La Federación Argentina de Cámaras Agroaéreas, representante de la aviación agrícola, y la Asociación de Mujeres en la Aviación Argentina enviaron esta nota sobre la participación femenina, el cuidado de la salud y la protección del medioambiente.
15 de enero de 2020
La agroindustria y la aviación son esenciales para la producción de nuestro país. Es importante destacar que la aeroaplicación es el puente entre la industria más grande de la Argentina y el trabajo aeronáutico. La misma tiene un rol fundamental en el desarrollo de la economía argentina ya que representa 800 empresas de aeroaplicación en todo el país, comprende a algo más de 10.000 personas (directa e indirectamente): pilotos aeroaplicadores, empresarios del sector, proveedores, talleres, ingenieros, controladores del Estado, entre otros, que trabajan más de 20.000.000 de hectáreas al año.
Debido al constante crecimiento del sector y el exponencial auge de la participación de la mujer es distintos ámbitos, existen en la actualidad dos mujeres pilotos. Ellas son María Poratti y Virginia Zaratonello, las dos que se dedican a este importante trabajo en la producción de alimentos en nuestro país.
María es oriunda de 9 de Julio, provincia de Buenos Aires. Hace seis años se recibió de piloto privado y se especializó en las aplicaciones aéreas ya que siempre le gustó volar en el campo. Actualmente está trabajando en la zona de Carlos Casares. Por su parte, Virginia Zaratonello es piloto aeroaplicadora e ingeniera agrónoma de la localidad de Las Parejas, provincia de Santa Fe. «Quiero volar desde que tengo uso de razón», asegura Virginia y cuenta que su infancia transcurrió entre aviones. María sostiene que «no había planificado ser piloto como una carrera sino como un hobbie y, cuando terminé el curso de piloto privado, decidí que me quería dedicar a la aeroaplicación como un trabajo». Fue así como se contactó con aeroaplicadores de 9 de Julio y comenzó el desarrollo de este oficio tan arduo como satisfactorio.
Experiencias en el aire
El primer vuelo de María fue en Carlos Casares, en tándem con otro piloto de la zona. «Salimos los dos aviones, llegamos al lote e hicimos la aplicación, y a partir de ahí empecé a hacer trabajos sola», asegura. Mientras que Virginia cuenta que, en 2003, con solo 23 años, obtuvo su licencia PPA y, luego, la habilitación VFR, posterior habilitación a vuelo nocturno, adaptación a distintos aviones y así hasta llegar a los 32 años, cuando obtuvo su licencia PCA. Luego, a los 34 años, obtuvo su licencia de piloto aeroaplicador de avión, un año más tarde la de instructor de Vuelo Avión y por último, con 37 años, la de instructor de Vuelo por Instrumentos en Adiestrador Terrestre. Sostiene que «actualmente divido mi tiempo entre monitoreo de cultivos en el campo, vuelos y familia». Además de trabajar como ingeniera agrónoma en su empresa familiar, es instructora en la Escuela de Vuelo Delta Zulu. «Soy plenamente feliz de enseñar y de compartir esta maravilla que es volar», asegura Virginia.
Las pilotos también son críticas de la desinformación que existe en el país sobre los productos agroquímicos. En palabras de María: «Las pulverizaciones son una herramienta que utiliza el agro y como cualquier herramienta puede utilizarse de una manera correcta o de una manera errada. Si las hacemos de una manera errada, ya sean terrestres o aéreas, lógicamente vamos a tener problemas. En lo que sí tenemos que trabajar es en que esas pulverizaciones se realicen de una forma correcta y controlada y que las comunidades puedan tener conocimiento de cómo se controlan, de cómo se aplican, de por qué se aplican. Cuando entendamos cuál es el rol de las pulverizaciones podemos discutir de qué manera se tienen que llevar a cabo, ya que si las dos partes actúan desde la ignorancia no vamos a lograr ninguna solución inteligente. Hay que mantener el diálogo».
Siguiendo con el desarrollo de esta actividad en constante crecimiento más mujeres se acercan a la aviación agrícola. Este es el caso de Abigail Slaboch, de tan solo 16 años, que sueña con ser piloto desde muy pequeña. Oriunda de la ciudad de San Cristóbal, provincia de Santa Fe, sostiene que ama la aviación desde que era muy pequeña. «Básicamente desde que tengo uso de razón quiero ser piloto y además porque lo tengo a mi papá como inspiración». Abigail nació con problemas auditivos, pero, superado el problema a través de la utilización de audífonos, está realizando el curso de piloto privado.
La constancia y perseverancia que tiene hace que, además de poder llegar a ser piloto, contagie su entusiasmo a más mujeres. Abigail resalta: «No se rindan, sigan adelante, que no hace falta ser hombre para ser piloto –y agrega–, no tengan miedo en acercarse a la actividad, siempre hay gente dispuesta a ayudar, guiar y compartir; hay que tener empeño y no desistir».