13 de noviembre de 2013
Hay palabras que aparecen y empiezan a circular sin que nadie sepa demasiado bien qué significan. Importadas de otros idiomas y otras realidades en algunos casos, tomadas de jergas técnicas o simplemente inventadas, suelen traer consigo, junto con el prestigio no siempre merecido de lo nuevo, un modo particular de clasificar el mundo. Más que describir la realidad, trazan líneas divisorias que la ordenan. Más que designar un objeto, lo crean.
Con el término «bullying» viene ocurriendo algo parecido. Una serie de episodios de violencia protagonizados por niños y adolescentes en el ámbito escolar fueron etiquetados de ese modo por los medios de comunicación. En general, la cobertura de los incidentes se limitó a reproducir los videos que los mismos protagonistas habían subido a las redes sociales, agregándoles algún gesto de indignación o algún comentario moralizante. Uno de los últimos de estos casos fue el de Alondra, una chica de 14 años golpeada por una compañera en la localidad bonaerense de Quilmes.
El caso fue agregado a una serie que incluye muchos otros de los que también dio cuenta la prensa: «Ataque a golpes y piedrazos a una chica por ser linda». «Brutal golpiza a un alumno discapacitado». «Investigan si un chico de 14 años se suicidó por bullying». Sin embargo, no todos estos episodios constituyen ejemplos de bullying. La psicopedagoga María Zysman, directora de la organización Libres de Bullying, define esta práctica como «una dinámica estructurada de manera tal que alguien es intimidado, agredido, despreciado y/o excluido del hábito al cual está obligado a concurrir (la escuela). Un sujeto somete a otro al que considera inferior, a partir de detectar sus aspectos más vulnerables, ante un público que potencia la escena».
El desequilibrio de poder o de fuerza, la consecuente dificultad de la víctima para defenderse, la continuidad en el tiempo y la presencia de testigos son algunos de los aspectos de una definición que no siempre es tenida en cuenta a la hora de hablar del tema.
Un estudio del Ministerio de Educación –«Clima, conflictos y violencia en la escuela»– llama la atención sobre la gran distancia que hay entre la percepción del problema y su dimensión real. Tras entrevistar a alumnos, directivos, padres y docentes de escuelas secundarias de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, se llegó a la conclusión de que, mientras el 52% de los consultados consideraba a la violencia en el ámbito escolar «en general» como un problema muy grave o grave, al ser consultados sobre este fenómeno «en sus propias escuelas», el porcentaje se reducía a un 19,2%. Para explicar esta contradicción, Mara Brawer, ex subsecretaria de Equidad y Calidad Educativa, señalaba que «otros discursos, principalmente el de los medios de comunicación masiva, podrían estar contribuyendo a magnificar el fenómeno de la violencia en las escuelas y esto tendría una incidencia considerable en la percepción de los actores respecto de su gravedad».
«¿Qué se prioriza al llamar bullying a escenas y situaciones de maltrato entre pares que ocurren en las escuelas? –se pregunta Juan Vasen, psiquiatra y autor de varios libros sobre las problemáticas de la infancia contemporánea–. En primer lugar una regionalización. Levantamos fronteras entre ese maltrato escolar y otros múltiples maltratos cotidianos. Levantamos una especificidad con caracteres feudales en la que algunos árboles nos hacen perder de vista el bosque. Un bosque de lazos sociales donde el matrato, el abuso de poder y la discriminación y la segregación son la moneda más corriente».
Así, se confina el problema a un territorio –el de la infancia y la adolescencia– que a los adultos les resulta cada vez más ajeno y enigmático. Y se desoye lo que estas situaciones de maltrato pueden estar tratando de decir. Los chicos, asegura el estudio del Ministerio de Educación, «reclaman la presencia de los adultos». Piden ser escuchados y reconocidos por quienes tienen la responsabilidad de cuidarlos y educarlos. Quizá eso, entre otras cosas, estén diciendo cada vez que, en la escuela o en una esquina cualquiera, se agreden y lastiman entre ellos.