A los 56 años, Gustavo Alfaro encara la reconstrucción xeneize con una misión obligada para su carrera y el club: conquistar la Copa Libertadores. Los ecos de su conflictiva salida de Huracán y los intereses políticos dentro y fuera de la cancha.
13 de febrero de 2019
Mar del Plata. El técnico, en unos de sus primeros partidos al frente del equipo, ante Aldosivi. La Superliga, otro de los objetivos del semestre. (Télam)«¿Dónde está mi traición?», preguntó Gustavo Alfaro el día que asumió como entrenador de Boca. Pudo haber sido la línea más poética de su presentación pero hubo otras, como cuando citó a Jorge Luis Borges al recordar que triunfamos y fracasamos menos de lo que pensamos. La idea de traición, sin embargo, fue sobre lo primero que carreteó el nuevo desafío: llegar a Boca después de haber dejado Huracán a mitad de camino de una Superliga que lo tenía en la cuarta posición y con el entusiasmo de un 2019 que además tiene Copa Libertadores a la vista. Los hinchas del Globo difícimente perdonen su decisión. Pero Alfaro, que ese día se presentó como técnico de Boca, recitó un artículo de la Ley de Contrato de Trabajo para defender su posición y tenía muy claro que lo que estaba en juego era su última gran chance dentro de la elite del fútbol argentino. Sabe que el reto es grande.
Unos meses antes, cuando todavía conducía Huracán, el entrenador contaba que estaba ante los momentos culminantes de su carrera como entrenador, la que además suele mantener en paralelo con un trabajo que disfruta mucho, ser comentarista de televisión para una cadena colombiana. Es difícil dilucidar esa deadline para el oficio de director técnico. Solo por pensar en algunos argentinos, Ángel Tulio Zof dirigió hasta los 78 años, Carlos Griguol hasta los 70 y Roberto Saporiti, hasta hace poco, conducía la UAI Urquiza con 79 años.
Alfaro tiene 56, pero los tiempos actuales del fútbol, sobre todo cuando se trata de clubes de primera línea, demandan juventud en el banco de suplentes. «La Argentina futbolística es espasmódica, vamos por modas, por costumbres, por hábitos, se instaló que con los jugadores hay una diferencia generacional, pero tenemos demasiados prejuicios. Los jóvenes también cometen errores, a veces por falta de experiencia. Pero siempre vamos de banquina a banquina, ahora con el tema de la edad», decía Alfaro a principios de 2018. Un año después llegó a Boca para reemplazar a un técnico diez años menor. Guillermo Barros Schelotto, ahora conduciendo a LA Galaxy de la MLS estadounidense, tiene 45 años y además una larga historia de títulos con Boca.
Contraseñas
Ese es el otro lado del desafío de Alfaro. Llegó a Boca sin pasado en el club. A Guillermo, en dupla con su hermano Gustavo, no le alcanzó haber logrado un bicampeonato con el equipo en el torneo local. Boca este año tiene por delante, además de la Superliga, la Copa Argentina y la Supercopa Argentina (la disputará frente a Rosario Central el 4 de abril) Sin embargo, la obsesión es la Copa Libertadores, esa gran deuda de la dirigiencia que encabeza Daniel Angelici, a quien todavía le recuerdan un tuit de cuando asumió en 2011. «Renová el pasaporte. Del resto nos ocupamos nosotros», fue uno de los eslogans de campaña. Pero Boca, que perdió la final de la Libertadores con Corinthians en 2012, no regresó a Japón ni al destino que demande el Mundial de Clubes. La última vez, encima, el naufragio fue a manos de River en la final eterna que terminó jugándose en Madrid.
Alfaro, sin contraseñas históricas en el club, tiene que reconstruir una identidad. La derrota frente a River dejó una herida muy grande. Tardará en hacerse tolerable para los hinchas. En la consideración de Nicolás Burdisso, el director deportivo que nombró Angelici para tener otro pararrayos en un año electoral, Alfaro tiene la templanza y la experiencia suficiente para conducir este momento de Boca. Lo mismo opinaron públicamente hombres como César Luis Menotti y Diego Maradona, que no suele regalar bendiciones para ese cargo.
Quizá su ausencia de pasado en el club, explique que Alfaro intente recomponer el rol de Carlos Tevez dentro del equipo. «A Tevez lo veo como el jugador emblema de Boca, intentamos recuperarlo», dijo en una de las primeras conferencias de prensa durante la pretemporada. Más allá de que Tevez esté lejos de sus mejores épocas, e incluso desata polémicas que parecen innecesarias (por ejemplo cuando hizo públicas sus diferencias con Guillermo, el anterior DT), le aporta a Alfaro un capital simbólico para no despreciar. Es un aspecto más de un año clave. Entre otras cosas porque contendrá una alta intensidad política, no solo adentro del club, donde habrá elecciones en diciembre, sino también fuera, en ese comando remoto de Boca que funciona en la Casa Rosada. Porque fue el propio Alfaro el que contó en una entrevista con la cadena CNN que el presidente Mauricio Macri, durante sus más de veinte días de vacaciones, lo llamó para hablarle sobre los lineamientos del club. Boca es un juguete que Macri no pretende soltar ni como presidente de la Nación.
Alfaro tiene experiencia en maniobrar ante el poder, algo inevitable para cualquier entrenador que juegue en las grandes ligas. Fue técnico de Arsenal en plena hegemonía de Julio Grondona. De hecho, contó que alguna vez pudo haberse ido a Boca pero había asumido un compromiso con el expresidente de la AFA fallecido. Con Arsenal, Alfaro ganó un título local, una Supercopa Argentina, una Copa Argentina y una Copa Sudamericana. Nadie logró tanto en el club. Pero, también dijo, le faltó una Copa Libertadores, una competición que dejó a mitad de camino cuando la familia Grondona decidió echarlo. Ya había demasiadas diferencias.
Esa Copa Libertadores que no pudo ganar con Arsenal es la vara que se puso apenas asumió, el día que dijo que en Boca todo es cielo e infierno, no hay purgatorio. Ese es el desafío extremo que se propone experimentar un hombre que dejó la carrera de ingeniería química para dedicarse a ser entrenador de fútbol. Mientras ajusta piezas, ahora tiene que encontrar la fómula para llegar a buen puerto. Aun con sus conocimientos químicos, Alfaro sabe que no es fácil.