De la mano del entrenador, River logró un ciclo histórico con triunfos sobre Boca y la conquista de 7 torneos internacionales. Juego ofensivo, sentido de pertenencia y carácter, las claves de un equipo que buscará la quinta Libertadores frente a Flamengo.
31 de octubre de 2019
Otra vez. El festejo del «Muñeco» y sus jugadores en la Bombonera. Como en 2018, los Millonarios disputarán la final del certamen continental. (Juan Mabromata/AFP)
Aveces las grandes historias se inician en detalles simples, en casualidades, o se resuelven en muy poco tiempo. La de Marcelo Gallardo como el técnico más ganador de River se originó en segundos. Empezó una tarde en la que viajó a San Nicolás para reunirse con dirigentes de Newell’s. Durante esa charla pudo haber aceptado el cargo en el equipo rosarino. Gallardo venía de dirigir a Nacional de Montevideo. Aunque dudó, optó por pedir un día para pensar la propuesta. En el camino de regreso, mientras paró en Cardales, provincia de Buenos Aires, recibió un mensaje de Enzo Francescoli, el manager de River, que le avisaba que Ramón Díaz ya no seguiría en el comando del plantel. Y que pensaban en él para reemplazarlo. Lo que siguió a ese día de junio de 2014 fue el ciclo más luminoso para River, con diez títulos, siete internacionales, cinco eliminaciones directas a su favor frente a Boca y un juego que generó, y sigue generando, grandes aplausos.
La última serie de semifinal de Copa Libertadores con Boca confirmó la hegemonía de River en el último lustro, no solo en el superclásico sino también frente al resto de los grandes, a los que les ganó todos los mano a mano que jugó. El dominio continental, donde River contaba con dos Libertadores (1986 y 1996) hasta la llegada de Gallardo, con otras dos Libertadores (2015 y 2018), una Copa Sudamericana (2014), tres Recopa Sudamericana (2015, 2016 y 2019) y una menos célebre pero tan oficial como las demás: la Suruga Bank (2015). Para conseguirlo, Gallardo no construyó solo un equipo, moldeó varios para distintos momentos, atravesó bajones, recompuso errores y se reconstruyó cuando parecía que no podía salir de la meseta, como cuando en 2017 Lanús lo eliminó en semifinales de la Libertadores después de no saber defender una amplia ventaja.
Puesta en escena
Es cierto que no habrá nada parecido a la final que ganó en diciembre de 2018 en Madrid, marcada por la corrida de Gonzalo Pity Martínez para rematar la faena, pero hay que mirar las diferentes definiciones que tuvo con Boca, y cómo los escenarios se fueron modificando y, aún así, River salió ganador. En la Copa Sudamericana 2014, la vuelta la empezó con un penal en contra que Marcelo Barovero le atajó a Emanuel Gigliotti. Los octavos de final de la Libertadores 2015 terminaron en el episodio del gas pimienta en la Bombonera, con sanción para Boca y pase a cuartos para River. Triunfó también en sede única, Mendoza, en la Supercopa 2018. Perdió la localía por los piedrazos al micro de Boca en la final, aunque a la semana se consagró en el Santiago Bernabeu: en ambos partidos logró reponerse a desventajas parciales. Ahora defendió en la Boca, sin brillo, una diferencia de dos goles que arrastraba del partido en el Monumental. «Aprendimos a sufrir», dijo Gallardo. Pero la derrota por 1-0, que implicó tensión sobre el final del partido, estuvo lejos de ser taquicárdica. Boca nunca lo sometió más de la cuenta.
De aquel River de 2014 que conducía Leonardo Pisculichi hasta el River actual marcado por el ritmo de Nacho Fernández pasaron diferentes formaciones. Y es quizá el actual una continuación del equipo que ganó en Madrid, el que funciona a pleno. Ahí sí no hay segundos, tampoco un solo detalle. Es una puesta en escena que requiere trabajo y convicción futbolística, lo que hizo que los hinchas sintieran un especial sentido de pertenencia con el equipo. «Intentar ir por más», una frase sencilla de Gallardo se transformó en un principio irrenunciable para River.
Por eso también jugadores como Lucas Pratto e Ignacio Scocco, perseguido por lesiones, cedieron posiciones antes futbolistas como Matías Suárez y Rafael Santos Borré, los dueños del ataque. Pero convertirse en alternativas no bajó las exigencias de Pratto y Scocco, siempre listos, integrantes de un banco de suplentes temible. Hay una virtud en la política de refuerzos del club en el haber sumado o modificado nombres sin que eso resintiera el juego, pero también del técnico en hacer que esos jugadores interpretaran la idea. Si Barovero era un arquero clave, lo sería después Armani. Si Jonatan Maidana y Ramiro Funes Mori fueron puntales defensivos, lo que siguió fue el tiempo de Javier Pinola y Lucas Martínez Quarta. Si alguna vez Milton Casco fue discutido, pronto sería uno de los preferidos de los hinchas. No fue dejar pasar el tiempo, fue entregarles herramientas para el juego. Son solo algunos ejemplos.
De museo
El intentar ir por más, el hacerlo basado en un juego de posesión, con protagonismo, fue la tarea en la que trabajó Gallardo. Y también en la de ser camaleónicos, acaso más pragmáticos, si el objetivo lo requiriera. Cuando en Madrid, sobre el césped del Bernabeu, River levantó la copa más importante de Sudamérica, Gallardo avisó que después de eso no habría más. Había una parte de verdad, pero también encontraría un nuevo desafío. No pudo ser el Mundial de Clubes del año pasado, al que River llegó con fuerzas mínimas, eliminado por penales ante el Al Ain en semifinales. Pero 2019 le puso a Boca en el camino de la Libertadores y eso parecía suficiente para pensar en algo parecido a retener el título que ambos disputan por las suyas. Otra vez estaba en el ruedo.
Aunque resulte difícil verlo en perspectiva con la historia, el quinquenio de River aparece como un momento único, superador de cualquier otra etapa. Y eso no es menor porque el club de Núñez lo consiguió después de haber atravesado la peor instancia de su vida futbolística, el descenso, su año transitando los estadios de la Primera B Nacional. Lo que sus rivales le decían que no se borraría nunca más, River lo dejó atrás con un ciclo extraordinario. No pudo con Gallardo ganar un torneo local, un campeonato, algo de largo aliento. A River le sientan bien los mano a mano, el duelo. Quizá ahí radique el próximo desafío en una Superliga a la que le quedará la mitad por jugarse a fin de año. Tendrá ahí el elemento necesario para seguir reconstruyéndose. Aunque no le haga falta para quedar en la memoria. Su estatua tiene lugar reservado en el museo de River.