Identidades en movimiento

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Cada vez son más las personas que no se sienten incluidas en el esquema tradicional varón-mujer. «Género fluido», «pangénero» o «queer» son algunas de las categorías que intentan cuestionar el pensamiento binario. Diversidad, derechos y prejuicios.

(Foto: Facundo Miguel Nívolo)

Al nacer la nombraron Sabrina pero ahora, con más de 30, prefiere que lo llamen Santiago. Esa ambigüedad se resolvió de una manera inclusiva: en vez de optar por uno u otro los combinó en «Sasa».  «Soy una persona –explica– de género fluido; no me identifico con ninguno de los géneros tradicionales binarios, sino que me encuentro fluyendo entre ambos».
Como Sasa, cada vez son más los que se autoexcluyen de la polarización varón-mujer. «Agénero», «intergénero», «neutro», «demigénero», «género fluido», «pangénero» o «queer» son, apenas, algunas de las muchas identidades autopercibidas de quienes se escapan de la norma tradicional. En internet, algunos foros sostienen la existencia de más de 100. Facebook ofrece 54 opciones mientras que Tinder permite elegir entre 40 (el número está en constante revisión). Pero el mundo real no se queda atrás. Espacios públicos como universidades, museos y bares ya cuentan con baños multigénero.
«La biología no es destino. Creo que la identidad es una dialéctica entre la construcción social y la vivencia personal, que escapa a los postulados de la biología. En mi caso, todo el mundo sabe lo que soy, esta blanqueado, pero de ahí a que ciertas personas decidan respetar mi identidad hay un abismo. Todavía me pasa que algunos colegas me felicitan por mis clases pero me siguen enunciando como profesora. Mis pronombres son el masculino y el neutro, porque así es como me siento interpelado lingüísticamente», dice Sasa, que además de enseñar latín, castellano y literatura, milita la causa queer.
En Argentina, la Ley 26.743, de Identidad de Género, sancionada en mayo de 2012, marcó el comienzo de una nueva etapa respecto al reconocimiento de la diversidad. Hoy las personas trans pueden cambiar su nombre, foto y sexo del DNI y acceder en el sistema de salud pública –o a través de obras sociales y prepagas– a tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas para cambiar de sexo y reafirmar la identidad autopercibida, sin necesidad de una autorización judicial.
El Hospital General de Agudos Carlos Durand, en la Ciudad de Buenos Aires, y el Hospital Ricardo Gutiérrez, en La Plata, concentran la mayor demanda del país de cirugías de reasignación genital o de «reafirmación de género». Frente a esta realidad, ¿se puede declarar que la concepción binaria hombre-mujer está superada? ¿Vivimos una revolución de géneros?  
«El binario está vigente tanto en la sociedad como dispositivo de poder, como en la formación científica vigente hoy en día. Lo que sucede es que las personas que no entran en dicho binario, interpelaron al modelo con sus propias presencias. Lo derribaron, se empoderaron y consiguieron la promulgación de leyes como la de Identidad de Género, que les dio derechos. Por lo tanto, la revolución del género está en sus comienzos. Vamos rumbo a sociedades más inclusivas, con equidad de derechos, más diversas y humanas», se entusiasma Adrián Helien, médico psiquiatra que coordina el grupo de atención a personas transgénero del Hospital Durand, pionero en la conformación de equipos multidisciplinarios de salud trans.
Sin dudas, cada vez son más las personas que dicen no querer pertenecer o «encasillarse» en un género en particular. Pero desde el punto de vista científico, ¿esto es posible? O mejor dicho, ¿existe algo que determine el género por fuera de la decisión de la persona?
«La identidad es la autopercepción acerca de quién soy yo. No hay otra forma de acercarnos a la identidad más que la narrativa de cada persona. El binario está equivocado, no las personas. Hay mucho más que varón y mujer cisgénero (ver recuadro). Hay todo un arcoíris de identidades y todas son diferentes y válidas. Nadie sabe cómo se conforma la identidad. Solo hay teorías, pero ninguna aceptada científicamente», remarca Helien.

Aulas abiertas
Pese a que recién cumplió los 20 años, Leandra Levine ya es muchas cosas: modelo, actriz, performer y la primera estudiante trans en egresar de la Escuela Carlos Pellegrini de Buenos Aires con su nueva identidad. En la entrega del título, y ante un auditorio colmado, dijo: «Ser la primera significa sentar un precedente. Significa que hemos avanzado como sociedad, que ya hay menos hostilidad hacia nuestras identidades, que hay cada vez más instituciones que nos amparan. Y sobre todo, es de suma importancia para las nuevas generaciones trans, para las infancias transgénero que quieren crecer de forma segura, sin violencias de ningún tipo por su identidad. Ser adolescente y encarar al mundo ya es muy complicado de por sí. Imagínense si a eso le sumamos una disconformidad en el ser, una identidad impuesta que no deja fluir la autenticidad propia».
Leandra cuenta que empezó a tomar conciencia de su identidad en la adolescencia, jugando con el maquillaje que encontraba o le prestaban, mientras se daba cuenta de que era más cómodo andar por la vida como mujer. «Era lo más natural», define.
Para Helien, que también es autor del libro Cuerpxs equivocadxs. Hacia la comprensión de la diversidad sexual, la mayoría de las personas empieza a saber sobre su identidad a edades tempranas. «Tenemos trabajos con personas trans adultas que en un 88% nos dicen que descubrieron que no entraban en el casillero asignado al nacer antes de los 10 años. Por eso lo más correcto sería decir que la identidad es un descubrimiento, no una elección».

Aceptación
«Te valés de recursos para adaptar tu aspecto a tu autopercepción –cuenta Leandra–. De más grande me hice cirugías estéticas para que mi estructura facial coincidiera con cómo me siento. Mi rostro masculino me incomodaba, así que lo fui convirtiendo en femenino. También es cierto que la sociedad te obliga. Si no me operaba era más probable que la gente me tratara como hombre».
Leandra cuenta que por sus inquietudes artísticas se mueve en un ambiente donde hay mucha aceptación al colectivo LGBTQ, incluso, acepta que vivir en la Ciudad de Buenos Aires le ahorra los ataques físicos o verbales que «en otros lados, donde hay más prejuicio e ignorancia, pasa mucho». Sin embargo, reconoce que las relaciones afectivas le siguen costando porque «en la mayoría de los casos recaen sobre el morbo y lo casual».
«A todos los hombres heterosexuales
–continúa– les puede resultar atractiva una chica trans bien femenina pero eso muchas veces es reprimido o reservado a lo clandestino. Por suerte, cada vez hay más hombres que se animan a aceptarlo públicamente, pero todavía es una minoría».
En el mismo sentido opina Helien: «Los prejuicios están vigentes a partir de que la educación sigue siendo binaria y excluye o patologiza a las identidades que no son normativas. Los mundos del rosa y el celeste son cuestionados pero están vigentes. Todo lo que no sea varón-mujer cis y heterosexual sigue siendo estigmatizado. Menos, pero continúa siéndolo». Lo que queda, entonces, es saber que existen mucho más que dos identidades, y que si antes no se las nombraba, es simplemente porque el mundo no suele ser un lugar tolerante y justo.

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