Sociedad

Movimiento en construcción

Tiempo de lectura: ...

Para la intelectual franco-chilena, ser mujer no garantiza un lugar de rebeldía. Por eso, el feminismo debe fundarse en identidades abiertas y apostar a conexiones plurales con otras fuerzas sociales y políticas. Contra el modelo neoliberal.

(Foto: Paz Errazuriz)

Se puede decir que muchas son las imágenes que hoy retratan la ebullición del feminismo en el mundo. Pero Nelly Richard recuerda una: cuando en mayo del año pasado las calles de Chile quedaron aturdidas por el grito de miles de chicas estudiantes, que tomaron más de veinte universidades a lo largo del país, bajo consignas en contra de la violencia de género y a favor de una educación no sexista. El reclamo apuntaba también contra la «objeción de conciencia institucional», el resquicio que los sectores conservadores habían encontrado años antes frente a la legalización del aborto por causales aprobada durante la gestión de Michelle Bachelet, y utilizado por la Universidad Católica en sus establecimientos hospitalarios para negar intervenciones. De todo ello, lo que más recuerda Richard es el cartel que por entonces apareció custodiando la entrada de la universidad: «Decía “Tiemblan los Chicago Boys. Aguante el feminismo”. Nos recordaba que en esa Facultad de Economía se forjaron las políticas económicas brutales de la dictadura de Pinochet. Todo gracias a un convenio institucional con la Universidad de Chicago en los tiempos de Milton Friedman, que volvió a Chile el primer experimento neoliberal en el mundo. Esa toma me parece entonces un ejemplo brillante de la transversalidad del feminismo».
Resultaría injusto reducir el trabajo de esta académica a las teorías de género. Aunque en ese interés por analizar las imágenes y los discursos de la memoria social que orientó su obra, el tema aparece con recurrencia –solo para citar algunos ejemplos, Masculino/Femenino: prácticas de la diferencia y cultura democrática, editado en 1993; Feminismo, género y diferencia(s), publicado en 2008; y el más reciente, Abismos temporales– y, de hecho, formó parte de la consigna que la convocó a viajar a Buenos Aires para participar de un coloquio organizado por el Centro Cultural Haroldo Conti. Fundadora de la Revista de Crítica Cultural, Richard es una de las referentes intelectuales más importantes de Chile, país al que llegó desde su Francia natal en 1970, en plena victoria de Salvador Allende.
–Algunas referentes de la teoría de género han afirmado que estamos viviendo un momento feminista. ¿Está de acuerdo con esta lectura?
–Estoy de acuerdo con que el feminismo está renovando la inspiración de una izquierda cuyo discurso político-ideológico se ve hoy desorientado y carente de fervor. Frente a eso, el feminismo se muestra capaz de desarticular el modelo neoliberal, que conjuga privatización con privación. Por algo el feminismo se ha convertido en una obsesión para las ultraderechas. No es solo porque el neoconservadurismo torna responsable al «género» de corromper el núcleo de la familia como entidad procreadora. Es también porque el feminismo desoculta el modo en que el sistema opera como estructura de desigualdad y subordinación en toda la arquitectura de lo social y lo político.
–En este sentido, ha sostenido en otras ocasiones que las mujeres tienen una «función desestabilizadora». ¿Por qué?
–No me acuerdo bien en qué contexto habré dicho esto pero hay que tener cuidado con la cita. En Chile, por ejemplo, las mujeres han votado históricamente por la derecha y Pinochet hizo de la retórica de la «mujer-madre» y la «familia», una pieza clave de la defensa de la «Nación» en contra de la «desintegración marxista». Es decir, el «ser mujer» como algo simplemente dado y no como algo construido, deconstruible y rearticulable no garantiza de por sí un lugar de transgresión psíquica o de rebeldía social. No podemos asumir que las mujeres constituyen un sujeto predeterminado que se orienta espontáneamente en la dirección trazada por los intereses del feminismo. Eso más bien es el resultado de un proceso de autoconciencia práctica…
–Pero, ¿se puede hablar de un «hacer política» desde las mujeres?
–El «hacer política desde las mujeres» tiene varias interpretaciones. Para algunas feministas se trata de proyectar en los modos de concebir y gestionar el poder, las propiedades que distinguirían a lo femenino, como favorecer la horizontalidad en lugar de la verticalidad, la solidaridad en lugar de la competitividad, la propensión al diálogo en lugar del enfrentamiento o el pragmatismo en lugar del racionalismo abstracto. A esto las feministas de Podemos, en España, lo llamaron la «feminización de la política», como algo que va más allá de la mera incorporación de las mujeres al sistema político y que estaría ligado a «desmasculinizar» los modos del pensar y del hacer de la política tradicional. Rita Segato, a su vez, defiende la revalorización del arraigo y de lo vincular, el rescate de lo doméstico, que asocia la vida de las mujeres con la percepción fluyente de un tiempo vital no segmentable ni cosificable por el capital. Ahora, por mucho que se hable de lo femenino no como esencia natural, cuesta evitar la idealización de una versión arcaica o romántica de las comunidades de mujeres como espacios vivenciales libres de toda mediación u oposición. Más que soñar con un «hacer política desde las mujeres», me gustaría pensar en una política de izquierda que se piense feministamente.
–¿Y hoy ese hacer feministamente ha cobrado protagonismo?
–Es evidente que el feminismo adopta distintas características según el contexto en el que toma forma, los aparatos a los que se opone, las otras fuerzas de resistencia con las que se asocia…
–En ese sentido, ¿se puede hablar de un «feminismo latinoamericano»?
–Creo que sí, ha explotado con fuerza un «feminismo latinoamericano» que toma en cuenta el factor del colonialismo para ensayar respuestas de-coloniales. Especialmente en Argentina y Chile, se da también un feminismo que entrecruza el tema de la violencia de género dentro del contexto neoliberal donde opera la máxima precarización de las vidas con la memoria de las dictaduras. Desde el referente español de la huelga del 8M hasta la revuelta feminista de mayo de 2018 en Chile, pasando por el Ni Una Menos argentino, se han producido demostraciones de fuerza masivas, acompañadas de consignas feministas que defienden el derecho al aborto libre, la educación no sexista, la abolición de toda forma de violencia genérico-sexual y la reparación de las profundas desigualdades que subvaloran a las mujeres en todos los planos de la cultura y la sociedad. Es especialmente relevante esta dimensión latinoamericana del feminismo para enfrentar lo que ocurre en nuestro continente con un nuevo discurso patriarcal, militarista y nacionalista que hace resonar en el presente el eco siniestro de las dictaduras.      
–¿Y cuál debe ser la estrategia de estos movimientos para hacer frente a las contradicciones internas?
–Desde mi punto de vista, la transversalidad es la única estrategia correcta. Primero, porque las identidades deben ser pensadas no como cerradas sobre sí mismas sino como relacionales. El feminismo de corte separatista priva a las identidades de la posibilidad de reformularse tomando en cuenta la heterogeneidad y las conexiones plurales con otras identidades igualmente cambiantes. Ningún proyecto que no se piense transversal es capaz de totalizar el significado de lo antineoliberal.

Estás leyendo:

Sociedad

Movimiento en construcción