Después de lidiar con prejuicios debido a su estatura y problemas económicos, a los 27 años Diego Schwartzman se convirtió en el mejor argentino del ranking. La perseverancia y la experiencia junto a Rafael Nadal, clave en la evolución de su juego.
9 de octubre de 2019
Estados Unidos. El porteño redondeó una gran actuación en el último GS del año. (Eisele/AFP /Dachary)Quizá lo que creían sus padres de su físico y lo que finalmente ocurrió resume lo que Diego Schwartzman es en su vida tenística. Es que cuando nació, en su familia creían que sería alto como sus hermanos. Pero Diego, que nació en agosto de 1992, fue el «Peque». Su metro setenta de estatura no parecía presagiar un futuro de tenista de élite. Y no fueron pocos lo que le dijeron que no llegaría demasiado lejos debido a su baja estatura. Pero Schwartzman, un pequeño guerrero, nunca pensó en ello y eligió ser tenista. Y tenista profesional con sueños grandes.
Los días de Schwartzman son acaso los mejores de su carrera. El Peque, en septiembre, se ubicó entre los ocho mejores del Abierto de Estados Unidos –el US Open, último Grand Slam del año– por segunda vez. En 2017, había quedado eliminado en la instancia de cuartos de final frente al español Pablo Carreño Busta. Y este año le tocó cruzarse con Rafael Nadal, segundo del mundo y, a esa altura, el favorito de quedarse con el torneo. Lo que parecía una misión difícil, lo fue. Schwartzman y Nadal establecieron una gran batalla tenística en el Arthur Ashe, reconocida con sostenidos aplausos.
Ese partido se lo llevó Nadal, pero la salida de Schwartzman de Flushing Meadows fue de pie. Había tenido enfrente, como diría después, a un león en medio de la selva. Y aunque no había logrado atravesar la barrera de los cuartos de final, unos días después escalaría en el ranking hasta convertirse en el mejor argentino de la clasificación mundial, ubicado en el puesto 16. Pero además, en el último US Open, Schwartzman pudo ratificar lo que suele repetir a su equipo de trabajo pero también a la prensa. Que, a diferencia de otros tenistas argentinos, se siente más cómodo en superficies rápidas que en lentas. Es cierto que dos de sus títulos (Estambul y Río de Janeiro) los consiguió sobre polvo de ladrillo. Pero el tercero lo obtuvo sobre una cancha rápida, en agosto pasado, en Los Cabos, México. A ello se suma otro dato relevante: el Grand Slam de Nueva York empieza a sentarle cómodo. Su dinámica, movilidad, sus golpes, la buena velocidad que le da a esos tiros, lo convierte en un jugador potente y con recursos. En el último US Open bajó nada menos que a un top ten, el ruso Alexander Zverev, algo que también había logrado este año en Buenos Aires (frente al austríaco Dominic Thiem) y en Roma (ante el japonés Kei Nishikori).
A pulmón
Esas características de juego fueron seguidas de cerca por Nadal y Roger Federer, quienes lo convocaron para sus prácticas. De ahí creció una amistad con Nadal. Schwartzman, además, se ha preparado en varias oportunidades en la academia que el español montó en Mallorca.
Ese roce con un jugador como Nadal también le da volumen a su juego. Alimenta su técnica. Pero también aumenta su costado de guerrero. Peque sabe de dónde partió. Así como quienes lo veían de chico creían que no llegaría hasta ser profesional, el camino fue con dificultades por cuestiones económicas. Contó alguna vez que cuando comenzó a jugar su madre vendía pulseras para poder pagar viajes además de sostener a la familia. «Vivíamos prácticamente en la pobreza, y actualmente ya somos una familia de clase media, y eso se lo debo a mis padres y a mis hermanos», contó en una entrevista con el diario La Nación. En ese plano, su carrera ayudó a la economía familiar y patentó el apellido. Hace unos años, su hermano Matías también fue noticia. Ocurrió que decidió entrar a la casa de Gran Hermano, el reality show. Contó que decidió hacerlo para tener un nombre más allá del Peque. Tuvo sus momentos mediáticos, sus peleas y hasta la defensa en redes sociales de su hermano tenista. Es, por supuesto, más alto que Diego. Pero hay algo que no cambia, hay algo que comparten. La pasión por Boca. Peque, incluso, llegó a jugar en Parque hasta los 10 años.
Pero se inclinó por el tenis. No era el camino más fácil, pero era el camino que más deseaba. Y los resultados reafirman su elección: hoy se ubica entre los mejores del mundo. Un camino, en definitiva, en el que todavía le queda mucho por transitar.