27 de agosto de 2018
En un país donde realizaron un golpe de Estado contra un presidente en el año 2002 y opositores han llamado a derrocar al actual mandatario no hay porqué asombrarse de que se hubiera realizado un atentado contra Nicolás Maduro. Un año atrás, sectores de la oposición tenían tomadas calles y rutas de distintas ciudades y llamaban a destituir a Maduro. Fracasaron cuando el mandatario convocó a una Asamblea Constituyente, la mayoría de la población fue a votar y lo que parecía una inminente guerra civil se diluyó porque primó el deseo de acabar con la violencia.
La oposición insiste en su planteo de derrocamiento, aunque muchos la presenten como si fueran demócratas educados en Suiza. El atentado del sábado 4 de agosto durante un desfile militar fue mostrado por varios medios como un «incidente» donde habían ocurrido «ruidos», o «dudoso», como lo calificó un editorial del diario La Nación. El histórico periódico El Nacional, de Caracas, opositor al chavismo, publicó las declaraciones del «periodista» Jaime Bayly en su programa de televisión en Miami donde dijo que estaba al tanto de los planes del atentado. Sin embargo, en la misma nota se asegura que hubo un «presunto intento de magnicidio», sembrando más dudas que certezas. El New York Times, que en 2002 apoyó el golpe de Estado contra Chávez, también publicó artículos relativizando lo sucedido.
La campaña de demonización mediática contra el oficialismo viene acompañada de la presión que ejercen gobiernos latinoamericanos de derecha que están buscando que la UNASUR desaparezca como herramienta política ya que no participa Estados Unidos y buscan recostarse en organismos como la OEA, donde la Casa Blanca juega un rol central para aislar al gobierno de Maduro y provocar su caída.
De esto sí que no hay dudas.