20 de marzo de 2013
El previsible resultado de la consulta no cambia la situación del conflicto por la soberanía de las islas. Repercusiones políticas de la designación del papa Francisco.
A casi 31 años del inicio de la guerra desatada por la dictadura genocida argentina, los habitantes de las Islas Malvinas ratificaron su voluntad –nunca puesta en discusión– de ser ciudadanos británicos y de mantener las islas bajo el estatus de «territorio británico de ultramar». Hasta 1982 Gran Bretaña no los consideraba súbditos plenos de la corona, condición que se les otorgó en 1983, finalizada la contienda bélica, cuando la situación geopolítica cambió con la instalación de una base militar permanente que, junto con la explotación ilegal de los recursos pesqueros, sostiene económicamente a este ahora próspero paraje en el sur del mundo.
De ahí que el resultado del referendo realizado en el territorio usurpado por los ingleses en 1833 no haya arrojado sorpresas aunque sí distintas interpretaciones. En primer lugar, se trató de un hecho interno, sin reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) –que desde la década del 60 caracteriza la situación de las Malvinas como colonial e insta a los gobiernos británico y argentino a negociar una solución sin que el país europeo acate esta disposición– destinado a ser un golpe de efecto para posicionar el reclamo de autodeterminación que esgrime la corona británica como único argumento para sostener su presencia colonial en el Atlántico Sur.
El gobierno argentino rechazó la votación kelper. La presidenta Cristina Fernández comparó la situación con un «consorcio de okupas que decidieron si seguían ocupando un edificio ilegalmente. El resultado era cantado» y reclamó al premier británico David Cameron que cumpla con las resoluciones de la ONU. La posición argentina en esta cuestión es compartida por todo el arco político –más allá de algunos intentos de llevar agua para el molino propio– y volvió a demostrarse con el unánime rechazo al referendo formulado por ambas cámaras del Congreso Nacional.
Fueron 1.517 los participantes del referendo, 1.513 votaron por el sí, 3 por el no y hubo un voto anulado. «Es un mensaje para todos en el mundo que la gente de las islas ha elegido claramente el futuro que quiere», celebró el primer ministro David Cameron. En el mismo sentido se pronunció el gobernador del archipiélago, Nigel Haywood. En declaraciones al diario español El País el funcionario –designado por el gobierno inglés sin participación de los «autónomos» isleños– anticipó que los próximos pasos de los kelpers apuntan a intentar revertir lo que quizás sea la mayor fortaleza de la posición argentina: el gran consenso internacional que respalda la devolución de las islas. «Cuando los representantes del gobierno de las Falklands (Malvinas) viajaban al exterior siempre argumentaban que el deseo mayoritario de su gente era mantener el lazo soberano con Gran Bretaña. Decían que era evidente. Ahora pueden demostrar no sólo que es evidente sino que se basa en pruebas claras, en datos empíricos», señaló.
No les será fácil a los habitantes de Malvinas convencer a países que ya han manifestado su respaldo a que se negocie la soberanía de las islas en consonancia con lo dispuesto por la ONU. La embajadora argentina en Gran Bretaña, Alicia Castro, contrastó la voluntad de los 1.513 isleños que votaron por seguir siendo colonia inglesa con los distintos pronunciamientos de la comunidad internacional en incontables cumbres regionales y multilaterales. «Todos los países que constituyen la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) sostienen la soberanía argentina y también los 54 países de África, que acaban de hacer una declaración en la última cumbre de América Latina y África en Guinea Ecuatorial. Los miembros del G77 más China, que son 131, y los participantes de la reunión entre América Latina y países árabes se han expresado a favor de una negociación», enumeró la diplomática.
Otra interpretación aportó el dirigente de la Unión Cívica Radical, el ex senador nacional Rodolfo Terragno. A su juicio el referendo tributa la posición argentina en el diferendo porque «los isleños han confesado que son británicos. Por lo tanto, no pueden ser ellos los que decidan cuál de los dos países tiene razón, desempeñando el rol de juez y parte».
La cómoda posición económica actual de los kelpers comienza a motivar reacciones internas en el reino. El columnista del diario The Guardian, Seumas Milne, salió al cruce del referendo, esquivando el clima triunfalista que el gobierno inglés pretendía instalar. «¿Qué otro resultado podría concebirse si el futuro de las islas se deja en manos de la minúscula población de colonos, la mayoría de los cuales no nació allí pero están subsidiados a razón de 44.856 libras esterlinas per cápita para mantenerlos al estilo retro rhodesiano al que están acostumbrados?», se preguntó con ironía. Milne fue más allá de la mordacidad hacia los kelpers y se ocupó también del gobierno de Cameron. «La negativa británica a negociar con una Argentina democrática, cuando no tenía problema alguno para entablar conversaciones con los dictadores del país, no tiene apoyo significativo en la comunidad internacional, mucho menos en América Latina que vive un boom en la última década mientras que las economías de Gran Bretaña y Europa están estancadas», criticó el columnista de The Guardian.
Desde el Vaticano
El conflicto por Malvinas fue uno de los ejes centrales de la reunión de Cristina Fernández con el papa Francisco en Roma. La Presidenta le solicitó «su intermediación para lograr el diálogo sobre Malvinas». Cuando era arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio había expresado, en el marco de un aniversario de la guerra de 1982 que «las Malvinas son nuestras». El premier inglés, Cameron, dijo que no estaba de acuerdo con esa afirmación del pontífice, e ironizó: «La fumata blanca sobre las islas fue muy clara», en referencia al voto de los kelpers.
En lo interno, la designación por primera vez en la historia de un papa argentino (ver página 32) impactó en el escenario político. No pasaron más que minutos del anuncio para que comenzaran las lecturas y especulaciones sobre el rol que podría jugar el pontífice en el ámbito local y regional, incluso desde ciertos sectores, cercanos a la derecha del espectro político, se intenta instalar a Bergoglio en un rol central para dilucidar cuestiones de la política argentina.
A nadie se le escapa que la relación del kirchnerismo con la curia no es buena desde el gobierno de Néstor Kirchner. Sin embargo, la Presidenta participó de la misa inaugural del pontífice y fue el primer jefe de Estado recibido por Francisco, gesto que pareció encauzar la relación en los marcos institucionales. La reunión fue muy cordial y, según la Presidenta, «el Papa habló bien de la unidad en Latinoamérica para lograr la Patria Grande de San Martín y Bolívar». Con todo, desde el oficialismo se hicieron escuchar voces críticas hacia la trayectoria de Bergoglio, pero también salieron al ruedo dirigentes kirchneristas que ponderaron algunos aspectos de la labor de Bergoglio. El presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez; el vicegobernador bonaerense Gabriel Mariotto y el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, quien reivindicó a Francisco como un papa «argentino y peronista», fueron los más enfáticos en el respaldo al líder religioso.
En tanto, los partidos de la oposición vieron la designación de Francisco como un indicio de cambios que supuestamente se avecinan. En lo que parece más un ejercicio de fe que un análisis político, la diputada Elisa Carrió sostuvo que el nombramiento de Bergoglio «es el signo de los tiempos que vienen. Signo de una nueva civilización en América del Sur». Para el líder del Frente Amplio Progresista, Hermes Binner, «su elección va a tener un efecto político», mientras que el senador radical Ernesto Sanz fue más concreto y estimó un impacto electoral a causa del cambio en la cúpula del Vaticano: «La noticia cae mejor a la oposición porque le quita votos al oficialismo», aseguró. En la misma línea, el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, se esperanzó porque «esto empieza a marcar un futuro promisorio para todos los argentinos».
Hasta se especuló con una posible visita del Papa en pleno año electoral, adelantando interpretaciones mediáticas que, ante miles de argentinos movilizados por su presencia, adjudicarían a dicho evento un carácter de oposición al gobierno. Fue el caso del editorialista político del matutino La Nación, Joaquín Morales Solá, quien escribió: «La Argentina no será la misma con el papa Francisco, lo quiera este o no. Hay cosas inevitables, más allá de la voluntad del vicario de Cristo. Su segura visita al país en algún momento de este año movilizará multitudes como no se han visto nunca. Multitudes que el kirchnerismo no controlará». Lejos de esas interpretaciones, la presidenta argentina invitó al papa a visitar el país y dijo que esto podría ocurrir en julio si el pontífice viaja a Brasil para participar de un encuentro de juventudes católicas.
El Papa deberá afrontar asimismo el peso de las denuncias formuladas en nuestro país por su actuación durante la dictadura genocida. El tema, ampliamente difundido por medios internacionales, trasciende incluso su historia personal y mucho tiene que ver con el rol desempeñado por la Iglesia en aquel período, sobre el cual la institución eclesiástica, de la que Bergoglio fue una de las principales figuras, nunca hizo un repaso autocrítico.
Otro aspecto, no menor, en las interpretaciones políticas de la llegada de Francisco a Roma es su rol en el ámbito regional. No faltaron analistas que insinuaron un paralelismo entre lo que haría Bergoglio en la región con lo realizado por Juan Pablo II en los países socialistas del este europeo. El periodista y escritor uruguayo Raúl Zibechi es uno de los que advierten sobre la potencial incidencia regional de Francisco. «El nuevo papa está en condiciones de darle a la derecha argentina la legitimidad popular e institucional que nunca tuvo en un momento decisivo para la región, cuando la última apuesta de Washington para recuperar protagonismo, la Alianza del Pacífico, naufraga sin rumbo. Su pontificado no incidirá sólo en su país natal. Aspira a influir en toda la región». Lo que preocupa a Zibechi es motivo de festejo para el columnista de The Miami Herald, Andrés Oppenheimer, quien desde una mirada ligada a la derecha más rancia del continente, opinó que «el papa argentino podría tener un impacto político en América Latina, si visita la región con el mismo mensaje de reconciliación nacional que predicó en la Argentina. Un mensaje tan simple como ese, desenmascarando tácitamente a los líderes populistas que usan un discurso de confrontación social para poder presentarse a sí mismos como salvadores de la patria y permanecer en el poder indefinidamente, sería muy positivo para toda la región».
Los presidentes de Latinoamérica, sin embargo, saludaron la elección de un papa latinoamericano y entre los más enfáticos sobresalieron el ecuatoriano Rafael Correa y el venezolano Nicolás Maduro, dos de los que según Oppenheimer deberían estas preocupados por la llegada a Roma de Francisco. El tiempo dirá cómo se desarrolla el vínculo del pontífice con la tierra en la que nació.
—Jorge Vilas