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Luchar vale la pena

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Referente de una organización que difunde la problemática de las villas a través de una revista e impulsa acciones reivindicativas de los derechos de sus habitantes, destaca la importancia de los lazos solidarios para enfrentar las dificultades. Impacto de la crisis económica y del clima represivo.

Gritando desde la portada, La Garganta Poderosa es una de las experiencias de comunicación más genuinas y potentes que existen en la Argentina. Una revista mensual de cultura villera, pensada, hecha y vivida por los habitantes de los barrios más postergados. Nació en 2011, en la populosa villa porteña Zavaleta, como «brazo literario» del movimiento La Poderosa, que hace 14 años viene trabajando con quienes, además de la pobreza y del abandono estatal, sufren la violencia policial. «Los barrios están siendo silenciados y hostigados con el patrocinio de un Ministerio de Seguridad que celebra, saluda y abraza el gatillo fácil y lo que han llamado la doctrina Chocobar», asegura Ignacio Nacho Levy, periodista y referente de esta organización de base, que define a Cambiemos como «un gobierno antipopular, racista, fascista y misógino».
Con el respaldo de 96 asambleas barriales a lo largo de 12 países de América del Sur, desde la tapa de La Garganta gritaron Diego Maradona, Lula da Silva, Pepe Mujica y Joan Manuel Serrat, entre tantos otros, y sus páginas se volvieron imprescindibles para conocer la realidad de las villas, esa que no aparece en la prensa hegemónica. Así ocurrió con el proceso que llevó a la condena, en septiembre último, de seis prefectos que en 2016 torturaron a dos jóvenes militantes de La Poderosa, Iván Matías Navarro y Ezequiel Villanueva Moya. Para lograr esa sentencia, fue necesario superar el cerco mediático y una campaña de desprestigio encabezada por la propia Patricia Bullrich.
–¿Qué aprendizaje dejó el proceso que llevó a la condena?
–Primero, que luchar vale la pena. Muchas veces, en la cotidianeidad de nuestros barrios, en tiempos de tantos retrocesos, la desmoralización está al alcance de la mano y recibimos muchos estímulos para pensar que nada tiene sentido, que lo que hacemos no alcanza, que la realidad es cada vez peor. Pero cuando caemos en esos baches, siempre tratamos de hacer un ejercicio y pensar cómo veríamos la cosa si alguien nos pudiera dar la lista de los compañeros que no nos mataron por luchar; de las pibas, los pibes, de nuestros hijos y ahijados, que no han sido torturados, que no han caído por gatillo fácil. Este tiene que ser un fallo para la paz, que les ayude a aprender a esos últimos eslabones en la cadena de mando de la doctrina Chocobar, que nace en el Ministerio de Seguridad, que ya no sale gratis, que la tortura ya no se llama apremio ilegal, ni exceso, ni «loquito suelto», que se llama tortura y que se paga con un mínimo de ocho años de prisión.
–Dando peleas tan duras, ¿hay tiempo para la alegría y el disfrute de la vida?
–Muchas veces decimos que reivindicamos la cultura villera, y cuando nos preguntan, tenemos que aclarar que no estamos reivindicando la pobreza, vivir sin cloacas o sin tendido eléctrico. Lo que reivindicamos es la capacidad de organizarse, de establecer lazos solidarios, de naturalizar la dinámica asamblearia y de sobrevivir con alegría, sin negociar ese derecho a la sonrisa. Eso no se aprende en ningún lugar mejor que en un barrio donde cada lluvia es una inundación, y mientras el noticiero pone a los conductores a discutir dónde van a comprar las facturas, si van a hacer «cucharita» o si le pusieron una frazada al auto para que no se abolle, en el barrio hay gente sacando mierda de adentro de la casa y, a la vez, compartiendo un mate con un vecino. A mí no me tocó nacer en la villa y hubo un momento en que, viviendo en el barrio, lo mataron a mi ahijado y me pasaron un montón de cosas muy difíciles, estaba muy caído emocionalmente, muy mal. Un día, hablando con el padre Tano, de la 1-11-14, me dijo que el remedio también era el barrio, que así como no sabés cuánto vas a tardar desde que entrás al pasillo hasta que salís del otro lado, porque la muerte, el tendido eléctrico, la comida que no alcanza, la cloaca tapada, todo el día tienen al barrio efervescente de problemas, así también lo tiene efervescente una alegría que es inherente a la condición humana, que hace que, tal vez, entres por ese pasillo sin saber que cumplía 15 alguien con quien, cinco minutos después, te encontrás bailando el vals. Esos mecanismos de autodefensa están en las cuestiones más simples y maravillosas de nuestra cultura.
–¿Cómo definirías a La Garganta?
–Una más. Además de vanidosos, seríamos unos caras rotas si dijéramos que puede existir una revista de cultura villera sin pauta oficial ni publicidad comercial porque se le ocurrió a alguno de nosotros, porque nuestra «orga» es repiola. Rodolfo Walsh tuvo un poquito más de coraje, se llevó un montón de pedazos de plomo en el cuerpo, entre otras cosas, por soñar un semanario villero. Y ni hablar de las poetas, escritores, fotógrafas, ilustradores que en 50, 60, 70 años de historia habrán tenido las villas y nunca pudimos conocer. Nos tocó ser un eslabón en esa cadena de luchas, en la que pudimos dar este paso, con la ventaja de que la cooperativa de comunicación trae, per se, su condición de visibilidad. Parte de lo que más ha transformado nuestro colectivo tiene que ver con nosotras y nosotros mismos y con poder domar, de alguna forma, esa condición ególatra de los sujetos y los movimientos. Nos sentimos muy orgullosos de poderles garantizar a nuestros hijos y nietos que esa lucha, que les dio sentido a nuestras vidas y que no empezó con nosotros, tampoco con nosotros se vaya a terminar.

–¿Cómo ven a Cambiemos y sus políticas hacia los sectores populares?
–Trágicamente lo vemos. Para nosotros, es un gobierno antipopular, racista, fascista y misógino. Si tuviéramos que trazarlo como una continuidad, lo haríamos como una continuidad de aquel etnocidio de hace 500 años, de aquel genocidio de hace 42, de las políticas neoliberales de los 90. En los primeros meses, jugaron un rol de cierta bonanza en la base para evitar el desborde que hoy es inevitable. Aplicaron muy buenos bomberos en las calles para los incendios que generaban en las instituciones. Entonces, mientras te endeudaban a 100 años, te abrían cuatro comedores nuevos. El gran problema es que eso duró menos que una primavera y hoy la caracterización que haría de este gobierno es que en Zavaleta teníamos dos comedores cuando empezaron y ahora hay cinco y en ninguno alcanza la comida. Hay colas de 900 personas en comedores que reciben raciones para 300. Hay vecinas y vecinos que nunca militaron en una «orga», que no se sienten interpelados por un compromiso comunitario, pero están trabajando en los comedores para asegurarse la comida que se reparte, porque saben que se acaba.
–¿Es el reflejo cotidiano de lo que se aplica a nivel macro?
–No hay manera, por más que la televisión lo intente, de discutir la macroeconomía, las Lebacs y las gestiones de Mauricio Macri en el mundo financiero, escindidas de lo que pasa en el territorio, con la policía, el gatillo fácil, la represión en la movilización. La caracterización es una sola. Este gobierno, que hace reaparecer los certificados de parásitos y desnutrición en la escuela 10 del distrito 5º, en la intersección de Amancio Alcorta y Perito Moreno, lo hace a contraluz de la prohibición a las ollas tatuada con un punzón en el estómago de Corina. Este gobierno que tiene a los médicos demonizados en televisión, tiene 250 gendarmes adentro del hospital Posadas. Es un gobierno para ricos, en detrimento de los sectores populares y de muchísimos derechos conquistados.
–¿Cómo están actuando las fuerzas de seguridad en las villas?
–Hoy estamos en un estado policial. Los barrios están siendo silenciados, amedrentados, hostigados con el patrocinio de un Ministerio de Seguridad que celebra, saluda y abraza el gatillo fácil y lo que han llamado la doctrina Chocobar. Pensarlo desde su mirada no se hace difícil: cuando sabés que vas a perjudicar a millones y a favorecer a muy poquitos, lo que necesitás son balas, son condiciones que garanticen la menor capacidad de pensamiento, autonomía y acción.
–Si tuvieras que definir un problema central, ¿tiene que ver con la violencia policial, las drogas, el desinterés del Estado?
–Tiene que ver con el silencio. Todo eso, sin el silencio, no es nada, lo damos vuelta por consenso unánime. Nos cansamos de repetir que no hay panelistas pobres en televisión. ¿No es una buena idea, marketinera, poner a un villero en televisión? Creemos que sí se les ocurrió, pero tienen miedo, porque si la realidad de los barrios se visibiliza, ese relato oficial, es sentido común, no se puede sostener. Tenés que llegar al absurdo de Bullrich llamando a una conferencia de prensa, pero no para responder por qué entraron a las patadas a la casa de un fotógrafo, algo que hubiera llevado a negro la página de todos los diarios y las pantallas de televisión si no fuera por el silencio que los encubre.

–Esa vez la ministra desplegó una maniobra para desacreditarlos.
–Decían: «La Garganta mintió» cuando presentamos las denuncias por las torturas que ahora tienen condena, y por ese operativo ilegal que sufrimos en medio del juicio oral, con prefectos que se sacaban la identificación y todo el mundo lo podía ver, con un fotógrafo golpeado en su casa, con una compañera secuestrada 80 minutos en un patrullero, y que ni el juzgado ni la fiscalía se enteran si no hay control popular de las fuerzas de seguridad, con una compañera abusada sexualmente en su propia casa. Cuando pedimos control popular, no solo estamos exigiendo un mecanismo para que el barrio pueda llegar a la Justicia sin pasar por el destacamento policial que administra el delito, también le estamos dando a la Justicia un canal para entrar en el barrio. Hoy, ante un crimen en la villa, si ves el informe del fiscal, es igual al de la policía, es un refrito. Si tuvieran esa herramienta, que nosotros creamos sin pedirle permiso a nadie, entonces tal vez te llamaría la ONU, como nos llamó, para que le contemos cómo en 76 barrios hubo más de 1.000 irregularidades de las fuerzas en un solo mes.
–Es el tipo de noticias que no suele verse en los grandes diarios o la tele…
–Este año, en el barrio donde fueron torturados Iván y Ezequiel, en un mes hubo ocho denuncias de la misma práctica de torturas: levanta muertos, gas pimienta en los ojos, maniatados para que no puedan refregarse. ¿Sabés cuántos casos pudimos presentar en La Garganta? Ninguno, porque las familias tienen miedo y con razón. Esa visibilidad, que mejoraría la calidad de vida del barrio y del sistema judicial, también mejoraría inmensamente al periodismo, que muchas veces deja mucho que desear, pero que en materia policial deja todo que desear. Estas fuerzas de seguridad y este modelo que requiere del silencio y la represión tienen muchos subordinados del Ministerio de Seguridad sin identificación en el territorio y muchos en televisión.
–¿Cómo se vinculan con la política?
–Vemos a la política no solo desde la dimensión partidaria. Es la capacidad en tus manos de transformar la realidad y nos sentimos un movimiento profundamente político. No tenemos una terminal electoral, construimos en complemento con otras expresiones y entendemos que las reglas de esta democracia representativa no las han determinado necesariamente aquellos que reivindican los intereses populares. Que esas peleas inmediatas hay que darlas, no hay ninguna duda, y celebramos todas las expresiones partidarias que van al combate con nuestras reivindicaciones.
–En ese marco, ¿cuál es el camino que se trazan?
–Vamos por un movimiento que, a mediano y largo plazo, nos permita subir el piso de la participación y el protagonismo de los sectores populares, sin demonizar a la política partidaria, entendiendo que es fundamental, y tratando de aportar al mayor marco de unidad posible para poder poner un freno a esta derecha descarada, en este escenario tan extremo de un Estado que tal vez no debamos llamar dictadura al haber padecido la dictadura que tuvimos, que tal vez podamos discutir si se tiene que llamar dictadura, pero lo que ya no podemos discutir es que esto no merece llamarse democracia.

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