Los habitantes de la villa 20 de Lugano viven detrás de una frontera simbólica que muchas empresas se niegan a cruzar. Gracias a la organización, disponen de una red comunitaria que les permite acceder a internet y a contenidos propios.
10 de octubre de 2018
A pulmón. Un tendido alternativo que logra quebrar los límites de la exclusión y, además, potencia la capacidad de difundir noticias locales. (Eva Luna Lillo)
Se puede vivir en medio de la ciudad y sentirse aislado? Así parece: muchas veces los habitantes de barrios carenciados no tienen cloacas, medios de transporte o servicios básicos aunque a dos o tres cuadras de distancia todo eso esté accesible. Es lo que les ocurre a los cerca de 30.000 habitantes de la Villa 20 de Lugano que, si bien es parte de uno de los conglomerados urbanos más grandes del mundo, vive detrás de una frontera simbólica que diversas empresas, entre ellas las proveedoras de internet, prefieren no cruzar. La única alternativa para comunicarse, acceder a información, hacer trámites o sacar turnos era utilizar el costoso servicio de datos que ofrecen las compañías de celulares; habitualmente ser pobre resulta caro y quienes viven allí arrancan la supuesta «carrera meritocrática» desde muy atrás.
«Desde nuestra organización encontramos una necesidad por acceder a la tecnología», explica Manuela González Ursi, coordinadora del proyecto Atalaya Sur, que comenzó con talleres de robótica en el barrio hace cuatro años. «Durante las actividades vimos que los vecinos tenían problemas para conectarse a internet. Por eso contactamos al Posgrado de Telecomunicaciones de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) e hicimos un estudio de prefactibilidad para armar una red comunitaria».
30.000 vecinos
La organización Proyecto Comunidad nació en el barrio de La Paternal al calor asambleario de 2001. Desde entonces sus participantes tejen iniciativas como Atalaya Sur, financiadas en parte por donaciones, pero también por cooperativas propias como el Café de Los Patriotas, la Gráfica del Pueblo y la constructora 24 de noviembre.
Uno de los proyectos en los que participaron fue la salida organizada de un asentamiento llamado «La Lechería» en 2008. La mayoría de los pobladores se mudó al barrio Néstor Kirchner en Villa Lugano, construido por la cooperativa Los Bajitos. «Así comenzó la conexión con esa parte de la ciudad, en un principio con apoyo escolar, microcréditos, talleres de robótica y un gabinete de informática», explica Damián Cejas, el coordinador tecnológico del proyecto Atalaya Sur. «Vimos que la gente no tenía acceso a internet: los proveedores no se metían en la Villa 20 por miedo. Los cables de fibra de la empresa bordeaban el barrio pero nadie llevaba el servicio adentro».
Desde Atalaya Sur decidieron contratar un proveedor en el barrio Néstor Kirchner. No fue fácil: les llevó un año de búsquedas y trámites hasta que la empresa concretó las obras necesarias. Luego levantaron una antena que «mira» a otra ubicada en la Villa 20, a un kilómetro de distancia y que conecta, a su vez, 27 puntos de acceso que están en los frentes de las casas: así es como cerca de 30.000 vecinos acceden a internet. «Todo esto lo fuimos haciendo con la comunidad. Incluso se armó hace poco la Cooperativa de Servicios Villa 20 que hace el mantenimiento –explica Cejas–. La idea es que se empiece a distribuir el costo del servicio, que no es mucho».
«Para nosotros, los sectores más vulnerables no pueden quedar al margen de la tecnología, pero tampoco es cuestión de sumarlos como consumidores pasivos
–explica González Ursi–. Por eso participan del armado y, para acceder a internet, pasan por un portal con noticias y contenidos que hace la comunidad misma. Ahí se sube la producción de los talleres audiovisuales de la Villa 20, por ejemplo. A los jóvenes les resulta fuerte ver su producción subida al portal». Otro efecto del proyecto se ve en los chicos que decidieron acercarse a la Escuela Técnica Lugano, abierta en 2015 por la Universidad de Buenos Aires. Un dato, para nada menor es que la red permitió una rápida reducción en las facturas de los celulares y acceso a trámites online.
Este año, Atalaya Sur ganó el premio Redes Comunitarias del Programa FRIDA, una iniciativa del Registro de Direcciones de Internet de América Latina y el Caribe (LACNIC por su sigla en inglés). «El premio es de 5.000 dólares –explica la coordinadora–. Lo vamos a utilizar para el sostenimiento de la red. Reparación de equipos y gastos operativos». El reconocimiento internacional también sirve como aval frente a otros interlocutores. Uno de los más importantes es el Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM); uno de sus objetivos es «fomentar el acceso a internet en igualdad de condiciones, promoviendo el acceso al servicio en áreas rurales o con menor infraestructura y especialmente en sectores socialmente vulnerables». Para cumplir ese objetivo cuenta con un Fondo de Servicio Universal (ver recuadro). «Esos fondos nos permitirían replicar la experiencia en muchos otros lugares –explica Cejas–. El problema es que está pensado para empresas privadas: piden un plan de negocios y nosotros no tenemos fines de lucro. Al mismo tiempo, como estos lugares no son considerados rentables por las empresas privadas, el dinero queda sin ser aprovechado. Estamos trabajando para ver cómo accedemos a él».
En el norte también
Atalaya Sur ya llevó a cabo otro proyecto en la ciudad de La Quiaca que también comenzó con capacitaciones en robótica. Allí comprobaron el déficit de conectividad porque los proveedores no invertían en llegar con buen ancho de banda a través de la quebrada. Así surgió el proyecto de hacer un nuevo enlace con mejor capacidad que la brindada por el proveedor privado. Como la ciudad tiene cerca de 16.000 habitantes y las conexiones podían saturarse, dispusieron también la instalación de la Red Chaski con varios servicios locales: mensajería, telefonía IP, una copia liviana de Wikipedia, videoteca online, un «Chaskitube» para que todos puedan subir contenidos. Luego conectaron también un pueblo cercano llamado Cieneguillas, a 35 kilómetros de distancia y solo 450 habitantes, que carecía de todo tipo de conectividad. Por primera vez la gente pudo usar sus celulares para enviar mensajes.
«No es tan caro de hacer: nosotros lo hicimos con financiamiento propio, donaciones individuales, crowdfunding a través de una plataforma y pudimos llevarlo adelante –explica González Ursi–. Pero para las empresas solo importa si es rentable, no si cuesta poco y tiene mucho impacto». Conectarse, sí, pero no de cualquier manera. Ese es el desafío.