26 de diciembre de 2025
Nunca hubo mayor desigualdad que en el presente, y no solo por ingresos. Su magnitud y sus causas son políticas. Su reversión depende de decisiones que busquen beneficiar a las mayorías.

Extrema y persistente. La desigualdad se manifiesta en múltiples dimensiones que se entrecruzan y se refuerzan mutuamente y remodela las democracias.
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«En la actualidad, el 10% de la población mundial con mayores ingresos gana más que el 90% restante, mientras que la mitad más pobre de la población mundial obtiene menos del 10% de los ingresos totales mundiales», señala el Informe sobre la Desigualdad Mundial 2026 (WIR 2026). Pero eso no es todo: «La riqueza está aún más concentrada: el 10% más rico posee tres cuartas partes de la riqueza mundial, mientras que la mitad más pobre solo posee el 2%». Si estos porcentajes sorprenden, los que siguen son más extremos y hasta obscenos: «Solo el 0,001% más rico, 56.000 multimillonarios, controla hoy en día tres veces más riqueza que la mitad de la humanidad combinada». Su participación creció desde casi el 4% en 1995 hasta más del 6% en la actualidad. No solo la concentración es persistente, sino que también se acelera y aumenta rápidamente. «Desde la década de 1990, la riqueza de los multimillonarios −quienes poseen más de mil millones de dólares– y los centimillonarios (quienes poseen más de cien millones de dólares− ha crecido aproximadamente un 8% anual, casi el doble de la tasa de crecimiento experimentada por la mitad más pobre de la población. El resultado es un mundo en el que una pequeña minoría ejerce un poder financiero sin precedentes, mientras que miles de millones de personas siguen excluidas incluso de la estabilidad económica básica».
Sin embargo, esto no es todo. En su tercera edición, el Informe, elaborado por más de 200 académicos de todo el mundo, no solo releva ingresos o riqueza, sino que parte de la premisa de que la desigualdad actual afecta a todos los ámbitos de la vida económica y social. En consecuencia, explora nuevas dimensiones de la desigualdad, «como el clima y la riqueza, las disparidades de género, el acceso desigual al capital humano, las asimetrías del sistema financiero mundial y las divisiones territoriales que están rediseñando la política democrática».
Dimensiones
En lo referido al cambio climático, señala que «la propiedad del capital desempeña un papel fundamental en la desigualdad de las emisiones. El 10% de las personas más ricas del mundo representa el 77% de las emisiones globales asociadas a la propiedad del capital privado, lo que pone de relieve que la crisis climática es inseparable de la concentración de la riqueza». Mientras que, en cuanto al sistema financiero, además de reforzar la desigualdad, sostiene que «las economías ricas siguen beneficiándose de un «privilegio exorbitante»: cada año, alrededor del 1% del PIB mundial (aproximadamente tres veces más que la ayuda al desarrollo) fluye de los países más pobres a los más ricos». No solo estas transferencias. Desde la década del 80, políticas de desregulación financiera, más recortes de impuestos progresivos junto con el debilitamiento de sindicatos, favorecieron la acumulación de riqueza en la cúspide. Existen varios ejemplos de países ricos en que las tasas efectivas de impuestos sobre la renta del 1% superior son iguales o incluso inferiores a las de hogares de ingresos medios.
También las diferencias en el acceso al capital humano, por ejemplo, a la educación, «determinan las oportunidades vitales de varias generaciones, afianzando una geografía de oportunidades que exacerba y perpetúa las jerarquías de riqueza mundiales». En cuanto a la desigualdad de género, asegura que «a nivel mundial, las mujeres obtienen algo más de una cuarta parte de los ingresos laborales totales», una proporción que apenas varió en las últimas tres décadas.

Un puñado. 56.000 multimillonarios, el 0,001% más rico, controla hoy en día tres veces más riqueza que la mitad de la humanidad.
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En una era en que el crecimiento económico, la tecnología y los avances científicos generan riquezas sin parangón, la distribución de los recursos de todo tipo sigue siendo profundamente desigual.
En las conclusiones, el informe sostiene que «la desigualdad sigue siendo extrema y persistente; se manifiesta en múltiples dimensiones que se entrecruzan y se refuerzan mutuamente; y remodela las democracias, fragmentando las coaliciones y erosionando el consenso político». Para reducir la desigualdad propone una serie de políticas, que poco tienen que ver con la renombrada «teoría del derrame», tan de moda en estos tiempos, como, por ejemplo, transferencias redistributivas, fiscalidad progresiva, inversión en capital humano y el fortalecimiento de los derechos laborales. Y obviamente invoca a los impuestos mínimos sobre el patrimonio de los multimillonarios como parte de «los recursos que podrían movilizarse para financiar la educación, la salud y la adaptación al cambio climático». Cada una de las páginas del informe deja en claro que la desigualdad no es un accidente histórico: es el resultado de reglas, prioridades y estructuras de poder, es decir, de políticas. Que, sin reformas profundas, seguirán reproduciendo y profundizando estas brechas.
