28 de enero de 2014
Editó un disco con el aporte de sus seguidores. Antonio Birabent reflexiona sobre el presente del género, la herencia de Moris y el deseo de cambiar. Su paso por el cine, el teatro y la televisión.
Recién cuando ingresa al bar se empieza a definir su aspecto vagamente melancólico, algo anacrónico. El lugar queda en San Telmo, es coqueto y antiguo: una antigüedad algo subrayada. Le queda bien el bar a Antonio Birabent. El retrato lo completa su modo de hablar: un tono más bien grave, un ritmo sereno, una cadencia pausada. Algo de eso se escucha en su música.
Birabent, 44 años, músico, actor y ex periodista, hablará por supuesto de las frescas canciones de su disco número 15, Lápiz, papel y guitarra. Pero también se ocupará de muchas otras cosas, que pueden encapsularse en tres o cuatro temas: el hartazgo de la vida urbana, de su violencia; el desencanto con el rock y su caricatura; el deseo de tener una vida diferente; su añeja sensación de parecer ajeno a todo.
Los ciclos vitales. A esta altura, Birabent se encuentra en una encrucijada, como en medio de una crisis de los 40 tardía. Recién separado, con un hijo de 3 años llamado Oliverio (responsable del título del disco: un amigo de Antonio le preguntó: «Oliverio, ¿con qué trabaja tu papá?». El niño respondió: «Con lápiz, papel y guitarra») y la sospecha de que llegó la hora de tomar decisiones trascendentes, Birabent está mudando de piel. Y todavía no queda claro qué es lo que viene.
Aporte colectivo
Por el momento, las canciones de Lápiz, papel y guitarra piden orejas. Son la formidable confirmación de un modelo de autogestión que, frente a la crisis del disco, fuerza la imaginación. Hace un año, con el disco grabado y sin sello, anduvo de aquí para allá con el material bajo el brazo con más escepticismo que otra cosa. Arrastraba la experiencia de 20 años de editar discos de la más variada forma: desde ser el mascarón de proa de una multinacional hasta diseñar la independencia más fundamentalista. Hasta que se cruzó en un concierto de Richard Coleman con el quijotesco Gustavo, del sello indie Ultrapop, quien ya le había editado dos álbumes. «¿Por qué no lo hacés a través del sistema crowdfunding? Yo te lo saco», chuceó.
El llamado crowdfunding es una suerte de fideicomiso: el fan compra el disco por adelantado y, de este modo, tiene la posibilidad de «beneficios extras». Por caso, como contraprestación Birabent abrió las puertas de su casa para dar tres diferentes shows a un grupo selecto de espectadores/financistas. «Me pareció interesante y muy genuino verles las caras a los que les gusta decididamente mi música, y hacer shows sin amplificación en un ámbito íntimo. El sistema de financiación colectiva se está practicando en muchos lugares del mundo, incluso con artistas que venden mucho. Tampoco es nuevo. La familia Vitale –Donvi y Esther, los padres de Lito y Liliana– ya lo hacía hace 40 años con MIA (Músicos Independientes Asociados), nada más que lo hacían con ficheros y por correo, en todo el país. Les mandaban el dinero en un sobre, y ellos después enviaban los vinilos. Y eso que en aquellos tiempos la industria funcionaba».
–¿Y ahora? ¿Creés que la industria no funciona?
–Bueno, ¡para el Indio Solari sí funciona! Se está dando algo que me dijo un amigo hace tiempo: va a llegar un momento en que algunos pocos van a vender muchísimo y la gran mayoría nada. Pero no me quejo: el oficio está, y lo que hay que hacer es salir a tocar por todos lados.
–En este disco abandonaste un poco la temática urbana.
–Sí, fue una decisión consciente. Me propuse no hacer letras urbanas. Yo venía de hacer discos con esa temática. El que hice con mi viejo ni hablar: ¡Familia canción es el paroxismo de lo urbano! Aquí hay letras abstractas, oníricas, como «Heroica», que la escribí mientras estaba leyendo El sueño de los héroes, de Bioy Casares. No tengo capacidad para la fantasía: mis letras siempre son confesionales, sobre cosas que conozco.
–Y hay muchas letras de desencuentros, de desamor. Y vos justo te separaste.
–Sí, pero las canciones estaban hechas de antes. Sí, está presente el desencuentro, la transformación de las personas luego de una ruptura. Hay separaciones que tienen que ver con mudanzas. Yo soy un especialista en irme, volver, circular. Hace poco, Marcelo Piñeyro me invitó a ver Tango feroz digitalizada. Se cumplían 20 años del estreno. Cuando la vi, no me reconocí. Pensé: «No soy más ese tipo». Mi voz es otra. Al cantar y al hablar.
–¿Al hablar?
–Sí, hablaba mucho más grave. Yo viví mucho tiempo en España. Cuando volví a los 18 años, tuve que aprender a hablar en «argentino». Si vos ves los programas de tele que hacía –Rocanrol y La cueva– mi voz es completamente diferente. Y creo que era por inseguridad, por timidez. A ese tipo de transformaciones me refiero esencialmente en el disco.
–Hay una canción bastante curiosa en el disco, «Hermanos». «Ya sé, nos da tranquilidad el origen. Pensar que los demás son raros», dice.
–Ahí hablo de algo que me desvela. Creo que a pesar de los odios de clase que se pueden percibir si uno está atento, los extremos se tocan. En la Argentina actual me parece muy claro. Entre el tipo de la 4 x 4 que no respeta el paso de cebra y el del auto destartalado que va con el equipo al mango escuchando cumbia, no hay diferencia. Es decir: no somos tan distintos. Ya no tiene que ver ni con la educación ni con el origen: es una brutalidad generalizada. Hace unos meses, al ver los disturbios del Día del Hincha de Boca, me di cuenta de que la barbarie no reconoce clase social. Para mí ese estado de cosas es un desastre. Hay una confusión generalizada. Yo discuto con mis amigos futboleros: al final, muchos, sin quererlo, terminan haciendo apología de crímenes. La revalorización del supuesto «aguante», el tema de pertenencia, me parecen cosas nefastas. Y también lo que pasa todos los días en la ciudad. Las motos no matan más gente porque Dios es grande. Yo sé que venimos de muchos años de dictadura y hablar de orden cae mal, pero es un caos. Y no tiene que ver con este gobierno: es algo de arrastre.
–¿Cambió tu manera de pensar, en este sentido, a partir de que fuiste padre?
–Sí, porque me tocó de grande. Fui padre a los 41. Por un lado, me siento más poderoso que antes, pero a su vez tengo días de debilidad, temor y bronca. Me gustaría que Oliverio creciera en una sociedad pacífica. El prócer decía «Civilización o barbarie», ¿no? Ahora en la civilización está la barbarie. Te vas a un pueblito de provincia y hay mucha más civilización que en la gran ciudad. La ciudad es lo más bárbaro. No deja de ser significativo que el rock no se meta en estos temas. Por eso, más allá de lo artístico, valoro tanto a Luis Alberto Spinetta. No tuvo ningún problema en meterse a hacer campaña para que haya más conciencia respecto de la educación vial.
–Se te nota cansado del rock.
–Sí. Hay demasiada mentira. Peor que mentira: engaño.
–¿Por qué?
–En todos lados, hay supuestos que, con el tiempo, quedan como verdades callejeras. A ver: «Todo preso es político». Es una frase brillante, que pega, me saco el sombrero por un artista como el Indio Solari… ¡pero es mentira! ¡Pour la galerie! No jodamos: que violen a tu mujer a ver si todo preso es político. Y así está lleno de consignas vacías. Y de música ni hablar… La Renga, todo mi respeto, pero es 2 más 2 es 4. No me interesa. Yo concibo algo con más riesgo. Ni hablar de los lugares comunes que se convierten en sentencias… Ni Spinetta era un poeta cósmico, ni Javier Martínez trabajaba en el Dock: Spinetta podía rockear como el que más y Javier es un poeta excelso. Las cosas no son binarias, blanco o negro. Cada cuestión merece un análisis, y no siento que haya interés de analizar nada. Tal vez el rock ya no sea un lugar interesante para estar.
–Vos sos un hijo del rock.
–Sí. Los pioneros inventaron el gesto del rock en castellano. Pero ya está, se agotó. Las cosas más lúcidas de la música argentina no tienen que ver con el espíritu macho, cerrado y autárquico del rock nacional.
–¿Y cuál sería tu género?
–Finalmente, creo que el género que me contiene, si es que existe, es el de la canción. Yo hago canciones. Es un sitio amplio, diverso y esquivo, es cierto.
–Hace un rato citaste Tango feroz, en la que participaste. Hablando de engaños, es una película que no tuvo nada que ver con la verdad histórica de los inicios del rock argentino.
–Y sí, la historia no fue así.
–Un engaño.
–Sí, un engaño.
–¿Y cómo te plantás ahí?
–Lo que te puedo decir es que en ese tiempo lo que era BMG quería que yo grabara «Ayer nomás» en mi disco y me negué. Pero sí, tenés razón, era una visión distorsionada.
Cambio y afuera
Muestra una foto en que se lo ve a su padre, Moris, jugando con su nieto. Es al menos extraño: el viejo prócer, descontracturado, con Oliverio. Antonio descarta que se embarquen en una Familia canción 2 porque, dice, sería faltarse el respeto a ellos mismos. «Seríamos infieles a la idea por la que padre e hijo nos reunimos en un estudio», completa. Cuenta que Moris acaba de terminar de grabar un disco y que metió algunas voces. «¡Parece que Familia canción lo movilizó!», dice.
Entre muchas cosas que le enseñó su padre, cuenta, una es no mitificar, no creer que los artistas son héroes ni mucho menos. «Para nosotros el músico es como un carpintero, un laburante más. Yo, cuando escucho “Charly, ¡no te mueras nunca!”, pienso en el lugar en que la gente puso a los artistas en esta época. Y hace que finalmente el artista crea lo que le dicen. Ese tipo de relación para mí genera mucha estupidez. Eso lo heredé de mi padre, él piensa igual. Él sabe que hay una idea muy fantasiosa sobre Moris. Y nada que ver. Moris tiene su misterio. Una vez me preguntaron si escribiría un libro sobre mi viejo, y no, no da. Sería como romper ese lindo misterio».
Las relaciones familiares son clave en el universo Birabent. La portada de Lápiz, papel y guitarra es un retrato de Antonio dibujado por su hermano José. Su madre, Inés, es la que se encarga de todo lo relacionado con la prensa, y mucho más. Y él, ahora, en el bar viejo de San Telmo, está diciendo: «Cuando yo tenga 60, Oliverio va a tener 18. Me pregunto qué mundo tendremos, cómo seré yo, cómo será él. Lo pienso y me conmuevo».
Hay otros tópicos que se repiten a lo largo de su obra. De aquel Tango feroz al musical que protagonizó junto con Gloria Carrá, Qué será de ti, Birabent ha sido «acusado» de no decidirse por nada, de navegar en un océano demasiado amplio.
–¿Hacés o hiciste televisión, teatro y cine para solventar tu música o, mejor dicho, tu libertad musical?
–Hace tiempo que el cine que hago es totalmente independiente. Y televisión hace rato que no hago. Tal vez me involucro en cosas muy puntales. Pero es cierto, la tele tiene un poder económico fuerte: te paga, y también te cobra. Hay un costo, no es fácil. Yo creo que si hiciera sólo música viviría bien. Soy un tipo austero, no soy drogadicto, no voy de fiesta en fiesta, tomo el subte. Si tuviera un millón de dólares, viviría igual que como vivo.
–¿Pensás que esa diversidad laboral conspiró contra el reconocimiento de tu música?
–Es probable que sí. Es más fácil para todos cuando te ubican en un lugar. Igual, si hubiera hecho sólo música, también les habría costado ubicarme. Mis discos cambian mucho: no tengo coherencia. Para hablar de bandas que me gustan por el riesgo, Babasónicos, por ejemplo, hace siempre más o menos lo mismo. Y creo que el éxito tiene que ver con la repetición.
–¿Cómo imaginás tu futuro inmediato?
–Estoy sufriendo Buenos Aires. Me gustaría irme a vivir a otro lugar, un lugar más tranquilo. Con un niño tan chico no es sencillo, pero, bueno, veré. Laboralmente, voy a filmar una película independiente. Y si bien estoy contento con el disco, quiero cambiar, salir de mi lugar.
–¿Qué significa eso?
–Me gustaría armar una performance musical-teatral, más salvaje que Qué será de ti. O armar un colectivo musical. Me gusta compartir; de hecho, vengo de hacer el disco con mi viejo, y de trabajar con Marcelo Ezquiaga y Juan Ravioli. No ser la voz cantante, dedicarme a tocar el bajo como hace mil años: eso quiero. Cuando se lo comenté a mi amigo Andrés Fogwill, me dijo: «¡Por fin una idea interesante!». No sé exactamente lo que quiero, pero quiero cambiar. No me sale el caminito derecho, como el de Memphis, por ejemplo, una banda que me encantaba. Y tengo toda la libertad del mundo. La ventaja de no ser exitoso es que no le debo nada a nadie.
–¿Y la desventaja?
–¡Tener que cargar los equipos!
—Mariano del Mazo
Fotos: Jorge Aloy
«Transformación»
Una letra del último disco de Birabent, que pinta de cuerpo entero al autor: «Esa mirada fue la despedida, al instante todo había cambiado. Nos transformamos siempre en lo que nunca sospechamos. Mirándolo con perspectiva, lo que nos sucedió no fue tan mal: tuvimos que aprenderlo todo, tuvimos que empezar de nuevo. Y cada vez que vuelvo al pago, descubro todo tan distinto, me siento casi un extranjero, será que ya no soy el mismo. Bandadas de muchachos nos miran como a recién venidos, pensar que no hace tanto tiempo los arrullábamos con cariño. Es tan extraño ver venir calle abajo a tu familia transformada para siempre en una flor desconocida. Ese instante transformó para siempre nuestras vidas. Esa mirada fue la despedida».