De la mano del técnico Eduardo Coudet y de Lisandro López, emblema y goleador, Racing conquistó la segunda edición de la Superliga con buen juego y números inapelables. El Predio Tita, parte fundamental del resurgimiento deportivo e institucional.
10 de abril de 2019
Desahogo. Licha, con el puño arriba, en el gran festejo albiceleste luego de consagrarse campeón frente a Tigre. (Manuel Cortina)
Racing era el campeón, ya había terminado el partido con Tigre, cuando Matías Zaracho se paró frente a las cámaras para la nota con la televisión en plena emoción. «He pasado por muchas cosas –dijo entre lágrimas–, las veces que he ido a entrenar lloviendo, viajando en colectivo (…) Hoy siento que está dando frutos todo, se me están cumpliendo sueños como el de la selección o el de ahora». A Zaracho le costó seguir con sus palabras. Y a quienes lo veían por televisión les costaba escucharlo sin llorar. Zaracho no solo emocionó a los hinchas de Racing, también a muchos fanáticos del fútbol: los que vieron en ese llanto un sentimiento genuino de un chico que hizo todos los esfuerzos por ser jugador profesional. Y ahí estaba. Zaracho, de 21 años, salió del Predio Tita Mattiussi, el lugar de formación de los juveniles de Racing, una de las causas que pueden explicar por qué la Academia ganó la Superliga.
En la última convocatoria que Lionel Scaloni realizó para los amistosos que la selección argentina jugó con Venezuela y Marruecos, no solo Zaracho representó al Predio Tita. Ahí también estuvieron, aunque ya no jugaran en Racing, Rodrigo De Paul, Gabriel Mercado, Lautaro Martínez y el arquero Juan Musso; un motivo suficiente para llenar de orgullo a los hinchas de la Academia. Esto ocurrió nada menos que durante marzo, un mes en el que pueblo albiceleste recordó el vigésimo aniversario de cuando Liliana Ripoll, la síndico de la quiebra del club, anunció lo que finalmente no sucedió: que Racing había dejado de existir. Pero el orgullo tenía que ver con que fueron los hinchas y los socios los que construyeron el Predio Tita durante los años del gerenciamiento.
Claro que el predio y la aparición de juveniles explican sólo una parte del equipo campeón de la Superliga 2018-2019. La otra parte se fundamenta en el estilo que impuso el técnico, Eduardo Chacho Coudet, en la buena elección de los refuerzos y en la experiencia y jerarquía de algunos de sus jugadores. Racing tomó la punta en la cuarta fecha, un domingo por la mañana contra Rosario Central. Y nunca más la perdió. Justo antes de eso, había quedado eliminado contra River de la Copa Libertadores. Fue cuando su emblema, su capitán y goleador, Lisandro López, puso las cosas en su lugar: «Es un momento durísimo, pero el domingo tenemos la oportunidad de agarrar la punta y no soltarla». Por esas cosas también Lisandro es líder. Por haberse hecho cargo de lo que pudo derivar en un fracaso rotundo y, sin embargo, fue el preludio del título, el noveno de La Academia en el profesionalismo.
Abajo y arriba
Racing fue campeón como el equipo que más goles convirtió y al que menos le hicieron. Fue el que más ganó junto con Defensa y Justicia. El que más puntos consiguió en condición de local, en el Cilindro, y el segundo mejor cuando le tocó jugar de visitante. Según las estadísticas de la Superliga, lidera la tabla de efectividad en lo que respecta a remates al arco, estuvo entre los tres equipos con menos faltas cometidas y entre los tres, también, con más posesión de la pelota. Todo eso fue el Racing de Coudet, que además tuvo al goleador, Lisandro, quien posee un registro único para el fútbol argentino: encabezó la tabla de goleadores en 2004 y lo hizo 15 años después, a los 36. Nadie antes había logrado eso con tanta distancia en el tiempo.
El dato de la posesión no es menor para Racing. Su cerebro fue Marcelo Díaz, el chileno que marcó el ritmo del mediocampo de Racing. El equipo se construyó a partir de su mediocentro, que aportó quite y distribución. Chelo Díaz tuvo el 92% de precisión en los pases. Y eso se notó en el equipo moldeado por el Chacho. Pero el medio fue también Zaracho, la aceleración de Pol Fernández, el primer semestre de Ricardo Centurión, antes de que Coudet lo sacara del equipo, y un jugador que cada vez que ingresó cumplió como Augusto Solari, autor del gol que llevó a Racing al título en la cancha de Tigre. A un arquero clave como Gabriel Arias, al que se le pueden adjudicar varios triunfos, Racing le sumó una última línea casi sin grietas, incluso en la dificultad que supone el haber tomado riesgos, porque Racing suele salir jugando de abajo y ubica mucha gente en ataque. En ese sentido, Leonardo Sigali y Alejandro Donati fueron la dupla perfecta, en tanto Lucas Orban cumplió cuando le tocó estar. Y los laterales Renzo Saravia y Eugenio Mena, que le ganó el puesto a Alexis Soto, hicieron bien las tareas defensivas, pero también las ofensivas.
Y arriba, precisamente, estuvo Lisandro. Ya sea con Jonathan Cristaldo en la primera parte del torneo (Gustavo Bou aportó muy poco y se fue) o con Darío Cvitanich, un socio de su generación –tiene 34 años–, López resultó decisivo para mantener el poder de fuego en ataque. No pudo rubricar con un gol ante Tigre su gran perfomance en el torneo, pero el título fue de él, un regresado como lo había sido Diego Milito, ahora a cargo de la secretaría técnica del club, clave para que los refuerzos no fallaran. Para que chicos como Zaracho, los pibes del Predio Tita, tuvieran de quien rodearse; para, al cabo, ganar un campeonato con buen fútbol y jugadores con sentido de pertenencia. Como nunca antes en estos últimos 50 años, Racing disfrutó de ser campeón. Más allá de alguna zozobra, fue todo sonrisas. Al revés de su historia. O será que esta es su nueva historia.