Opinión | A fondo

Bolsonaro y el dilema de la derecha latinoamericana

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Soldado. El presidente brasileño alineó a su país con la política exterior de Estados Unidos. (Sa/AFP/Dachary)

En América Latina se desarrolla un nuevo ciclo de protestas antineoliberales que combina movilización, insurrección y militarización, al mismo tiempo que reedita repertorios de lucha vinculados con la protección de los recursos naturales. Así, por ejemplo, lo expresan las calles de Ecuador, Haití, Chile o Colombia, además de los desafíos que enfrenta el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México. Entre aquello, la asunción de Alberto Fernández en Argentina y los reiterados y fracasados intentos de golpe en Venezuela, se ha precipitado el golpe de Estado en Bolivia.  
Sin embargo, una de las dimensiones explicativas del actual contexto de ebullición se relaciona con las disputas entre Estados Unidos y las economías emergentes del mundo. Si bien las derechas regionales visualizan con claridad su horizonte económico, tienen, a su vez, grandes dificultades para garantizar gobernabilidad. Ese esquema permite pensar el actual Brasil de Jair Bolsonaro, en cuanto a su política exterior. En las últimas semanas Brasil exhibe un cambio en el tono, en pos de una lectura realista del escenario continental. El país se ha alineado definitivamente con los Estados Unidos, sin evitar una serie de incomodidades. Por ejemplo, con los países árabes, con los que Brasil históricamente ha desarrollado un fuerte vínculo comercial que la actual relación con Israel pone en tensión.
El actual canciller, Ernesto Araújo, viene de ser director del Departamento de Estados Unidos, Canadá y Asuntos Interamericanos, en el marco de la Cancillería. Su relevancia pública, sin embargo, procede de su celebración de la política externa de Donald Trump, en el sentido de rechazar las «ideologías globalistas», al «marxismo cultural», el rol global de China o los protocolos internacionales sobre el cambio climático; todas dimensiones salientes para la administración de Jair Bolsonaro.
En la última Cumbre de los BRICS pudo verse la búsqueda de Bolsonaro por mejorar la relación con Xi Jinping. Luego de reiteradas críticas hacia China, el ministro Paulo Guedes (cofundador del think tank liberal Milennium) planteó la necesidad de un acuerdo de libre comercio con China. Esto se inscribe en el marco de una serie de tensiones, por ejemplo, con el vicepresidente Mourão o con otros militares de peso, que se han opuesto a acompañar a Estados Unidos en una invasión a Venezuela, al traslado de la embajada de Brasil en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, a la venta del sector militar de –el ícono aeronáutico– Embraer o al tratamiento de la Amazonia.
En un tiempo donde el exasesor de seguridad de los Estados Unidos, John Bolton, y el vicepresidente, Mike Pence, reivindican abiertamente la doctrina Monroe, a la par que China busca invertir excedente de recursos en la región –sobre todo, a través de hidroeléctricas, centrales nucleares o el desarrollo del litio en Bolivia– Brasil, al igual que el Gobierno saliente de Argentina, se ha encontrado atravesado por cálculos y giros permanentes.
Si bien Bolsonaro ha sido un agente del desmonte del Mercosur, en la última cumbre su ministro de Economía propuso la implementación de una moneda común. Esto al tiempo que preponderantes sectores de las Fuerzas Armadas de Brasil plantean la necesidad de, por ejemplo, recuperar Unasur. Allí se encuentran algunas de las tensiones frente al «modelo Trump» de algunas derechas latinoamericanas.
El presidente de Brasil no logró componer gobernabilidad, ni amplió sus apoyos a otros sectores sociales, en tanto no encuentra interlocución concreta en la Justicia ni en el ámbito del Parlamento. Este último incluso ha rechazado sus vetos, además de no aprobarle reformas clave que impulsa la gestión. Tampoco logra consolidar vínculos sólidos en el exterior, sobre los cuales respaldarse; lo que redunda en insoslayables dificultades para desarrollar una agenda de gobierno.

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