Sociedad

Reglas de etiqueta

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Especialistas resaltan la necesidad de contar con un sistema de información nutricional en los alimentos, que favorezca su comprensión y ayude a prevenir el sobrepeso. Restricciones a la publicidad, impuestos y otras medidas complementarias.

(Jorge Aloy)

Una tabla con tres columnas despliega una lista de términos, no todos familiares: «valor Energético kJ», «carbohidratos», «grasas monoinsaturadas», «grasas poliinsaturadas», «sodio», «colesterol», «azúcares totales», y la lista sigue. En total, la etiqueta del paquete de galletitas de avena y chocolate de primera marca describe los valores de trece categorías: por 100 gramos, por porción y por porcentaje de valor diario. ¿Cuántas personas, que no sean profesionales de la salud, pueden saber si 83 miligramos de sodio que contienen dos de estas galletitas es una cantidad aceptable o mala, o si es mucho o poco para, justamente, dos galletitas, como indica la información?
En cada producto procesado, las tablas de valores nutricionales se muestran crípticas para el común de la población y crecen en complejidad, por ejemplo, cuando les agregan «aclaraciones» acerca de que los valores diarios están sujetos a una dieta de 2.000 kilocalorías y que «sus valores diarios pueden ser mayores o menores dependiendo de sus necesidades energéticas» (como se lee en los envases de la gaseosa más famosa del mundo).
Pero el problema de la difícil compresión de la información nutricional no es exclusivo de la Argentina y, de hecho, algunos países de nuestra región implementaron cambios: Chile, Perú y Uruguay ya comenzaron a usar un nuevo sistema que se suma a las tablas, basado en advertencias de exceso de nutrientes críticos. Así, en un alimento procesado puede figurar un octógono con fondo negro y letras blancas en el cual se lea «alto en azúcares», «alto en grasas saturadas», «alto en sodio» o «alto en calorías». Puede haber productos sin ninguno de estos sellos, pero también pueden coincidir dos, tres o cuatro: con más sellos, menos saludable es entonces ese alimento.
Los cambios vienen empujados por una preocupación que crece con las estadísticas: el aumento de la prevalencia del sobrepeso y de la obesidad. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en América Latina y el Caribe el 58% de los habitantes de la región vive con sobrepeso. En tanto en la Argentina, 6 de cada 10 adultos presentan este factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, hipertensión, cáncer, entre otras patologías. Asimismo, el 30% de los niños y las niñas en edad escolar tienen sobrepreso en nuestro país.
Actualmente, distintos proyectos de ley para modificar los rótulos de los alimentos esperan su tratamiento en el Congreso de la Nación, y entre la secretaría de Salud, Agroindustria y el ministerio de Producción y Trabajo debaten otros modelos a incorporar. Desde distintas organizaciones de la comunidad médica y civil, sin embargo, no solo coinciden en la necesidad de avanzar en una modificación en la exigencia de las etiquetas, sino también en cómo deberían ser estas finalmente. «Según los estudios que han hecho comparaciones entre varios sistemas, el de advertencias es el que mejor afecta la intención de compra y el que mejor se entiende por parte de los consumidores», dice Lorena Allemandi, directora del Área de Políticas de Alimentación Saludable de la Fundación Interamericana del Corazón Argentina (FIC Argentina).

Zona de riesgo
En la Argentina rige un sistema que provee información sobre el contenido de nutrientes por porción de alimento, pero otros modelos podrían sumarse a este.
Entre las opciones en estudio se encuentra el sistema del semáforo, que al contenido de nutrientes por porción lo clasifica en alto, medio o bajo utilizando un color y deja que el consumidor haga su propio juicio de valor sobre ese producto. Otros sistemas plantean un «resumen» del valor nutricional con logos o con una escala de color, denominado Nutriscore, que presente la calidad de ese producto.
Finalmente, el sistema de advertencias (como el de los octógonos) evalúa el contenido de nutrientes específicos y le indica al consumidor de forma explícita cuando hay un exceso. Según la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (COPAL), este sistema implica «demonizar» los alimentos.
Otra es la mirada de Allemandi: «Lo que las campañas enseñan a la población es que a mayor cantidad de sellos en un mismo producto, menos saludable es. La idea con este tipo de sistemas es que el consumidor sepa lo que está consumiendo. No es prohibir, porque nadie puede prohibirle a alguien que consuma lo que quiera. Pero sí que tenga disponible información precisa, porque los envases son muy engañosos hoy por hoy».
En este sentido, un ejemplo frecuente se da cuando algunos productos destacan el aporte de alguna vitamina o mineral. «Muchas veces lo que sucede es que también tienen un alto contenido de azúcar, y eso no lo dicen. De hecho, no es obligatorio reportar el azúcar en nuestro país, con lo cual uno pone en la balanza qué tan importante puede ser ese aporte de vitamina», explica la especialista de FIC.
Fernando Zingman, especialista en Salud de Unicef, afirma que un nuevo etiquetado no busca ni debería perjudicar a las empresas del sector alimenticio. «El objetivo no es impactar en la industria, es proteger a las personas. Lo que esto sí genera, que se está viendo en el ejemplo chileno, es que las industrias se pueden reconvertir y seguir siendo rentables. El asunto es que nuestra población tenga menos consumo de sodio, de azúcares y de grasas saturadas, en alimentos de menor densidad calórica en general. Eso nos va a permitir que los chicos no estén sufriendo de enfermedades que antes no tenían, como diabetes y enfermedades metabólicas, que disminuyan en los adultos una gran cantidad de cánceres asociados a la obesidad, y que hasta haya un ahorro económico en atender enfermos crónicos producto de cómo han sido alimentados», dice Zingman.
En este sentido, Julio Montero, presidente de la Sociedad Argentina de Obesidad y Trastornos Alimentarios (SAOTA), para quien el sistema de advertencias es el más «eficaz», considera que el nuevo etiquetado debe pensarse no solo desde la perspectiva de la prevención del exceso de peso. «La obesidad es una de las perturbaciones del modelo alimentario que está teniendo la población occidentalizada, pero no es la única. Hay gente que sin ser obesa está realizando una alimentación que no es del todo saludable y que puede perjudicar su salud en el largo plazo. Los cambios metabólicos, la hipertensión arterial, no están a la vista, y uno no tiene idea de la magnitud del problema porque no los puede ver. Pero realmente si uno se va a guiar por la suma de todos los problemas de salud relacionados con los cambios alimentarios de la población es mucho más que la cifra de obesidad», dice Montero.

Estrategia
Zingman describe al etiquetado frontal de alimentos como el primer eslabón de una cadena de medidas. «Lo que permiten los sellos es que a partir de ahí podés organizar otras políticas de protección, de manera más clara y sin medias tintas. Por ejemplo, podés regular que a los entornos escolares no ingresen para la venta alimentos que se entiendan como no saludables, para brindar una alimentación más sana y de mejor calidad», asegura el especialista de Unicef.
«Con el sistema de advertencias no se espera que se solucione el tema de la obesidad y de la malnutrición en general. Es una medida más dentro de un paquete de medidas que los gobiernos deberían implementar», advierte Allemandi.
Implementar impuestos a los alimentos con contenidos altos de nutrientes críticos (México ya lo hace con las gaseosas), prohibir la publicidad de productos no saludables, en especial la dirigida a los niños, y que en la currícula escolar se promueva la educación alimentaria forman parte de otra serie de medidas que los especialistas mencionan como estrategias a seguir. «Todas estas medidas tienen que estar enfocadas, y más en una situación de crisis como la que estamos atravesando, en los grupos más vulnerables –concluye Allemandi–, con políticas de impuestos y de subsidios para que puedan tener acceso a alimentos más sanos».

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