Chicos con síndrome de Down, psicosis, autismo y parálisis cerebral, entre otras patologías, comparten con sus pares, sin burlas ni bullying, las aulas de la escuela Rumania, en el barrio porteño de Villa Real. El trabajo de Silvia Corso, su directora.
22 de agosto de 2019
(Foto: Sub.Coop)En el centro del patio, en donde los y las jóvenes comparten el recreo, una muchacha alta gira y aletea sus brazos al sol, mientras a su derredor un grupo de chicas con pelos multicolores charlan y un par de pibes juegan a rapear sobre alguna cuestión que les interesa. Pasa raudo con su silla de ruedas y los esquiva un adolescente que se dirige al baño, en el camino se encuentra con una compañera embarazada con la que intercambia saludos. Esta postal variopinta muestra parte del cotidiano de la Escuela Media Rumania –ubicada en el barrio porteño de Villa Real–, una experiencia inclusiva que se transformó en modelo pedagógico tanto a nivel nacional como internacional. A sus aulas asisten estudiantes con parálisis cerebral, mielomeningocele, espina bífida e hidrocefalia, autismo, asperger, psicosis, retraso madurativo y síndrome de Down, entre otros. Aquí hay lugar para que todos y todas puedan formarse junto a sus pares, otros adolescentes, sin bullying, burlas ni señalamientos ofensivos. La casi totalidad de estudiantes con discapacidad acuden al turno mañana. Es el que más solicitan debido a que muchas de sus terapias (psicología, psicopedagogía, kinesiología, terapia ocupacional) las realizan por la tarde. «En realidad, para pensar la diversidad no se necesita ver alumnos con discapacidad ni chicos en contextos de pobreza, la diversidad está en todos lados», aclara Silvana Corso, directora y alma máter de esta institución. «Es simplemente pensar que ninguna persona aprende de la misma manera que otra, ni tiene los mismos ritmos, ni viene del mismo contexto, ni tiene los mismos estímulos; con lo cual sus formas de ser y estar dentro de la escuela son tan singulares como sus huellas digitales».
Muchos de los y las estudiantes provienen del barrio Ejército de los Andes, popularmente conocido como Fuerte Apache, ubicado del otro lado de la avenida General Paz. La Escuela Rumania, pública y de gestión estatal, fue creada en 1990 para atender a alumnos y alumnas en contextos de vulnerabilidad social y a quienes solían quedar excluidos, como los que habían repetido o sido expulsados de otros establecimientos educativos por mala conducta. Es decir, fue pensada para ampliar los límites de una institución que hasta entonces había sido concebida de manera elitista: el secundario no era obligatorio y solo accedían a ese nivel de formación quienes podían adaptarse a los planes de estudio y a su modalidad de enseñanza, que eran modelados para un tipo de estudiante. Si bien esporádicamente podía ingresar algún joven con discapacidad, no se desarrollaba una tarea sistemática con ellos. Desde que Corso llegó como vicedirectora en 2007 –para pasar a ser directora en 2011–, la concepción inclusiva se expandió y se empezó a sistematizar el trabajo con personas con discapacidad. «Si históricamente trabajamos con la diversidad y con los que no nadie quería, con alumnos que por ahí tenían conductas disruptivas, propias de sus contextos, de la adversidad con la que fueron creciendo y a la que se enfrentaban como podían, nosotros teníamos ese plus de sensibilidad que se necesita para pensar al otro, y esa experiencia de poner el cuerpo literalmente como para poder pensar también en los alumnos con discapacidad», señala la directora.
En 2016 el Consejo Federal de Educación emitió una resolución (la 311) que garantiza la «promoción, acreditación, certificación y titulación de estudiantes con discapacidad», reforzando algunos aspectos ya incluidos en la Ley Nacional de Educación de 2006. Sin embargo, son pocos los establecimientos que se adecúan para poder recibir a estos jóvenes. Por eso la institución que dirige Corso aparece como una luz promisoria en el horizonte de lo posible. Allí concurren al menos cincos chicos y chicas con algún tipo de discapacidad por curso.
La reunión de los miércoles
El año pasado egresó Valentín, el primer joven con síndrome de Down que cursó en la Escuela Rumania. «Había chicas que preguntaban si era contagioso», rememora la directora. «Es terrible, pero estuvo buenísimo tener la oportunidad de trabajarlo. Llamamos a familias de ASDRA (Asociación Sindrome de Down de la República Argentina) que vinieron a dar charlas con los chicos, el mismo Valen pudo transmitir sus vivencias, se trabajó con videos, películas y debates».
El proyecto educativo que dirige Corso cuenta con una estructura fuerte conformada no solo por sus directivos, sino por un equipo que integran, además de profesores y preceptores, una psicóloga, una psicopedagoga, tutores y coordinadores. También participan los acompañantes terapéuticos cuando son necesarios. Por otra parte, la articulación con profesionales e instituciones externas, como los centros y hospitales de día a los que asisten sus estudiantes, es permanente. Pero sobre todo existe un espacio que resulta clave: la reunión de los miércoles por la noche, contemplada en la organización institucional para los profesores que tienen la mayor carga horaria, pero que está abierto para todo el cuerpo docente. Allí es donde se encuentran para pensar juntos el desafío cotidiano en clase, se forman, reflexionan, imaginan estrategias posibles para que cada joven pueda estudiar junto a sus pares y disfrutar su proceso de aprendizaje. No hay recetas preconcebidas sino un grupo de profesionales que, con pasión, voluntad y formación, pergeña trayectorias personalizadas para cada estudiante. Por eso, para algún joven puede armarse un combinado que le permite pasar de un aula a otra e ir haciendo actividades con distintos profesores, refuerzos y apoyos. «Pensamos intervenciones según las necesidades de los chicos», acota la directora.
La «cultura escolar inclusiva» es absolutamente central para que toda esta experiencia educativa sea posible. Para trabajarlo con los pibes, primero los hacemos presentes, los chicos (con discapacidad) están dentro de la escuela. Y el visibilizarlos permite trabajar esas conductas disruptivas que al otro le causan ruido», explica. «Esa presencia que genera ruido en el chico es lo que nosotros utilizamos para hacer visible y consciente, para que podamos reflexionar sobre los comportamientos, cómo cada uno pide las cosas, cómo se manifiesta una necesidad, para entender que hay otras formas, porque hay chicos para los cuales su patología de base es la única herramienta que tienen para comunicarse».
Este año se dio un gran acontecimiento en la escuela: se inauguró la sala de primera infancia, para los hijos e hijas de los y las estudiantes. En una institución que se adapta a todos, nadie se queda afuera.