales, chicos eternamente inmaduros, personas a las que hay que proteger. Aún sobrevive la creencia de que la discapacidad impide la posibilidad del goce y del ejercicio pleno de la vida sexual. Prejuicios y derechos.


(Latinstock)

Pero vos tenés sexo?, ¿y cómo hacés?, ¿tenés novio?». Más de una vez se escuchan estos interrogantes dirigidos a una persona que presenta una discapacidad, ya sea motriz, visual o cognitiva. La curiosidad, el prejuicio y el morbo suelen estar presentes en los modos de tratar estas situaciones, como si la sexualidad, que forma parte de la vida de todas las personas desde el nacimiento hasta la muerte, hubiera desaparecido junto con esa parte del cuerpo que dejó de ser funcional. La mirada siempre apunta a la falta y desconoce a ese otro como persona, que ama, que sufre, que goza y que también quiere ejercer su sexualidad.
En 2016, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) elaboró un trabajo denominado Sexualidad sin barreras, con el objetivo de luchar «contra los estereotipos, los prejuicios y las prácticas nocivas respecto de las personas con discapacidad (PcD), incluidos los que se basan en el género o la edad, en todos los ámbitos de la vida». En uno de sus capítulos, dedicado a los mitos y estereotipos que persisten sobre la sexualidad de las personas con diversidad funcional, se señala que entre estos se encuentra el que sostiene que las PcD son asexuadas.
«Nos toman a los discapacitados como si fuéramos ángeles y no es así. Algunas organizaciones trabajan para revertir esto, pero no son tantas, es un tema tabú incluso dentro de las mismas, porque suelen estar conformadas por padres o docentes para personas con discapacidad. Se hace mucho por la educación, por el trabajo, y está muy bien, pero el tema sexualidad no se toca», asegura Elizabeth Soledad Mayer , una abogada cuadripléjica de 34 años.
«A muchas personas con discapacidad congénita, como la esclerosis, la ceguera, les ha costado aprender la sexualidad porque siempre han sido discriminados y corridos. Piensan: “Si soy ciego, ¿quién me va a dar bolilla?”. Mientras que aquel que tuvo un accidente y conocía la sexualidad de antes, sabe lo que perdió, y tiene que aprender a recuperar su sexualidad, tal vez diferente a la que tenía; lo cierto es que el ingreso a la sexualidad es casi una obligación para el ingreso a la felicidad del ser humano», explica Ernesto Grasso, especialista en Urología y Andrología, además de sexólogo especializado en el trabajo con PcD.
«Las chicas con discapacidad somos muy discriminadas. Me pasó de tener una primera cita con un hombre y que me diga: ¿yo para qué me voy a poner de novio con vos si no voy a poder tener relaciones? Dan por sobreentendido que con nosotras no se puede tener», recuerda Mayer.
Desde el Ministerio de Salud de la Nación advierten a su vez que la falsa creencia de que las personas con discapacidad no tienen sexualidad no solo genera discriminación, sino que además vulnera derechos. En este sentido, destacan que las personas con diversidad funcional tienen derecho a la privacidad y a la intimidad; al placer y al disfrute de la sexualidad; a decidir sobre su cuerpo con autonomía; a mantener la fertilidad y que no se les realicen esterilizaciones sin su consentimiento; a permanecer con sus hijos y hacerse cargo de la crianza; acceder a la atención de la salud sexual y reproductiva en forma autónoma, con privacidad y confidencialidad.

Salud reproductiva
La cartera sanitaria sostiene que los derechos sexuales son los vinculados con la capacidad de disfrutar una sexualidad libremente elegida, de manera satisfactoria, placentera, sin violencia, coerción ni riesgos. En tanto, los derechos reproductivos están relacionados con la posibilidad de decidir –en forma autónoma y sin discriminación– si se desea tener o no tener hijos, en qué cantidad y espaciamiento entre unos y otros, y con quién se desea tenerlos. Pero para esto, se requiere disponer de información suficiente y acceso a los medios adecuados. De acuerdo con el trabajo del INADI, para que una mujer pueda realizarse un chequeo ginecológico tiene que poder llegar e ingresar al centro de salud y luego poder subir a la camilla ginecológica. «En el Hospital Fernández hay un mamógrafo adaptado para mujeres en silla de ruedas, pero no hay una camilla especial para hacerte el papanicolau. En mi caso, si no está adaptada, me puedo caer, entonces para acomodarte a veces necesitás hasta cuatro enfermeras, lo cual vulnera nuestro derecho a la privacidad durante el estudio. Nuestro cuerpo, desde que nacemos, es una suerte de cuerpo público, que padece un intervencionismo a veces ilógico e innecesario», dice Mayer.
El INADI advierte que «el trato discriminatorio hacia las PcD y la falta de intenciones comunicativas de muchos profesionales de la salud hacen que las PcD intelectual puedan sentirse interpeladas en una consulta y no atreverse a repreguntar lo que no entendieron, anulando la posibilidad de establecer un vínculo de respeto y confianza absolutamente necesario en la relación médico-paciente».
«Hoy muchas mujeres con discapacidad están reivindicando su derecho a ser madres. Pensar que todos somos independientes y que los cuerpos dependientes no pueden garantizar, por ejemplo, el cuidado de sus hijos, se choca con esta realidad capitalista donde todas las mujeres que acceden a algunas cuestiones de bienestar tienen otra persona que las ayuda. En la práctica, cubrir estas necesidades de las personas con discapacidad tiene que ver con las obras sociales, prepagas, con cuestiones económicas en definitiva y la realidad es que no sucede», advierte Silvina Peirano, fundadora de Sex Asistent, especialista en sexualidad y diversidad funcional y actual coordinadora del Centro Julia Pastrana.
La Ley Nacional de Salud Mental establece que «nunca podrá aplicarse la esterilización como tratamiento de la enfermedad mental» y dicha convención sostiene en su artículo 23: «Las PcD, incluidos los niños y las niñas, mantengan su fertilidad, en igualdad de condiciones con las demás».
«No creo que la vasectomía o la ligadura de trompas deba ser tomado como un proceso de esterilización, sí como un proceso de concientización donde se decide no tener más hijos o directamente no tenerlos, sabiendo que la reversibilidad de estos actos quirúrgicos a veces no es tan sencilla», sostiene el sexólogo. No obstante, advierte que en la discapacidad psiquiátrica severa, en casos de alienación, muchas veces las personas sobreviven en mundos muy especiales. «La reproducción tendría que estar cuidada en estos casos hablando con la familia, con el paciente, y explicándoles que se le van a dar anticonceptivos o alguna medicación para bajar la capacidad de fertilidad, para evitarle problemas a la propia persona con discapacidad –sostiene Grasso–, pero de ninguna manera pensando que es para que no reproduzca su patología, porque esto es abominable»

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