Las invasiones bárbaras

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Venecia, Barcelona y Roma son algunas de las ciudades cuyos habitantes se manifiestan abiertamente contra las visitas masivas de extranjeros que destruyen el entorno, comenten excesos y no respetan las leyes. Entre la rebelión y las ganancias.


Mirame que te saco. Plaza España, uno de los puntos de atracción de la capital italiana: centenares de visitantes la colman a toda hora. (SOLARO/AFP/DACHARY)

El turismo es una de las industrias millonarias que, en todo el mundo, crean puestos de trabajo y riqueza; pero al mismo tiempo es fuente de múltiples problemas y conflictos, especialmente para aquellas ciudades que se ven desbordadas por sus visitantes.  
Cuando se recorre una de estas urbes famosas en lo que menos se piensa es en sus habitantes, pero ellos están ahí, padeciendo día a día el mar de extranjeros que se aglomeran en sus centros históricos, plazas, museos, monumentos, calles, fuentes e iglesias milenarias. Esta masividad provocó una reacción en quienes la sufren y dio lugar a un nuevo fenómeno social: la «turismofobia», un creciente sentimiento de intolerancia hacia la presencia excesiva de visitantes extranjeros (overturism, en inglés), que se manifiesta no solo con actitudes hostiles, sino con marchas multitudinarias y reclamos a las autoridades.
Las principales ciudades en las que se viene haciendo ostensible esta movida son Venecia, Roma, Barcelona, Ámsterdam y Dubrovnik (Croacia). También, por supuesto, están París, Madrid, Lisboa, Praga, Brujas, Reijkiavik, la isla de Santorini, y lugares tan lejanos como Angkor Wat, en Camboya, las islas Koh Khai (Tailandia) y Palaos, en el mar de Filipinas, por nombrar solo algunos destinos sobrepasados.
El primer puesto, y la que está más dispuesta a tomar medidas contra la invasión turística, es Venecia, con 30 millones de visitantes al año. Una de estas medidas fue la instalación de molinetes en abril de 2018 para regular el flujo de turistas, que después de seis meses de uso controversial fueron desmontados. Venecia tiene también el problema de los cruceros: solo en 2017 desembarcaron en la isla 2,5 millones de personas. El municipio ha impuesto todo tipo de multas –y muy caras– a aquellos turistas que no respeten las normas. Se ha prohibido que las personas se sienten en las escalinatas de lugares públicos como la Catedral de San Marcos, o bañarse en los canales.
Con 40 millones de visitantes, Roma es otra ciudad que desde hace años se ha visto desbordada por el turismo. Así se ha planeado restringir el acceso turístico a sitios como la Fontana di Trevi y que la gente deje de hacer picnic junto al monumento o de bañarse en sus aguas. En las escaleras de la famosa Plaza España tampoco se puede comer, así como en las del monumento a Victorio Manuel II, donde el turista hoy ni siquiera puede sentarse a descansar.

De bar en bar
«El giro del concepto “viaje” al concepto “turismo masivo” viene de la mano del capitalismo más feroz. El turismo es una forma muy fácil de hacer dinero rápido, de atraer grandes ganancias. Vivo en Barcelona, una ciudad víctima de esta masacre de lo autóctono, de la vida de barrio, de los pequeños comercios», comenta a Acción el documentalista español y fotógrafo de viajes Víctor Hugo Espejo, quien también ha residido en Buenos Aires, entre otras ciudades. «Creo que más que quedarnos en criticar, debemos mirarnos con atención como consumidores: ¿cómo podemos viajar de una forma menos invasiva?», se cuestiona.
«Turista, vuelve a tu casa», «El turismo asesina la ciudad», o «Gaudí te odia» son algunos de los carteles en inglés que suelen verse por las calles de Barcelona. La ciudad ibérica, que recibe unos 30 millones de turistas al año –es la tercera más visitada de Europa– se ha convertido en uno de los destinos por excelencia de lo que ya se conoce como «turismo de borrachera».
«Los catalanes están hartos», dice Javier Doeyo, un editor de cómics argentino que pasa algunos meses del año en la cercana ciudad de Sitges. «A Barcelona viene en especial todo el turismo nórdico a emborracharse muy barato –asegura el argentino–. Cuando en Noruega un chopp sale 10 euros, en Barcelona sale 1,50 euros. Entonces llegan los noruegos, los dinamarqueses, los finlandeses e ingleses y se toman todo. A la mañana están todos tirados semidesnudos, literalmente, por las calles de La Barceloneta».
Otro de los puntos calientes en España del turismo de borrachera es Magaluf, en Mallorca, conocida como «La reina de la noche». Los turistas van de bar en bar a lo largo de la noche emborrachándose, hay peleas y muchos residentes se encuentran al amanecer a jóvenes que tienen sexo en la vía pública o que están tirados en las veredas. También ocurren numerosos accidentes con la práctica del balconing: jóvenes en hoteles que saltan de un balcón a otro para visitarse o que directamente se arrojan desde varios pisos a la piscina.

Bajo precio
En 2015, Ámsterdam fue visitada por 12 millones de personas, en 2017 fueron 17 millones y se estima que para este año la cifra se acercará a 23 millones. Los locales de comida y diversión se ven desbordados, así como los servicios y los espacios públicos. Después de varias manifestaciones, el gobierno de la ciudad decidió desincentivar el turismo a bajo precio y priorizar el de la gente pudiente. Mucho turismo barato, especialmente el de jóvenes, está centrado en una breve visita al famoso Barrio Rojo, donde las trabajadoras del sexo se exhiben en vidrieras. Ellas también se ven afectadas, debido a que muchas personas lo único que hacen es pararse delante de sus vidrieras para tomarse una selfie y subirla a las redes sociales.
Uno de los nuevos polos turísticos europeos es Croacia, cuya capital costera, Dubrovnik, no para de recibir visitantes extranjeros desde que se transformó en el escenario de la capital de los Siete Reinos, de la popular serie Juego de tronos. Y Cracovia, en Polonia, es otro de los destinos en los que la turismofobia está recrudeciendo, debido a los miles de británicos que van a emborracharse a sus clubes nocturnos.
Los residentes de las ciudades famosas que no se ven beneficiados directamente por el turismo son los que más se oponen a las visitas masivas de extranjeros. Por otro lado, los comerciantes, que no quieren ver caer sus ventas, se oponen a su vez a las protestas. En el medio, autoridades y funcionarios se ven impelidos a tomar medidas urgentes para no romper el delicado equilibrio entre la disyuntiva de que estas ciudades sigan siendo florecientes económicamente y al mismo tiempo no pierdan calidad de vida.

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