6 de marzo de 2013
Hace más de 150 años Marx y Engels escribieron una frase de profundo contenido humano: «Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre». Probablemente la mayoría de los israelíes no conozca la cita y tampoco les importe demasiado. Ensimismados y creyendo que el Holocausto les otorga una condición de víctimas eternas, la mayoría de ellos considera que la ocupación de los territorios palestinos no tiene ninguna consecuencia sobre sus vidas, y si afecta a los palestinos tampoco les importa. La ocupación israelí de Cisjordania y la franja de Gaza se aproxima a los 50 años. Ya son varias las generaciones que están implicadas física y espiritualmente en una relación «ocupante-ocupado» u «opresor-oprimido». Numerosos organismos no gubernamentales e internacionales escriben detallados informes sobre las consecuencias para los palestinos de vivir bajo una ocupación extranjera. Sin embargo, para los israelíes es como si se hablara de otro planeta. De hecho, en las últimas elecciones el tema brilló por su ausencia.
Pero la muerte de un palestino en las cárceles israelíes puso el tema nuevamente en la agenda y ya aparecen referencias a una «tercera intifada», un tercer levantamiento popular contra la ocupación, emulando la primera de 1987 y la segunda del año 2000. Hoy, como entonces, cualquier evento puede encender la chispa, porque las condiciones objetivas están dadas. Hace pocos días el periodista Bradley Burston del diario israelí Haaretz definió la ocupación como una forma de esclavitud, calificación aun más dura que la de apartheid, utilizada con mucha frecuencia en los últimos años. Para los palestinos la ocupación no es tema de debate filosófico, político o semántico, se sufre día a día. En su artículo, Burston recuerda a Abraham Lincoln diciendo que los que le niegan la libertad a otros tampoco la merecen para sí mismos. Olvidó decir que no hay peor ciego que el que no quiere ver.